Armín, la bella


Cuando era niña, me enamoré perdidamente de una mujer trans que vivía a la vuelta de mi casa. Admiración infantil sin límites, ya saben. Se llamaba Armín.

Era preciosa: morenísima, alta, siempre con el cabello elegantemente recogido y taconazos. Daba igual lo que se pusiera encima, se veía genial.

A nosotros, chiquillos ruidosos del barrio, nos miraba, pensaba yo, con cierto desdén (años después, comprendí que evitaba el contacto visual, para no sufrir malos tratos), hasta que una vez la saludé y me devolvió una preciosa y blanca sonrisa. ¡La emoción que llegué a sentir!

Venía de vez en cuando a Sullana, pasaba el verano en su casa materna. Conocí a su padre tiempo después y trabajamos juntos haciendo vídeos en bautizos, quinceañeros, bodas y comuniones. Buen hombre. Mucho le hicieron sufrir a causa de la condición de Armín, y mucho hizo sufrir a Armín para evitar que siguieran metiéndose con él, como padre fallido, y con la familia, porque así de infernal y montonero puede ser un pueblo cuando se deja llevar por el miedo.

Me habría gustado decirle a este señor cuán importante fue su hija para mí. Cuánto le debo.

Hoy, en el almuerzo, conversaba con mi abuela materna sobre el tema, a propósito de otra joven trans sullanera que he conocido hace poco. Me sorprendió muchísimo cuando nos dijo: "Armín era impresionante. Como vivía en Lima, traía ropa de moda, colorida, de tirantes o vaporosa. Se ponía pantalones entallados o faldas plisadas. Era alta, entonces todo le quedaba bien. ¡Qué hermosa mujer! ¡Y qué amable, también!"

Yo, con el corazón apretadito, agradecí a la vida por tan bonitos genes.

Eso quería contarles el día de hoy. ❤

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