Lo que las mujeres solemos callar
Tuve que hacer un reordenamiento de palabras, para que no quede igual que título de telenovela mexicana. No sé si se trata de una cuestión cultural, a propósito de la pregunta de mi amiga Angie: ¿Es cierto que los huesos de los europeos son de hielo y que corre mercurio por sus venas?
Los prejuicios se mueren de miedo
En verdad, al recordar la guitarra de Bea y las sonrisas compartidas los pasados meses, no pude sino responder con una rotunda negación a idea tan arraigada entre mis semejantes, pertenecientes a la doctrina del abrazo inesperado y el “te quiero” sin reservas, ni objeción.
En mi aparatosa lucha por convertirme en una “ciudadana del mundo” se me olvida a veces la diferencia entre éstos, ellos y yo. Consigo meterme tanto en el papel que me toca actuar, de un lado y del otro (que no son papeles, sino yo misma) y olvido que, pese a unificaciones humanas doctrinales, comunistas y cristianas, sí se sienten, sí se perciben, sí se imaginan diferencias.
Y acaso no las he vivido yo, en mi recorrido infructífero por centros de salud, en Bilbao, buscando un sitio donde curar mi sinusitis, y recibiendo negativas por ser legal (sí, tal como lo oyen) y extranjera. Extranjeramente legal. Extranjera no, inmigrante. Extranjeros son los demás europeos y los estadounidenses. Para efectos administrativos, y cualquiera haya sido mi situación, yo siempre fui inmigrante. Peyorativamente inmigrante.
Sin embargo, esas sonrisas amistosas de gente desconocida, que luego se hizo conocida y nunca dijeron más que “vuelve y cuando lo hagas, avisa”, me hacen pensar: prejuicios. Los seres humanos completamos lo que no sabemos con prejuicios. Tapamos vacíos legales, administrativos, espirituales y culturales, con prejuicios. Curamos heridas armando un cascarón de prejuicios. Nos protegemos con prejuicios.
Y no es unilateral. Ellos también nos tienen miedo, compatriotas. Ellos también están asustados. No nos conocen. Nuestro exotismo les atrae, pero les amenaza. Nuestra disponibilidad humilde al trabajo duro les conmueve y altera el orden. Nuestra capacidad de ser felices con poca cosa les confunde. Nuestra naturalidad al querer y demostrar cariño, les aterra. Y si por ahí dejamos ver parecidos niveles educativos o profesionales, ¡ya es la ostia, joder!
No exagero. No digo que sea gente incapaz de sentir lo mismo, sino que es diferente, lo canalizan distinto, les afecta en vida según sus propios intereses, les enseña en tanto les sirve para después, en sus respectivos rumbos.
Además, hemos de reconocer que estas “diferencias” se dan en todos los niveles, y no sólo entre peruanos y españoles, o latinoamericanos y europeos. No, señora, se dan también entre piuranos y limeños, sullaneras y piuranos, costeños y serranas, serranos y selváticas. Citaditos y campesinos. Nunca, nunca dejarán de formarse y alimentarse los prejuicios.
¿Qué tienen que ver estas reflexiones con el título del post? Poca cosa, algo sustancial que me distrajo: las diferencias. Es que empecé a darle vueltas al asunto y me fui a otra ciudad.
La “absoluta” verdad
Lo que pensaba antes de detener mi trabajo y escribir todo esto era en esas “verdades innecesarias” que a veces las personas se empeñan en gritar a la cara. Verdades inútiles, que pueden reforzar la bravuconada o el momento valiente de quien las suelta, pero finalmente hacen daño.
Recordé que mi papá a veces me decía que era mejor no decir, a decir algo desagradable.
Puede que a mí no me guste el vestido lila de mi compañera de oficina, pero es MI gusto, MI percepción, MI manera de valorar una determinada realidad. Son cosas que no van a reflotar la Atlántida si no se dicen, mucho menos conseguirán que el aborto deje de ser el abanderado en la lucha de las mujeres por el derecho sobre su propio cuerpo… Es decir, no son trascendentes.
