Cinco minutos


Hoy no sé si agradecer como tantos días que lo habrían merecido, pero lo olvidé. Hoy estoy gris, como este nubarrón encima mío, puesto a seguirme desde Getxo, dentro del metro, incluso, lloviendo copioso y yo, sin paraguas.

(Tengo frío)

Dicen: así es el País Vasco, frío y lluvioso.

Digo lo contrario. El nubarrón es real y también que anoche no conseguí calentar mis pies sin calcetines de la más gruesa alpaca adulterada, de mercadillo artesanal cusqueño. Pero el mar es impresionante. Violento, duro, fuerte, bello.

Sin embargo, no es Máncora.

Cruzo los dedos (y confío, y rezo, y lloro, porque me está por venir) para conseguir trabajo. Un mes después, no da lugar a seguirnos ubicando, ni acostumbrando. Somos parte de esto ahora, ¡Ala! ¡A producir! ¡A insertarse en el sistema!

Provocan cierta envidia quienes pueden ser estudiantes y sólo eso. Envidia sana. ¿Sana? ¡Si es envidia, no es sana! Bueno… Entonces no sé. Tendría que aprender a definir la sensación aquella que mueve el corazón cuando suspiramos y decimos: “¡Quién como él/ella!”.

Pero se olvida pronto este apretujón. Se trata, simplemente, de diferentes oportunidades, de maneras distintas de llegar a un objetivo, de modos de vida, de condiciones económicas, de familias, de costumbres, de cómo sabemos hacer las cosas. De riqueza, ni más, ni menos. Riqueza.

Entonces, ánimo (pese al nubarrón y que me está por venir). Ánimo aunque sea fin de año y las personas racionales afirmen que, estadísticamente, ya no hay posibilidad de encontrar.

Días complejos. Alguien ha dejado de confiar en mí y me ha golpeado. Otro alguien piensa que, por ser bueno, yo debería considerar la posibilidad de amarle (como él me ama), para así no sufrir más. Aún no soy capaz de aceptar seguir este raciocinio, sin protestar.

Yo sé: para que algo crezca, debe empezar por existir. Siento: deseos de escoger. Y me he planteado: conseguir un trabajo, estudiar, dejar que las cosas caigan por su propio peso…

Estoy a gusto con la suavidad de estos paseos por la Ría.

Estoy a gusto con el mirador y el metro de última hora.

Estoy a gusto y ahora sólo debo terminar de armarme. Cada pieza vale, cada pieza me completa. Cada pieza…

(He sentido miedo)

Suelo caer de pie. Estaré bien.

Comentarios

Anónimo dijo…
Uno nunca termina de armarse, ese es el punto, uno siempre esta en construcción.

Que días grises de esos tenemos muchos, que no alcanza el dinero, también los tenemos; pero tu estás allá construyendo algo nuevo, así que valóralo.

Nos leemos.
Mamá de 2 dijo…
Bueno, no me viene mal seguir armándome. Es entretenido y aprendo más de mí.

Es bueno estar aquí. Y es bueno estar donde hay que estar.

Un abrazo, amigo. Muchas gracias.
Galileus dijo…
Pa'lante mujer!

Te envío las más fuertes y bienaventuradas vibraciones... espero que lleguen a cruzar el Atlántico...

Saludos galileanos!

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