Bipolar
Quise recordar cómo lucía en la universidad, agradecer a quienes me acogieron por entonces. Recordar, además, que no conozco Praga, y disfrutar este vídeo reencauchado que Angel y yo descubrimos alguna Noche Vieja, en uno de mis rincones.
La crueldad sólo tiene perdón si se sostiene en la locura. La locura puede nacer alimentada por la crueldad. ¿Hasta qué punto eres conciente y en qué momento tus demonios empiezan a conducir tus emociones y tristezas? ¿Puedes asir el timón, sin medicamentos, ni crisis alguna? ¿Puedes recuperar el mando, desde donde estás, escondido?
Han pasado algunos años los últimos días. Han pasado hacia atrás, te han traído de vuelta al agujero que te hace feliz, ahí, justo ahí, desde donde no salen personas “serias” (¡qué equivocada está la convención social!). Ahí, donde puedes olvidar quién eres, y ser parte de las pinturas de las paredes, o el aroma a incienso, o el humo de los pitillos, o la caca del gato.
Olvidarte, sólo sentir música por debajo de las uñas, uñas mordidas de manías, de inseguridad, de te da igual ponerlas bonitas, como toda una dama. Música.
Eso, o la montaña. O la playa. O casa.
La realidad está al dirigir la vista a un lugar distinto, a un movimiento de tus ojos. Pero prefieres seguir pegada entre tu estómago y tus ovarios, entre tus tripas y el corazón. Ahí, donde casi nunca miras, sólo envías alcohol y agua oxigenada, confiando en que el tiempo, ¡oh, el tiempo!, desinfectará y cuidará tus heridas, mientras tú sigues viviendo.
Hace mucho que no mirabas aquí dentro, niña, ¿te gusta lo que ves? Por lo menos, ya no huele mal. Y está recubierto de tendones que se han unido como han podido, haciendo cayo. Se nota el desvirgue, se nota que has estado entregando pedazos de ti, arrancándolos sin cirugía y sin reparar en el dolor, pues es parte de compartir, y compartiendo has sido feliz, como cualquier animalito inocente… Como un jodido conejo, blanco y gordo, saltanto por la pradera. Así, tan cual.
La crueldad sólo tiene perdón si se sostiene en la locura. La locura puede nacer alimentada por la crueldad. ¿Hasta qué punto eres conciente y en qué momento tus demonios empiezan a conducir tus emociones y tristezas? ¿Puedes asir el timón, sin medicamentos, ni crisis alguna? ¿Puedes recuperar el mando, desde donde estás, escondido?
Han pasado algunos años los últimos días. Han pasado hacia atrás, te han traído de vuelta al agujero que te hace feliz, ahí, justo ahí, desde donde no salen personas “serias” (¡qué equivocada está la convención social!). Ahí, donde puedes olvidar quién eres, y ser parte de las pinturas de las paredes, o el aroma a incienso, o el humo de los pitillos, o la caca del gato.
Olvidarte, sólo sentir música por debajo de las uñas, uñas mordidas de manías, de inseguridad, de te da igual ponerlas bonitas, como toda una dama. Música.
Eso, o la montaña. O la playa. O casa.
La realidad está al dirigir la vista a un lugar distinto, a un movimiento de tus ojos. Pero prefieres seguir pegada entre tu estómago y tus ovarios, entre tus tripas y el corazón. Ahí, donde casi nunca miras, sólo envías alcohol y agua oxigenada, confiando en que el tiempo, ¡oh, el tiempo!, desinfectará y cuidará tus heridas, mientras tú sigues viviendo.
Hace mucho que no mirabas aquí dentro, niña, ¿te gusta lo que ves? Por lo menos, ya no huele mal. Y está recubierto de tendones que se han unido como han podido, haciendo cayo. Se nota el desvirgue, se nota que has estado entregando pedazos de ti, arrancándolos sin cirugía y sin reparar en el dolor, pues es parte de compartir, y compartiendo has sido feliz, como cualquier animalito inocente… Como un jodido conejo, blanco y gordo, saltanto por la pradera. Así, tan cual.
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En fin, mira cómo un hombre mata a sus amigos, haciéndoles creer en su propia muerte. Di: ¡Qué hijo de puta! Y recuerda que no conoces Praga. Y recuerda que nada tiene que ver en la crueldad de un hombre que su madre haya sino o no una puta. Y recuerda, también, que la sombra de tu amado resplandecerá entre el frío color de la plata, y te dirá: “¡Oh, hermosa mía, que todos tus pecados entren en mí!"
En fin, mira cómo un hombre mata a sus amigos, haciéndoles creer en su propia muerte. Di: ¡Qué hijo de puta! Y recuerda que no conoces Praga. Y recuerda que nada tiene que ver en la crueldad de un hombre que su madre haya sino o no una puta. Y recuerda, también, que la sombra de tu amado resplandecerá entre el frío color de la plata, y te dirá: “¡Oh, hermosa mía, que todos tus pecados entren en mí!"
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Agradece por ser tú.
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¡Ah, la luna!...
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¡Ah, la luna!...
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