Y pensaba en las verdades que nunca dije, para no herir. Y no las dije porque, sé, eran innecesarias. Porque tal vez fueron verdad en un momento determinado de mi vida, por lo general agitado, y todo cobraría sentido luego, así que mejor callar.
O matizar.
Los prejuicios se mueren de miedo
En verdad, al recordar la guitarra de Bea y las sonrisas compartidas los pasados meses, no pude sino responder con una rotunda negación a idea tan arraigada entre mis semejantes, pertenecientes a la doctrina del abrazo inesperado y el “te quiero” sin reservas, ni objeción.
En mi aparatosa lucha por convertirme en una “ciudadana del mundo” se me olvida a veces la diferencia entre éstos, ellos y yo. Consigo meterme tanto en el papel que me toca actuar, de un lado y del otro (que no son papeles, sino yo misma) y olvido que, pese a unificaciones humanas doctrinales, comunistas y cristianas, sí se sienten, sí se perciben, sí se imaginan diferencias.
Y acaso no las he vivido yo, en mi recorrido infructífero por centros de salud, en Bilbao, buscando un sitio donde curar mi sinusitis, y recibiendo negativas por ser legal (sí, tal como lo oyen) y extranjera. Extranjeramente legal. Extranjera no, inmigrante. Extranjeros son los demás europeos y los estadounidenses. Para efectos administrativos, y cualquiera haya sido mi situación, yo siempre fui inmigrante. Peyorativamente inmigrante.
Sin embargo, esas sonrisas amistosas de gente desconocida, que luego se hizo conocida y nunca dijeron más que “vuelve y cuando lo hagas, avisa”, me hacen pensar: prejuicios. Los seres humanos completamos lo que no sabemos con prejuicios. Tapamos vacíos legales, administrativos, espirituales y culturales, con prejuicios. Curamos heridas armando un cascarón de prejuicios. Nos protegemos con prejuicios.
Y no es unilateral. Ellos también nos tienen miedo, compatriotas. Ellos también están asustados. No nos conocen. Nuestro exotismo les atrae, pero les amenaza. Nuestra disponibilidad humilde al trabajo duro les conmueve y altera el orden. Nuestra capacidad de ser felices con poca cosa les confunde. Nuestra naturalidad al querer y demostrar cariño, les aterra. Y si por ahí dejamos ver parecidos niveles educativos o profesionales, ¡ya es la ostia, joder!
No exagero. No digo que sea gente incapaz de sentir lo mismo, sino que es diferente, lo canalizan distinto, les afecta en vida según sus propios intereses, les enseña en tanto les sirve para después, en sus respectivos rumbos.
Además, hemos de reconocer que estas “diferencias” se dan en todos los niveles, y no sólo entre peruanos y españoles, o latinoamericanos y europeos. No, señora, se dan también entre piuranos y limeños, sullaneras y piuranos, costeños y serranas, serranos y selváticas. Citaditos y campesinos. Nunca, nunca dejarán de formarse y alimentarse los prejuicios.
¿Qué tienen que ver estas reflexiones con el título del post? Poca cosa, algo sustancial que me distrajo: las diferencias. Es que empecé a darle vueltas al asunto y me fui a otra ciudad.
La “absoluta” verdad
Lo que pensaba antes de detener mi trabajo y escribir todo esto era en esas “verdades innecesarias” que a veces las personas se empeñan en gritar a la cara. Verdades inútiles, que pueden reforzar la bravuconada o el momento valiente de quien las suelta, pero finalmente hacen daño.
Recordé que mi papá a veces me decía que era mejor no decir, a decir algo desagradable.
Puede que a mí no me guste el vestido lila de mi compañera de oficina, pero es MI gusto, MI percepción, MI manera de valorar una determinada realidad. Son cosas que no van a reflotar la Atlántida si no se dicen, mucho menos conseguirán que el aborto deje de ser el abanderado en la lucha de las mujeres por el derecho sobre su propio cuerpo… Es decir, no son trascendentes.
