Pericos


Era temporada de lluvias y la casa se inundaba. Salía agua del desagüe y se metía en todas las habitaciones, pestilente piscina que a la nena le llegaba a las rodillas. Una vez se llenó de hongos, sus pies parecían de niña leprosa, se sintió mal de ser tan delicada. Desde entonces, sus padres decidieron no hacerla más partícipe de la limpieza de emergencia, cada tarde del fenómeno de El Niño en el año 1987.

Era una historia repetitiva. Se oían los relámpagos, luego rayos, entonces arrancaba la precipitación torrencial, que parecía traerse abajo el techo de eternit. Unos cuantos pasos, levantar cortinas y sábanas, subir a la hijita a la cama, para que no se vuelva a “honguear”, y empezar con la barredera, sacar baldes de agua a la calle, antes de que el televisor salga flotando en mierda, por ahí.

El padre solía montar alguna rabieta en contra de la casa de porquería donde vivían. La madre, Perica Mayor, respondía de mala manera y empezaba la pelea sobre intereses varios y respeto, pues fue el abuelo materno quien les mandó a construir esa casa y se las obsequió el día en que ella decidió, contra toda voluntad familiar, casarse con el padre de la criatura “cuatromesina” que luego les nació.

Fue un día de esos, ya habiendo amainado y con el suelo en proceso de rápido secado por el intenso calor del verano sullanense, que ella, aún en la cama de sus padres, amenazada por la posibilidad de contraer un rebrote de llagas si osaba poner un dedito fuera de ese lugar (un buen modo de mantenerla quieta, dicho sea de paso), escuchó una conversación para “grandes”, protagonizada por una niña más niña aún.

Una anciana y un adolescente acompañaban a la pequeña. Pidieron hablar con Perica Mayor, hermana de Perico Imberbe, un tío que estudiaba en Lima y a veces llegaba por ahí y llevaba a sus sobrinas a jugar a la Plaza de Armas y comer helados. Buen chico, el tío Perico.

La nena escuchó con atención, porque en verdad no había nada más interesante qué hacer y aquellas voces graves no tenían pierde. La abuela empezó a explicar una serie de enlaces, encuentros y desencuentros, que aterrizaron en un romance de hacía ya cinco años, entre Perico Imberbe y su hija, fruto del cual había nacido esa niñita tan bonita que les acompañaba. La mujer añadió que no se acercaron a la madre del padre, porque cuando sucedió el embarazo ya les habían humillado, dudando de honras y sugiriendo aborto. En fin, cosas de gente respetable.

Perica Mayor se puso digna, como acostumbraban las señoritas y señoronas de entonces, y no dudó en dudar de la veracidad del relato. Sin embargo, su cariño por los niños le hizo preguntar a la pequeña, con cantito suave de profesora:

- Dime, ¿cómo se llama tu mamá?
- Mi mamá se llama Tania.
- ¿Y tu papá?
- Periiiico.

La nena princesa, subida en la cama de sus padres para no contraer hongos, se echó a llorar.

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