Violencia: aquí vamos

 
Tanjiro y Nezuko Tamado, Inosuke Hashibira, Zenitsu Agatsuma, personajes principales y cazadores de demonios, todos adolescentes, durante el periodo Taishō de la historia de Japón (1912-1926).

He visto anime con Ana desde que tiene 3 años. Empezamos con dos clásicos de los 70, ambos de Japan Animation: "Conan, el niño del futuro", dirigida por Hayao Miyazaki, y "Heidi", dirigida por Isao Takahata, Posteriormente, ambos creadores se unieron a Toshio Suzuki y fundaron Studio Ghibli en 1985.

Nunca quisimos abrazar una educación con ausencia de televisión. Habría sido hipócrita de mi parte pretender que mis hijas no accedan a un medio de comunicación que no sólo existe y está presente en todas partes, sino que yo misma he disfrutado y aprovechado plenamente.

El punto diferencial, en todo caso, era potenciar y fortalecer la capacidad de escoger. Afortunadamente, durante buena parte del año soy una madre con tiempo para acompañar y, como familia, podemos permitirnos diferentes momentos de esparcimiento, al margen de la tele-niñera. Esto, en realidades contemporáneas, es un verdadero privilegio.

(Debo admitir que la tele-niñera hizo un buen trabajo en abril de 2021, cuando estuvimos aislados en zona rural porque todos los adultos adquirimos el SARS-CoV-2. Así que no estamos para demonizar ni juzgar).

Retomando la capacidad de escoger, el asunto era poder compartir momentos bonitos haciendo algo que podríamos disfrutar todos. Mirar anime y, en general, ver películas, es para mí muy valioso dentro del ocio y de los procesos de aprendizaje. Esto me ayudó a redescubrir un universo amado que, por diversos motivos, había dejado de lado durante una década. Me confrontó, además, con la necesidad de retomar el hábito de la lectura.

También me hizo ver que ya no era la misma persona: mi interpretación -y sobreinterpretación- de las historias tenía ahora nuevos paradigmas, entre los que pesaban mucho mi maternidad y el activismo por los derechos humanos.

Por lo tanto, el sufrimiento por Heidi se intensificó, porque ya no empatizaba sólo con la protagonista, sino también con su abuelo, la madre y abuela de Peter, el padre y la abuela de Klara. Comprendí que la historia mostraba también las consecuencias del desarraigo y de la trata de niñas y niños para explotación laboral, algo que cuando era pequeña, al ver el anime y leer el libro de Johanna Spyri, ni siquiera pude identificar.

Lo mismo pasó con cada pieza que retomé y cada nueva historia que enfrenté. Y ya no estaba sola: además del compañero y alguna buena amiga presente, Ana realizaba su propio análisis, reaccionaba de manera tierna o enérgica y hacía preguntas.

Por cierto, Ana tiene una capacidad tremenda para adentrarse en narraciones de largo aliento, desde muy pequeña. La posterior exposición a productos audiovisuales modernos "para niños de su edad", todos pequeños relatos, coloridos y llenos de indicaciones evidentes, la mareó un poco, pero acabó aceptándolos como parte de su proceso de inserción social.

(Padres y madres que planean cuidar absolutamente todo lo que consumen sus hijos e hijas: ya hablaremos cuando empiece la escolarización).

Así han seguido pasando los años, ha nacido Milena, cada uno de nosotros va recuperando espacios propios y aficiones dentro de una dinámica familiar algo caótica, nos adentramos a nuevas etapas, mantenemos sueños, algunas ilusiones furtivas, el peso del trabajo, eventual o estable, las decisiones, la pandemia...

En el año 2020, decidí hacer algo para alcanzar una meta que tenía de joven: aprender japonés. Mi motivación principal es una fascinación que tengo desde niña por la cultura de ese país, intensificada por el anime, el manga, la literatura y el cine. No tengo ascendencia sanguínea, ni siquiera amigos o amigas en Japón. Nunca pensé en emigrar hacia allá. Es un impulso que siempre ha estado allí sin una razón lógica.

Admito que el día a día me ganó, así que seguí dos ciclos en un instituto y, luego de esto, estructuré un proceso de aprendizaje por cuenta propia, con resultados pequeños que intento ir alcanzando.

Por supuesto, tal como pasó cuando era adolescente, se ha manifestado a mi alrededor una curiosidad social malsana por esta elección y suelo escuchar valoraciones desfavorables o, por lo menos, "psicoanalíticas", que no siempre se quedan en la punta de la lengua. Esto, incluso en mi entorno más cercano.

Pero tengo más de 40 años. Ya no me importa.

Lo realmente fundamental en este momento es que Ana me ha pedido ver juntas Kimetsu no Yaiba (Demon Slayer), un anime basado en el manga homónimo, escrito e ilustrado por la mangaka Koyoharu Gotouge (se trata de un pseudónimo), que fue publicado en la revista Shuukan Shounen Jump desde febrero de 2016 hasta mayo de 2020.

Al principio, me generó cierto nivel de conflicto, no precisamente porque en Netflix esté calificada para mayores de 16 años (suelen exagerar, desde mi punto de vista), sino debido a que Ana es muy sensible a las escenas de violencia, sobre todo si sufren personas inocentes y hay mucha sangre.

En Kimetsu hay muertes y sangre, sí. Chorros de sangre al puro estilo de Akira Kurusawa. Pero también un gran amor por la vida (o el grupo de asesinos de demonios no tendría razón de ser). Además, Tanjiro Kamado, protagonista del que aún sé muy poco, está demostrando ser un chico muy honorable y respetuoso, incluso con los rivales que se muestran más despreciables.

No pretendo que piensen como yo, pero considero importante explicar a los niños y niñas el concepto de violencia, el daño que ésta llega a provocar, cuándo podría ser necesaria (entramos al ámbito de la defensa) y sus causas inmediatas y estructurales. Afortunadamente, las historias desarrolladas en el anime suelen tener un sustento humano bastante fuerte para mostrar la violencia, casi nunca se deja bajo responsabilidad de un "otro", sino que se explora dentro de los propios protagonistas, quienes nos simpatizan y, por lo tanto, nos permiten comprender que siempre podemos equivocarnos, reflexionar sobre nuestras acciones y enmendar.

No he leído el manga de Kimetsu no Yaiba, acabo de conocer a su autora, sé que es un éxito internacional y percibo un trasfondo ético potente tras el caos.

Veremos, pues. Pero con audio original, porque soy de esas puristas que no aguantan los doblajes y Ana está aprendiendo a leer, así que practicará.

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