Y pensaba en las verdades que nunca dije, para no herir. Y no las dije porque, sé, eran innecesarias. Porque tal vez fueron verdad en un momento determinado de mi vida, por lo general agitado, y todo cobraría sentido luego, así que mejor callar.
O matizar.
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Una cosa es decirle a tu jefe: “Me parece que la gente del consejo general debería tener más contacto con la realidad campesina para que sus decisiones sean coherentes y no nos obliguen a todos a hacer cosas fuera de contexto y sin sentido”, que lapidar al buen hombre con un contundente: “¿De qué sirve intentar hacer las cosas bien, "con la gran experiencia que tenemos", si al final tus superiores te van a ningunear, seguirán tratándote como títere y nos joderemos todos?”.
Es decir, una cosa es ser sincero, claro y oportuno. Otra, es ser bestia. O peor: ser bestia y, encima, trasnochado. Si nos detenemos a aprender de los animalitos, nos daremos cuenta que ellos también tienen una serie de ceremonias y protocolos para actuar y determinar. Los lobos no se atacan por la espalda cuando pelean por una hembra y la violencia por supervivencia se da en momentos extremos, no en el día a día de una oficina o cualquier relación.
Una vez (o muchas) dije a alguien (o a algun@s) que no quería estar con él (ell@s) porque no me sentía en condiciones para establecer el tipo de relación que me estaba pidiendo. Parece la típica respuesta de chica que quiere quedar como “educada” y suele pedirse mayor explicación, incluso con desgarro. Bueno, deshilacharé la respuesta con desgarro, a ver si luego de eso quedan con ganas de averiguar por más.
No quiero estar contigo: No me gustas. Y no me gustas significa que no me atraes ni emocional, ni sexualmente. No me causa ninguna gracia la idea de compartir saliva contigo, tampoco tiempo. Además, tengo dudas de que esto cambie, así que evitaré hacerte daño y hacerme daño a mí misma, entrando sin motivación en una relación. Ojo, todo esto no quiere decir que no te quiera, porque querer tiene niveles. Te quiero con todo mi corazón (o tal vez con parte de él), pero no quiero tener que acostarme contigo (otra vez), así de simple.
No me siento en condiciones para establecer el tipo de relación que me estás pidiendo: Más de lo mismo. Una reafirmación clarísima, que no tiene nada de morbo, ni de maldad. Si no me gustas, ¿cómo voy a involucrarme en una relación, más aún sabiendo lo que sientes por mí? ¿Crees que soy cruel? Cruel sería si me aprovecho de tu afecto y te utilizo de algún modo, sea como consuelo, compañía u objeto sexual.
Mi mamá me dijo el otro día que debería querer a quien me quiere, en vez de buscar quererle yo. Mirando atrás, ella se casó con quien le dio la gana y en contra de los deseos del abuelo. Vaya, creo que habré perdido una buena amiga luego de esto… Mala suerte, no soy mi mamá.
Sinceridad + Oportunidad = PAZ
El asunto es que así como a callar se aprende, también se aprende a no pedir explicaciones, a no querer escuchar más detalles acerca de algo que, así, en crudo y simple, es ya claramente doloroso.
No necesito que me cuenten cómo fue la agonía de mi papá antes de morir, sino saber que estuvo tranquilo y acompañado. A los moribundos hay que dejarlos morirse tranquilos y contarles que el mundo es bello y que todos vamos a estar bien, porque somos fuertes, aunque les echaremos de menos toda la vida.
A mí me han dicho demasiadas verdades hasta hoy. Verdades que en sí mismas formaban un halo oscuro y ni siquiera necesitaba escuchar, porque ya las sabía. Otras verdades han sido clavadas en mi pecho como un estandarte, para que no me quepa ninguna duda. Las verdades que más aprecio son aquellas que saben decir mis amigas. Todas, loquillas como yo y con estilo propio cada una, tienen un arte único para tejer el discurso apropiado y decir, de la manera más brutalmente dulce (¡buena, Monki!), alguna gran verdad.
