Cuestión de formas
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Mi familia me espera y no puedo dejar de llorar (tengo miedo). Ya no sangro, ni por dentro ni por fuera. Es diferente. Tampoco se nota que estoy llorando. Es extraño cuando se rompen ilusiones que nunca existieron, o que siempre supe: no deben existir. Pero a veces el corazón va solo, y pretende, nuevamente, ponernos al borde, en el límite del abismo o en plena caída libre, tan ciega, tan dolorida, que es difícil recordar que hace mucho, mi niña, aprendiste a volar.
Es como cuando todo empezó. La primera vez que amé a alguien, no estuve enamorada de él (¿he estado enamorada alguna vez?). Fue tan fácil… Entonces, recuerdo, no conocía el dolor y tal vez por no poder identificarlo, no supe que estuvo allí, no melló mi andar, ni mi sonrisa.
Pero luego de conocerlo, luego de saber que los días son noches y que morir no es una opción válida, aunque podría ser la única opción, entonces sí sabes cuándo te está doliendo, cuánto te está doliendo, en qué momento debes decidir que no te dolerá más.
¿Es necesario decir que el amor no existió? ¿No sería mejor dejar que la ilusión se muera sola, sofocada por la salvadora desesperanza? ¿Quieres un nuevo compañero? Sí. ¿En las mismas condiciones? No. Tal vez en mejores condiciones, esas que ocurren sin esperar, sin pensar. Necesitas abrazos espontáneos que no generen cargo de conciencia, ni agobio, ni retracción tardía o inoportuna.
Hace falta, mi niña, madurez. Hace falta, corazón mío, constancia. Hace falta un pintor que dibuje tu risa en el aire, con colores azules y rojos, con cariño eterno y sin condición. Hace falta un artista que entienda tu manera de querer, querer hasta los huesos, sin quedarte, sin detenerse ambos aunque las ganas apremien, porque los gitanos parieron tu alma en un hechizo de luna y te dijeron: ve, no contengas tu andar.
Quieres un amor sin ataduras, pero amor. Quieres alegría sin temores, sin necesidad de repetirte, una y mil veces: esto se va a terminar. Quieres a alguien como Miguel, por ejemplo, que es incapaz de amar, pero te ama. Porque él es como tú, aunque sientas, a veces, que está demasiado lejos de ti. Que estás demasiado lejos de él.
Entonces, te das cuenta que posees ese amor, que es tuyo y del mar, de la brisa que acaricia tus brazos fríos y tu carita arrugada de 28 años y de llorar.
Sabes que no has perdido nada, que lo más importante te espera el fin de semana (tengo miedo), que no podrás ya contar con alegría la historia bonita que viviste hasta antes de llegar aquí, porque algo se ha roto. Porque siempre, siempre, algo se rompe. Y no es justo, pero es lo normal, pequeña. Es lo normal.
Es como cuando todo empezó. La primera vez que amé a alguien, no estuve enamorada de él (¿he estado enamorada alguna vez?). Fue tan fácil… Entonces, recuerdo, no conocía el dolor y tal vez por no poder identificarlo, no supe que estuvo allí, no melló mi andar, ni mi sonrisa.
Pero luego de conocerlo, luego de saber que los días son noches y que morir no es una opción válida, aunque podría ser la única opción, entonces sí sabes cuándo te está doliendo, cuánto te está doliendo, en qué momento debes decidir que no te dolerá más.
¿Es necesario decir que el amor no existió? ¿No sería mejor dejar que la ilusión se muera sola, sofocada por la salvadora desesperanza? ¿Quieres un nuevo compañero? Sí. ¿En las mismas condiciones? No. Tal vez en mejores condiciones, esas que ocurren sin esperar, sin pensar. Necesitas abrazos espontáneos que no generen cargo de conciencia, ni agobio, ni retracción tardía o inoportuna.
Hace falta, mi niña, madurez. Hace falta, corazón mío, constancia. Hace falta un pintor que dibuje tu risa en el aire, con colores azules y rojos, con cariño eterno y sin condición. Hace falta un artista que entienda tu manera de querer, querer hasta los huesos, sin quedarte, sin detenerse ambos aunque las ganas apremien, porque los gitanos parieron tu alma en un hechizo de luna y te dijeron: ve, no contengas tu andar.
Quieres un amor sin ataduras, pero amor. Quieres alegría sin temores, sin necesidad de repetirte, una y mil veces: esto se va a terminar. Quieres a alguien como Miguel, por ejemplo, que es incapaz de amar, pero te ama. Porque él es como tú, aunque sientas, a veces, que está demasiado lejos de ti. Que estás demasiado lejos de él.
Entonces, te das cuenta que posees ese amor, que es tuyo y del mar, de la brisa que acaricia tus brazos fríos y tu carita arrugada de 28 años y de llorar.
