Querido Chester: gracias.

Origen de la ilustración: https://displate.com/displate/2484826

Hubo una época, entre mis 17 y 23 años, en que me gustaba muchísimo Chester Bennington. Me gustaba tanto, que me dolió saber que estaba casado, en ese entonces, con Samantha Marie Olit, su primera esposa. 

Quería parecerme a Chester para estar cerca de él, así que conseguí, rebuscando en el mercadillo, una tela similar a la de sus pantalones en el videoclip de Papercut y le pedí a mi abuela hacerme unos igualitos (ya tenía los botines y un montón de polos, camisetas y vividís negros, entallados). 

En ese entonces, era flaquísima. El pecho pequeño, los hombros desnudos y saber dar patadas altas, me ayudaban mucho a sostener una muy satisfactoria actitud de "chica dura" y un tanto marimacho, que a veces reaparece para salvarme de situaciones complicadas en la actualidad. 

La verdad es que adoraba mi imagen y adoraba a Chester Bennington, para empezar porque no era "guapo" en la industria del espectáculo y, aún así, estaba donde se le había dado la gana estar; pero, sobre todo, porque lo que cantaba me representaba de una forma tan cercana, casi familiar, que llegué, en verdad, a enamorarme de él. 

(Además, ¡Linkin Park era tan anime, tan shounen y tan kawaii! Esto, aún antes de aterrizar con gran éxito en Japón, gracias a la definitiva influencia del segundo vocalista y líder de la banda, Mike Shinoda.)

Tiempo después, entendí que Chester hablaba en cada línea acerca de sus propios problemas con las drogas, el alcohol, la marginalización y, sobre todo, la depresión. 

La conexión tenía sentido: en ese entonces, yo estaba pasando por una de las peores etapas depresivas de mi vida. Afortunadamente, estuvo Chester y también amigos entrañables y queridos, que siempre tuvieron un espacio para mí, pese a sus propias carencias, sus propias complicaciones y sus propias condiciones emocionales, no mejores que la mía. 

Entre "fenómenos sin futuro", despreciables y condenados a la exclusión, conseguimos mantener la esperanza y las ganas de vivir. 

Y aquí seguimos.

La noticia del suicidio de Chester Bennington llegó a mi celular justo antes de plantarme ante un equipo de avanzada de la presidencia de la república, porque querían fotografiar a mujeres sobrevivientes de violencia de género que estaban recibiendo contención en un espacio seguro. 

Era un campamento de desplazados por las inundaciones del Niño Costero. Yo tenía el rol de personal humanitario. 

Recuerdo que se me quebró la voz explicándoles los motivos por los que no podían entrar ni tomar fotos allí. Sorprendidos, comprendieron y se retiraron.

Permanecí en silencio, mirándoles alejarse y apreciando los colores de la puesta del sol, como si se tratara de un anime postapocalíptico localizado en la zona industrial de La Esperanza, Trujillo, al borde de la carretera Panamericana Norte.

Ese 20 de julio de 2017, por algunos segundos, tuve 20 años otra vez.

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