Otras se montan un mundo, un agujero negro de negatividad y regaños, para hacerme “entrar en razón”. Mi mamita últimamente ha tomado la costumbre de enviarme testamentos autodestructivos por email, por lo poco que me ve, pobre. En fin, cada quién desarrolla su estilo de decir la verdad (su propia verdad), según su estado de ánimo, matizando además con narraciones de los acontecimientos recientes y expectativas grandes y pequeñas. Formas de interactuar.
Sin embargo, en esta maraña de cosas dichas y calladas, existe un nivel de amor que unifica, da claridad y da sentido a lo que siempre se dice y siempre no. Cuando mis amigas me hablan, sé que no quieren su bien, sino el mío (que en nuestra relación, es también su bien). Cuando estoy con ellas, pese a regocijarme en su compañía, quiero que estén contentas, sonrían, se olviden por algunas horas del tictac del mundo y suban a dar una vuelta en mi nebulosa. Sé que les gusta, por eso lo hago. Porque las amo.
¿Por qué no te callas? (emulando a un rey que no es mi rey)
Ya para terminar, estaba pensando en algo que me dijo un chico a quien quise mucho, en Cusco. Vía “Short Message Service”, claro, porque son verdades tan, tan importantes y determinantes en la vida e independencia de un joven, que no suelen lanzarse a la cara, no señora (a lo mejor es que tenía miedo de mis lindos ojos).
Pequeño contexto: anduvimos algunos meses en agarres intensos y las últimas semanas, viajando por ahí, en plan “enamorados”.
Tras muchos pequeños detalles, ambos estábamos convencidísimos de que aquello era un amor bastante transparente, aunque sin futuro de pareja (actualmente somos amigos-casi-hermanos, así que el amor siempre tiene futuro, ¡he dicho!).
Entonces se fue. Al alejarse su taxi, rumbo al aeropuerto de Cusco, me escribió un SMS describiéndome su sentir y todo el cariño que siempre guardaría por mí.
Chévere.
Luego pensé que sería posible volverle a ver, porque yo iniciaba mis trámites para irme a España (así es, señora, el nene es español). Y se lo dije, aún atontada por la distancia y con ganas de hablarle. Había pasado un mes.
La respuesta fue contundente: “Lucía, lo único que quiero de ti es tu amistad. Yo nunca estuve enamorado de ti y eso creo que debió quedarte claro desde el principio. Todo ese cariño que ha habido entre nosotros es porque eres un solecito y te mereces el mejor trato del mundo, pero nunca porque yo haya sentido algo más por ti, porque nunca sentí nada más por ti”…
Tras leerle escribir “nunca sentí nada más por ti” innumerables veces, me di cuenta que algo en mi corazón olía a cal. De todos modos, las lágrimas no se me secarán nunca, así que estuve por ahí evitando los sitios a donde habíamos ido juntos, porque no podía con el dolor.
¿Qué me dolía? El saber que muchos momentos que parecían el paraíso, el cielo, no tuvieron en verdad el sabor dulce que un amor sincero, aunque momentáneo, les habría dado. Entendí que el chico haya reaccionado de esa manera, pues “le asusté” con aquello de que estaba preparando papeles para ir a su país, pero, pero… pero… pero… PERO NADA, CARAJO.
No tenía derecho. Tal vez “me equivoqué” al decirle que me gustaba la idea de volver a verle, pero era algo que sentía en ese momento y que no tenía por qué reprimir. Quiero decir, yo no soy así, y si es ante alguien con quien he vivido durante cinco meses, menos.
Pero bueno, el caso es que me descascaró el corazón (insisto, es de cal, no se rompe) y lloré muchos días, hasta que una vida bohemia, buenos amigos y proyectos importantes me lo quitaron de la cabeza… un mes después.