Sabes que no has perdido nada, que lo más importante te espera el fin de semana (tengo miedo), que no podrás ya contar con alegría la historia bonita que viviste hasta antes de llegar aquí, porque algo se ha roto. Porque siempre, siempre, algo se rompe. Y no es justo, pero es lo normal, pequeña. Es lo normal.
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Has mancillado mis recuerdos... ¿Por qué? ¿Por qué tú también?
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Es triste saber que sí, te has quemado una vez más. Es triste saber que no volverás a besar esos labios, los más bonitos que has besado. Y que dejarás la sensación de tristeza en alguna combi, un día de estos, porque sabes que así será y lo sabías ayer, y hace una semana, y sólo querías un amor de dos horas, porque dos horas es lo más que él podía regalarte y tú mereces plenitud, aunque sea un minuto, pero plenitud, porque no existe otro tipo de eternidad.
Es fácil decir, a lo lejos, tantas cosas, sin mirar a los ojos, cuando el deseo no será satisfecho, cuando huir no es una alternativa, porque ya has huido, porque ya te fuiste, porque vas a volver una y mil veces pero nunca volverás como te fuiste, nunca con las mismas caricias, ni la misma inocencia que cierta dulzura te permitió recuperar, siquiera un día, siquiera dos horas, siquiera ese minuto en que pudiste amar sin pesar en que al final, al final, todo se acaba.
¿Te arrepientes? Sólo de una cosa: de no haberme ido antes. No me fui, porque pensé: no lo merece. No me fui, porque pensé: no seré quien le deje el recuerdo de que todo, siempre, es igual.
¿De eso te arrepientes? Un poco. También de la elección terca un día, frente al mar, bajo una tormenta intensa en San Sebastián, cuando decidiste volver porque, sabías, hay un tesoro en su corazón y quiero que sepa que yo (sí, yo) soy capaz de apreciarlo, cuidarlo, darle besitos cariñosos a sus heridas y acurrucarme en ese calor reconfortante que me hizo sentir tan especial (es piadoso dejar morir a alguien con una sonrisa).
Algún día, mi niña, algún día, alguno (o alguna) hará lo mismo por ti. Y tal vez la esperanza resucite. Y tal vez el miedo se extinga. Y tal vez esa forma de amar tan tuya, tan de darlo todo sin esperar lo mismo, encuentre un lugarcito compartido, y desaparezca la noche, y el día brille, y los recuerdos no duelan, y la condición se calle, y no te detengas, sino sigas andando de su mano, aunque esté lejos, muy lejos, muy lejos, muy, muy lejos…
Ojalá.
De todos modos, es bueno saber que por fin estás sana de eso que tenías antes de dejar tu tierra. Por favor, no vuelvas a enfermar.
Es fácil decir, a lo lejos, tantas cosas, sin mirar a los ojos, cuando el deseo no será satisfecho, cuando huir no es una alternativa, porque ya has huido, porque ya te fuiste, porque vas a volver una y mil veces pero nunca volverás como te fuiste, nunca con las mismas caricias, ni la misma inocencia que cierta dulzura te permitió recuperar, siquiera un día, siquiera dos horas, siquiera ese minuto en que pudiste amar sin pesar en que al final, al final, todo se acaba.
¿Te arrepientes? Sólo de una cosa: de no haberme ido antes. No me fui, porque pensé: no lo merece. No me fui, porque pensé: no seré quien le deje el recuerdo de que todo, siempre, es igual.
¿De eso te arrepientes? Un poco. También de la elección terca un día, frente al mar, bajo una tormenta intensa en San Sebastián, cuando decidiste volver porque, sabías, hay un tesoro en su corazón y quiero que sepa que yo (sí, yo) soy capaz de apreciarlo, cuidarlo, darle besitos cariñosos a sus heridas y acurrucarme en ese calor reconfortante que me hizo sentir tan especial (es piadoso dejar morir a alguien con una sonrisa).
Algún día, mi niña, algún día, alguno (o alguna) hará lo mismo por ti. Y tal vez la esperanza resucite. Y tal vez el miedo se extinga. Y tal vez esa forma de amar tan tuya, tan de darlo todo sin esperar lo mismo, encuentre un lugarcito compartido, y desaparezca la noche, y el día brille, y los recuerdos no duelan, y la condición se calle, y no te detengas, sino sigas andando de su mano, aunque esté lejos, muy lejos, muy lejos, muy, muy lejos…
Ojalá.
De todos modos, es bueno saber que por fin estás sana de eso que tenías antes de dejar tu tierra. Por favor, no vuelvas a enfermar.
Comentarios
Creo que no es pertinente hablar de amor es vez, ¿no es así, mi niña?
Te veo en el Cielo.
Ojalá me guste Ossip alguna vez.
¿Existirá Ossip?
No quiero un Ossip.
Estúpida, estúpida Lucía...