Triste

Nunca aprendí a esquiar, porque antes de lanzarme le pregunté a mi "instructora" cómo se frenaba. Me pasé todo el horrible día en la estación de Saint Pierre con las rodillas cruzadas, las pantorrillas adoloridas y un miedo atroz a caer, por el dolor que seguramente sentiría y por el ridículo ante tanta gente (tener un equipo de esquí formado de ropa de distintas personas era ya bastate humillación para mí).
La verdad es que, al regreso, tuve mucho tiempo para pensar en que quizás no volvería a estar en un campo de esquí, y que debí haberlo intentado (sobre todo me jodía ver a mi amiga María Pía tan contenta, pese a los súper moretones que traía en las piernas). Sí, pensé mucho en aquel viajecito que se prolongó varias horas, porque el chofer del bus se perdió en la provincia Vasco-francesa de Bayona. Lo bueno fue que, de regreso, pasamos por San Sebastián.
Desde entonces, he adoptado la mala costumbre de no dejar de hacer las cosas por miedo al dolor, o por vergüenza. Que me lo he pasado mal muchísimas veces, es cierto. Es más, creo que casi he estado muerta... o a punto, en todo caso.
En una de aquellas depresiones grandes, grandes, en las que decidí ni siquiera consolarme con los ángeles, porque no era con ellos con quienes quería estar, casi me lanzo de un puente. La intención era "reventar", abrir mi pecho y dejar que saliera todo el dolor (ya los cigarrillos y la yerba no eran un buen paliativo). Una de esas voces que a veces escucho, me animó a correr y correr, hasta sangrar por la boca, y a tomar el rumbo del río. Y llegué al puente, sin sangrar y sin estar lo suficientemente cansada para caer muerta.
Subí a la estructura de fierro, me sostuve de unas cuerdas, y estuve buen rato balanceándome, mirando por dónde salir después de la caida, la reventada y el alivio. Pensé que no moriría (no quería morir) pero sí que estaría mejor, aunque seguramente con una pierna rota.
Pero los ángeles son tercos, por más que los hagas a un lado. Uno de ellos vino a mí, y entre gente que se alejaba al verme, o me insultaban, se reían y me llamaban "loca", me dijo: "mira con claridad, si te lanzas, mueres". Y tuve miedo. Salté, pero no hacia el vacío. Salté de espaldas al piso del puente, caí, me puse de pie y salí corriendo de ese sitio.
Decidí que todo eso era demasiado "oscuro" para mí. Y seguí enamorada de aquel tipo por unos meses más, pero de mejor humor, y sin fumar nada. Luego, casi sin darme cuenta, olvidé el asunto.
Conocí a otro chico... me enamoré pese a que moría de miedo y no quería sufrir por eso (tenía muchas cosas en común con el anterior, sólo que el actual era un buen chico). Y bueno, dejé que otra vez me rompieran el corazón.
La verdad es que no sólo en el "amor" soy tan temeraria, pero aquí sí que soy la más inútil. No sé nada de nada.

Comentarios

Angel dijo…
Así que tu temerariedad se remonta a un frustrado paseo en skis... mira las cosas que uno se viene a enterar.

Nos vemos en el cumple de David!
Mamá de 2 dijo…
Bueno, la verdad es que nunca terminé el post, y ya creo que no lo haré... Problemas de publicación en toda compu que no sea mía, allá en el trabajo (ojalá no me la devuelvan con filtro)...

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