Es que tampoco se había tratado del amor de mi vida y yo lo sabía, aunque no por eso le quería menos o le quería "de mentira". Por experiencia, podía adivinar observándole que la cosa no iría a más. Pero por supuesto, mientras compartíamos caricias y miradas dulces, no le iba a salir con algo así como: “Mira, hijo, tú no te pareces al hombre que quiero para mí. Es decir, no es nada personal, pero eres demasiado inmaduro y yo no necesito un hermanito más en casa, que ya tengo dos adolescentes insoportables (además, tu ortografía es pésima). Eso por un lado. Por el otro, yo aún guardo traumas y dolencias de relaciones anteriores (blablabla). Tengo miedo. Pese a que nos llevamos bien, que te quiero y me gustas muchísimo, me doy cuenta que tú no estás ni siquiera medianamente dispuesto a luchar por mí. Eso me duele un poco en el orgullo (que suele aliviarse pronto) y cuando hacemos el amor, porque bueno, las mujeres solemos sentir estas cosas, pero en fin, aquí estamos, entreteniéndonos, llenando espacios vacíos, queriéndonos bonito y superficialmente, compartiendo intimidad… Aprovechémoslo mientras dure”.
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Es decir, una cosa es ser sincero, claro y oportuno. Otra, es ser bestia. O peor: ser bestia y, encima, trasnochado. Si nos detenemos a aprender de los animalitos, nos daremos cuenta que ellos también tienen una serie de ceremonias y protocolos para actuar y determinar. Los lobos no se atacan por la espalda cuando pelean por una hembra y la violencia por supervivencia se da en momentos extremos, no en el día a día de una oficina o cualquier relación.
Una vez (o muchas) dije a alguien (o a algun@s) que no quería estar con él (ell@s) porque no me sentía en condiciones para establecer el tipo de relación que me estaba pidiendo. Parece la típica respuesta de chica que quiere quedar como “educada” y suele pedirse mayor explicación, incluso con desgarro. Bueno, deshilacharé la respuesta con desgarro, a ver si luego de eso quedan con ganas de averiguar por más.
No quiero estar contigo: No me gustas. Y no me gustas significa que no me atraes ni emocional, ni sexualmente. No me causa ninguna gracia la idea de compartir saliva contigo, tampoco tiempo. Además, tengo dudas de que esto cambie, así que evitaré hacerte daño y hacerme daño a mí misma, entrando sin motivación en una relación. Ojo, todo esto no quiere decir que no te quiera, porque querer tiene niveles. Te quiero con todo mi corazón (o tal vez con parte de él), pero no quiero tener que acostarme contigo (otra vez), así de simple.
No me siento en condiciones para establecer el tipo de relación que me estás pidiendo: Más de lo mismo. Una reafirmación clarísima, que no tiene nada de morbo, ni de maldad. Si no me gustas, ¿cómo voy a involucrarme en una relación, más aún sabiendo lo que sientes por mí? ¿Crees que soy cruel? Cruel sería si me aprovecho de tu afecto y te utilizo de algún modo, sea como consuelo, compañía u objeto sexual.
Mi mamá me dijo el otro día que debería querer a quien me quiere, en vez de buscar quererle yo. Mirando atrás, ella se casó con quien le dio la gana y en contra de los deseos del abuelo. Vaya, creo que habré perdido una buena amiga luego de esto… Mala suerte, no soy mi mamá.
Sinceridad + Oportunidad = PAZ
El asunto es que así como a callar se aprende, también se aprende a no pedir explicaciones, a no querer escuchar más detalles acerca de algo que, así, en crudo y simple, es ya claramente doloroso.
No necesito que me cuenten cómo fue la agonía de mi papá antes de morir, sino saber que estuvo tranquilo y acompañado. A los moribundos hay que dejarlos morirse tranquilos y contarles que el mundo es bello y que todos vamos a estar bien, porque somos fuertes, aunque les echaremos de menos toda la vida.
