En defensa propia
Iba yo por la calle, mirando intensamente -por demanda de mi gradación de astigmatismo- una cartelera, cuando sentí acercarse veloz hacia mí una especie de puño que detuve sin mucho esfuerzo. En dos o tres segundos pude razonar y mis ideas pasaron por “a lo mejor la broma de alguien que me conoce y no saludé”, “un carterista”, hasta que la vi: se trataba, ni más ni menos, de una mujer rabiosa, quien a lo mejor pensó que la estaba observando (hay muchos enfermos sueltos en esta ciudad).
Una vez razonado y hallado el motivo de encontrarme sosteniendo un brazo ajeno, evitando con tal reflejo un certero golpe en la nariz, lo apreté fuerte, con toda la intención de hacerle daño, y lo lancé contra el pecho de su dueña, gritándole: ¿Eres idiota o qué? ¡Estoy mirando los carteles, no a ti, pobre loca!
No, no dije “de mierda”, últimamente esa palabreja no me sale con facilidad, ni siquiera cuando merece ser gritada con vísceras y contundencia. Será que estoy envejeciendo...
Lo grave de este asunto es que luego me quedé pensando, ¿y si no estaba loca en verdad?, ¿y si yo estaba interrumpiéndole el paso y decidió abrirse camino de forma poco ortodoxa?, ¿y si llegó a creer que podría actuar de esa manera conmigo porque, digamos, soy “marrón”? Es decir, ¿habría hecho lo mismo con una persona “nacional”?, ¿se habrá atribuido el derecho de hacerme daño por ser ella bilbaína -además de estar loca, claro- y yo extranjera?
Así, hasta llegar al metro.
Dos conclusiones: la primera, que no debo pensar tanto. La segunda: debo salir de este pueblo lo antes posible, el miedo ha empezado a hacerme mala.
Una vez razonado y hallado el motivo de encontrarme sosteniendo un brazo ajeno, evitando con tal reflejo un certero golpe en la nariz, lo apreté fuerte, con toda la intención de hacerle daño, y lo lancé contra el pecho de su dueña, gritándole: ¿Eres idiota o qué? ¡Estoy mirando los carteles, no a ti, pobre loca!
No, no dije “de mierda”, últimamente esa palabreja no me sale con facilidad, ni siquiera cuando merece ser gritada con vísceras y contundencia. Será que estoy envejeciendo...
Lo grave de este asunto es que luego me quedé pensando, ¿y si no estaba loca en verdad?, ¿y si yo estaba interrumpiéndole el paso y decidió abrirse camino de forma poco ortodoxa?, ¿y si llegó a creer que podría actuar de esa manera conmigo porque, digamos, soy “marrón”? Es decir, ¿habría hecho lo mismo con una persona “nacional”?, ¿se habrá atribuido el derecho de hacerme daño por ser ella bilbaína -además de estar loca, claro- y yo extranjera?
Así, hasta llegar al metro.
Dos conclusiones: la primera, que no debo pensar tanto. La segunda: debo salir de este pueblo lo antes posible, el miedo ha empezado a hacerme mala.
Comentarios
Suerte para la próxima... y cuidado con los puños sueltos por ahi!
Saludos desde Lima!
Galileus.
Cuídese por allá.
Su tocayo (de nombre y color)