Vaginas parlantes
Aún estaba yo un poco atontada del aterrizaje, desubicada, tratando de encontrar similitudes entre aquí, allá y más allá, pese a los esfuerzos de Eli y Myriam. Haber llegado a suelo patrio en pleno mes de aniversario por la independencia, la república y tal, me ha hecho encontrar a Lima más movida y bicolor que de costumbre. Poco falta para que los asentamientos humanos de alrededores se conviertan en un espectáculo contrapuntual de banderitas rojiblancas en medio del arenal, la miseria gris, la falta de servicios públicos, entre otros.
Es que encima, si no ponen bandera les multan.
Bueno… Estaba yo perdida cual huevo frito en ceviche, pensando en la inmortalidad del miedo, la mosca en la que me transformo cada vez que pasa y los amantes ingratos, cuando me topé con un anuncio en letras rosas y doradas, caído del cielo y gracias al talento y terquedad del señor Oswaldo Catone: “MONÓLOGOS DE LA VAGINA – Últimos días”.
De inmediato convoqué a mis vaginas más queridas de por estos lares, y les dije, casi a gritos: “¡Tenemos que ir! Además, actúa Bettina Oneto y me MUERO por ver a esa mujer en vivo, es toda loca, toda ella, toda barrunta, ME ENCANTA!”
Estuvieron de acuerdo, pero por un traspié financiero de Eli (niña, hay que saber cuándo le depositan a una las gratificaciones… ¡Es vital!) al final fuimos sólo Myriam y yo, toda emocionadas y sin dejarnos amedrentar por el precio de la entrada (que costaba el doble de lo que yo, desde mi taxi-nebulosa, había leído por la mañana).
Entramos al Marsano como quien atraviesa el umbral a tierras mágicas. Como se entra al teatro, quiero decir. O se camina por la montaña. O se conoce gente nueva. O se nada en el mar. O se toma un avión intercontinental. O un día de estos me verán en un centro de reposo, condenada y reprobada por los especialistas en inteligencia emocional, que no se puede andar por la vida con tanta intensidad, si queremos pasar de los cuarenta años, me han dicho.
La llegada al escenario de las actrices Elena Romero (¿era actriz?), Laura Borlini (argentina fachosa) y Bettina Oneto (Ave Bettina) fue de musical. Emocionante verlas a las tres, ahí cerquita, haciendo ojitos, tirando besitos e instalando con suavidad un interesante sistema de comunicación con el público. Yo, alucinada como buena provinciana, me moría de gusto cada vez que mi miradita astigmática se cruzaba con la de alguna de ellas. Divas.
A partir de ahí, los monólogos: diferentes historias de diferentes mujeres relacionadas con su sexualidad. Con su vagina, vamos. VA-GI-NA. Repitan una y otra vez, que es una palabra incomprendida y muchos la disfrazan de nombres graciosos. Pero es vagina. Vagina, vagina, vagina.
Me di cuenta de inmediato que conozco más de vaginas que la mayoría de personas allí convocadas, casi todos mayores que yo. Supe, también, cuán necesario resulta este tipo de reivindicación femenina, para generar comprensión y equidad en la sociedad. Podría decirse que la obra es subversiva, en tanto que ataca y desmorona tabúes y permite que las mujeres hablemos como el todo que somos: nosotras, nuestra emotividad, nuestras hormonas, nuestras vaginas, nuestro lugar en el mundo, nuestras responsabilidades socio-culturales, nuestro sufrimiento, nuestros miedos, nuestras esperanzas, nuestros sueños grandes y pequeños.
Y también, nuestro derecho a tirarnos pedos (vaginales): cuando estamos cansadas, cuando hace mucho no nos visitan y echamos de menos un preludio más emotivo antes de metérnosla (sí, metérnosla, en todo sentido), cuando el apuro no dio tiempo a buscar una mejor posición, cuando estamos hartas, cuando no queremos, cuando no podemos concentrarnos porque muchas otras cosas están mal, cuando nos duele, cuando no nos gusta... ¡O cuando a la vagina se le da la gana, sin más!
.
A ratos cómica, a ratos dramática, la obra mostró, entre actuaciones bien logradas y algunas un tanto flojas, distintas situaciones de las mujeres, distintas luchas, exaltación y represión, amor y abuso, decisión, independencia, honorabilidad personal pese a cualquier prejuicio y santísimo rosario. En fin, liberación.
Y recordé dónde estaba, por un detalle más bien anecdótico, protagonizado por la gran Bettina. Es que en todas partes hay "impresentables". Nos dijeron más de 5 veces: “por favor, apaguen sus celulares o pónganlos en silenciador”. Ni caso. Desde que las actrices salieran, hasta el suceso gracioso, habrán sonado al menos 3 celulares diferentes, unas 6 ó 7 veces. Para matarlos.
En el momento cumbre de la interpretación más dura de Laura, sonó una vez más un asqueroso, antipático, incivilizado y jodido celular. Entonces Bettina, tan expresiva como es, apoyada por una mímica nada pudorosa, movió su enorme boca gritando, sin emitir sonido alguno: “¡MÉTETELO AL POTO! ¡AL POTO!”.
¡Jodé, macho, estoy en Perú!... Digamos que me llamó la atención que ella no dijera “al culo”, que habría resultado sumamente castizo, un sustantivo de común usar en España, como me lo dejara demostrado el slogan: “Culitos felices, con Pampers”.
Pero aquí no se dice culo, sino poto. Ubicaína total. Gracias, Bettina.
No se volvió a escuchar un celular en el resto de la obra, la cual, por cierto, recomiendo a hombres y mujeres con humildad, pues vale la pena pasar un buen rato tomando conciencia y conociéndonos más.
Comentarios