A mí me han dicho demasiadas verdades hasta hoy. Verdades que en sí mismas formaban un halo oscuro y ni siquiera necesitaba escuchar, porque ya las sabía. Otras verdades han sido clavadas en mi pecho como un estandarte, para que no me quepa ninguna duda. Las verdades que más aprecio son aquellas que saben decir mis amigas. Todas, loquillas como yo y con estilo propio cada una, tienen un arte único para tejer el discurso apropiado y decir, de la manera más brutalmente dulce (¡buena, Monki!), alguna gran verdad.
Otras se montan un mundo, un agujero negro de negatividad y regaños, para hacerme “entrar en razón”. Mi mamita últimamente ha tomado la costumbre de enviarme testamentos autodestructivos por email, por lo poco que me ve, pobre. En fin, cada quién desarrolla su estilo de decir la verdad (su propia verdad), según su estado de ánimo, matizando además con narraciones de los acontecimientos recientes y expectativas grandes y pequeñas. Formas de interactuar.
Sin embargo, en esta maraña de cosas dichas y calladas, existe un nivel de amor que unifica, da claridad y da sentido a lo que siempre se dice y siempre no. Cuando mis amigas me hablan, sé que no quieren su bien, sino el mío (que en nuestra relación, es también su bien). Cuando estoy con ellas, pese a regocijarme en su compañía, quiero que estén contentas, sonrían, se olviden por algunas horas del tictac del mundo y suban a dar una vuelta en mi nebulosa. Sé que les gusta, por eso lo hago. Porque las amo.
¿Por qué no te callas? (emulando a un rey que no es mi rey)
Ya para terminar, estaba pensando en algo que me dijo un chico a quien quise mucho, en Cusco. Vía “Short Message Service”, claro, porque son verdades tan, tan importantes y determinantes en la vida e independencia de un joven, que no suelen lanzarse a la cara, no señora (a lo mejor es que tenía miedo de mis lindos ojos).
Pequeño contexto: anduvimos algunos meses en agarres intensos y las últimas semanas, viajando por ahí, en plan “enamorados”.
Tras muchos pequeños detalles, ambos estábamos convencidísimos de que aquello era un amor bastante transparente, aunque sin futuro de pareja (actualmente somos amigos-casi-hermanos, así que el amor siempre tiene futuro, ¡he dicho!).
Entonces se fue. Al alejarse su taxi, rumbo al aeropuerto de Cusco, me escribió un SMS describiéndome su sentir y todo el cariño que siempre guardaría por mí.
Chévere.
Luego pensé que sería posible volverle a ver, porque yo iniciaba mis trámites para irme a España (así es, señora, el nene es español). Y se lo dije, aún atontada por la distancia y con ganas de hablarle. Había pasado un mes.
La respuesta fue contundente: “Lucía, lo único que quiero de ti es tu amistad. Yo nunca estuve enamorado de ti y eso creo que debió quedarte claro desde el principio. Todo ese cariño que ha habido entre nosotros es porque eres un solecito y te mereces el mejor trato del mundo, pero nunca porque yo haya sentido algo más por ti, porque nunca sentí nada más por ti”…
Tras leerle escribir “nunca sentí nada más por ti” innumerables veces, me di cuenta que algo en mi corazón olía a cal. De todos modos, las lágrimas no se me secarán nunca, así que estuve por ahí evitando los sitios a donde habíamos ido juntos, porque no podía con el dolor.
¿Qué me dolía? El saber que muchos momentos que parecían el paraíso, el cielo, no tuvieron en verdad el sabor dulce que un amor sincero, aunque momentáneo, les habría dado. Entendí que el chico haya reaccionado de esa manera, pues “le asusté” con aquello de que estaba preparando papeles para ir a su país, pero, pero… pero… pero… PERO NADA, CARAJO.
No tenía derecho. Tal vez “me equivoqué” al decirle que me gustaba la idea de volver a verle, pero era algo que sentía en ese momento y que no tenía por qué reprimir. Quiero decir, yo no soy así, y si es ante alguien con quien he vivido durante cinco meses, menos.
