Empiezo el 2022 quejándome de un pajarito (en realidad, no)

Este es un tipo de Pinzón de Darwin, quizás el ave más estudiada del mundo, clave para explicar la evolución de las especies y uno de los pájaros más pesados sobre la faz de la tierra. 

Que no les engañe su expresión inocente. No. La usa para pedir comida y no deja de dar vueltas alrededor, acercarse a los pies, picotear las uñas y jorobar de todas las formas posibles, hasta lograr robarse algo.

Abundan en las playas de las Islas Galápagos, sobre todo en Santa Cruz. Están adaptados a los humanos porque, como otras especies en el santuario, nadie les puede hacer daño. 

Pero se les va la olla. 

Además, en Galápagos abunda (o abundaba, si quieren) personal de cara al público incorrectamente preparado para proteger los espacios y, al mismo tiempo, tratar con turistas. 

O una cosa o la otra, ambas no, BOOM, cortocircuito. 

Porque el turista que va a Galápagos sabe que está pagando harta plata por estar en santa paz con la naturaleza, hay que ser bien subnormal para ir por allí a fastidiar. 

Nunca falta algún imbécil, claro, pero no es la norma. 

Aún así, insisto, algo falta (o faltaba, pues, por si se ponen susceptibles) en el proceso de formación.

Por ejemplo, no hay que tocar a los bichos, eso está claro. Pero si los putos bichos se acercan, se te ponen delante, estás nadando y te soban la panza, ¿qué haces? Pues, por reflejo, tocas al bicho. Y allí nomás tienes al o a la cojuda de turno, gritando: "¡Les hemos dicho que no toquen a los animales!" 

Casi casi puedes escuchar las carcajadas del lobo marino, que se va como si nada, el muy cabrón. Tanta neurosis. 

Y bueno, los pinzones del diablo. Perdón, de Darwin. 

Está prohibido alimentarlos, por obvias razones. Pero ellos no lo saben (o se hacen). 

Evidentemente, los niños pequeños tampoco entienden de estas cosas. Ana, a sus dos años, no comprendía por qué no se puede dar de comer al hambriento (gracias a Dios). Ya le habíamos advertido, pero en una de esas me pongo a acomodar algo mientras la niña come un sánguche y vienen los pinzones de los cojones, se le paran delante con carita de buena gente y va la peque y les ofrece un trocito diminuto, casi imperceptible, de tomate. 

Ni un segundo pasa y la guardaparques que andaba por ahí lanza el grito desaforado: "¡No, niña, no alimentes a los animales!" 

 Ana, asustada, empieza a llorar. 

¡No la grite! - rujo yo. "¡Es que está prohibido!" ¡Lo sabemos, señora! ¡Pero no es necesario gritar a la niña y asumir que lo ha hecho con maldad! Podría usted habérselo explicado, como experta en conservación. 

Por ahí se fue, resoplando e insultándome entre dientes, dejando atrás un montón de turistas y un centenar de pinzones de Darwin hartándose de sobras, a lo largo de la playa. 

¿Que la mujer sólo hacía su trabajo? ¿Y en qué parte de qué trabajo la gente puede andar gritando a niños de 2 años, díganme, a ver? Si lo ven normal, háganselo chequear. 

Ahí tienen al rejodido pinzón. En el año 2015 fue. Una bellecita. Ya se habrá muerto. De viejo, no de indigestión.

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