Pero bueno, el caso es que me descascaró el corazón (insisto, es de cal, no se rompe) y lloré muchos días, hasta que una vida bohemia, buenos amigos y proyectos importantes me lo quitaron de la cabeza… un mes después.
Es que tampoco se había tratado del amor de mi vida y yo lo sabía, aunque no por eso le quería menos o le quería "de mentira". Por experiencia, podía adivinar observándole que la cosa no iría a más. Pero por supuesto, mientras compartíamos caricias y miradas dulces, no le iba a salir con algo así como: “Mira, hijo, tú no te pareces al hombre que quiero para mí. Es decir, no es nada personal, pero eres demasiado inmaduro y yo no necesito un hermanito más en casa, que ya tengo dos adolescentes insoportables (además, tu ortografía es pésima). Eso por un lado. Por el otro, yo aún guardo traumas y dolencias de relaciones anteriores (blablabla). Tengo miedo. Pese a que nos llevamos bien, que te quiero y me gustas muchísimo, me doy cuenta que tú no estás ni siquiera medianamente dispuesto a luchar por mí. Eso me duele un poco en el orgullo (que suele aliviarse pronto) y cuando hacemos el amor, porque bueno, las mujeres solemos sentir estas cosas, pero en fin, aquí estamos, entreteniéndonos, llenando espacios vacíos, queriéndonos bonito y superficialmente, compartiendo intimidad… Aprovechémoslo mientras dure”.
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Todo tiene su momento. Luego, es despecho, es pánico, es ingratitud, es amargura, es miedo, es... herida. Yo he hablado demasiado por mis heridas, sé de qué va el asunto y sé que no quiero más.
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Es gracioso. El “joven independiente” que me golpeara en aquél entonces es ahora un firme candidato a establecer conmigo un contrato matrimonial por conveniencia, de ser necesario, para dejar de ser puteada en Europa debido a mi procedencia. La vida y sus vueltas…
Sin embargo, y pese a no ser rencorosa, el cristal con que le miro ya tiene una rajita y aunque digo y defiendo que es un gran tipo, no volvería a poner mi corazón totalmente en sus manos, por puritito miedo, nomás.
Es lo que a veces genera “la verdad”.
Es gracioso. El “joven independiente” que me golpeara en aquél entonces es ahora un firme candidato a establecer conmigo un contrato matrimonial por conveniencia, de ser necesario, para dejar de ser puteada en Europa debido a mi procedencia. La vida y sus vueltas…
Sin embargo, y pese a no ser rencorosa, el cristal con que le miro ya tiene una rajita y aunque digo y defiendo que es un gran tipo, no volvería a poner mi corazón totalmente en sus manos, por puritito miedo, nomás.
Es lo que a veces genera “la verdad”.
Comentarios
creo que el día que rompas esos hilitos de dependencia moral, emocional y hasta física , serás feliz... eso de : busco sentirme aceptada y amada, no es más que el miedo a ser rechazada.
saludos desde leiden
Lo que busca, en todo caso, es que no le derrumben los sueños cuando por soñar no hace daño a nadie.
Creo que a veces hablamos con el espejo...
mmm.......
no se como empezar es que te va a parecer raro que te escriba ya que no ahí razón para ello, excepto el hecho de que te quiero contactar....no lo se creo que eres alguien interesante ...sabes llegue a tu blog porque estaba buscando una mariposa en la web, me encantan las mariposas, y vi una con alas de tigre que me llevo a tu pag y comencé a leer lo que dices y me dieron ganas de saber mas de ti, de contactarte.........
sabes yo soy Chilena y tengo 20 años pero mi vida es totalmente opuesta a la tuya yo no llego mas alla de mi universidad y mi casa.
pero tengo ganas de hacer mas...
de vivir ....
Bueno si quieres contestame si ........
tu blog esta genial...
eso
xau que estes bien.