¡Desarrollémonos todos! (y todas, en lenguaje inclusivo)
Es justo y necesario (sobre todo necesario) terminar un trabajo para el Master. Sencillo: a partir de lecturas específicas y lo ya estudiado, debemos teorizar, una vez más, sobre el desarrollo.
Aún no he encontrado el punto de partida que me ayude a ordenar un poco las ideas. Tengo muchas y muy pocas, sumadas a mi renuencia a teorizar más (¡no más, por favor!) sobre un tema que ya tiene escritos muchos libros y repartido mucho dinero (no precisamente entre quienes lo necesitan).
Pero nos encontramos haciendo un Master, ergo, habrá que ponernos en “modo académico” y pensar un poco. La lejanía con lo que entiendo por “pobreza” tal vez me ayude a deliberar en abstracto, a ponerme por encima de la realidad y, a partir de una observación –incómodamente- objetiva, escribir propuestas personalísimas sobre un problema que no se va a acabar porque un grupo de mocosos (menores de treinta años, entre quienes me cuento) dediquemos tiempo a ello, por más aplicaditos que seamos... No por ahora, al menos (tengo fe).
Lo cierto es que me gusta poco estar aquí. Me explico: es maravilloso estar aquí, como fue maravilloso estar en Cusco, Puerto Maldonado o Chalaco. Agradezco mi estadía en Bilbao como una oportunidad importante: estudiar y sobrevivir en un entorno diferente hacen mucho por el crecimiento personal.
De algún modo, del cual, seguramente, no seré conciente, terminaré siendo más “fuertecita” una vez que se acabe el sueño-pesadilla y pueda sentarme a la mesa, con mis dos hermanos ya más altos que yo, a comer algo hecho por mamá o por mi abuela. Mi centro sigue siendo la casa de mi madre, aunque las raíces las lleve conmigo a todas partes. Y es ahí donde he de volver.
Pero no me gusta aquí, pues se trata de una comodidad harto concentrada: el azúcar es más dulce, la sal es más salada, los medicamentos acaban dopando y en fin, todo lo bueno es buenísimo por la cantidad de artificialidad que lleva dentro...
Y parece inconcebible que en otros países “esos pobres estén tan mal”, y vamos a hacer colectas, comprar sólo en las tiendas de Comercio Justo (que son carísimas), ver películas temáticas, consumir menos Coca Cola (pero no dejar de fumar) y estudiar, estudiar mucho, mucho, porque sólo los intelectuales salvarán al mundo (ya hablan como algún ex-jefe allá, en mi Alma Mater).
No me fastidia mirar por encima la realidad mundial, ni siquiera hacerlo con una clara discriminación económica de la vida y los pajaritos. Lo que me resulta imposible de tragar (y esto ya no tiene que ver con mis molares tardíos) es seguir calificando a un sector como “ellos”, ante “nosotros”. Y buscar nombres poco ofensivos para referirse a los países pobres, igual porque habemos latinoamericanas en el grupo y hay que respetar.
Bueno, estoy segura que mientras esta segmentación continúe, las cosas seguirán igual de mal. ¿Cuestión de orden? Sí, bueno, es que la vida no existe sin nombres ni adjetivos calificativos, ¿verdad? Una vez que nació el lenguaje, nos jodimos todos y ahora resulta que nada puede haber en el planeta si antes no fue pensado por algún sabio. Y como no podemos vivir sin calificar, entonces califiquemos y eso nos hará conocedores de la esencia de todo lo que miramos con el rabillo del ojo, pues nuestra labor de súper héroes no nos da tiempo para más.
Vaya, cómo me duele tener que hacer estos ejercicios (eres una llorona, Lucía). Pero como buen ser humano metido en el mundillo profesional, debo ir haciéndome de certificaciones que me permitan darme el lujo de ser como quiero. Tan simple como esto y no soy la única. He conocido, en el camino, a muchos hombres y mujeres que andan por ahí ganándose el derecho de estar vivos y ser como quieren ser. Es lo que nos ha tocado.
Pero claro, muy aparte de mis discutibles “capacidades” y las oportunidades que he tenido (gracias a las cuales ahora estoy endeudada hasta la médula, pero feliz), no debo olvidar, NUNCA HE DE OLVIDAR a las personas que se han cruzado en mi camino. Sería demasiado ingrata y demasiado soberbia si no tengo en cuenta sus oraciones, buenos deseos y suaves enseñanzas (suaves, como una garúa matutina, no como la vociferación prepotente de los podios) en las decisiones que tomo y he de tomar.
Lo “triste” es que muchas de esas personas geniales, incluyendo parientes, tendrían que estar consideradas estadísticamente entre los grupos humanos meta de la ayuda internacional al desarrollo (¡qué ostentoso suena, caramba!). Y es aquí donde sucede la ruptura que me está atragantando: soy parte de “ellos”, soy uno de “ellos” y hasta me sienta mal saberme tan lejos, pero debo “abstraerme”, como un ejercicio académicamente útil, que me igualará a mis compañeros de clase y me hará parecer menos tonta.
No estoy en contra de teorizar. Teorizar es interesante, divertido, es un buen ejercicio mental. Pero el respeto a realidades que he podido palpar y que son parte de mi sistema, no me permite fumar tranquila un porro y pensar que mis palabras en trance ayudarán a que Hilmer y mi tía QQ no se mueran de esa infección que tienen en los huesos. Y así con todos los chiquillos llamados Hilmer y todas las tías amorosas del mundo.
Un amigo ha estado satirizando mucho últimamente, vaticinándome un futuro espeluznante como “señorona oenegera”, de esas que usan gafas oscuras enormes y sólo suben a los cerros en Land Rover 4x4, dos veces más costosas que las de los “chulos” de la minera Yanacocha.
No lo culpo, es como casi todos terminan. Yo aún no consigo encontrar la utilidad totalmente positiva a muchas ONGs que conozco y siempre les “he dado por su lado” debido a que sé que de toda la cascada de dinero que llegará del extranjero, alguito, alguito quedará (y los comercios de los pueblitos se verán beneficiados por la presencia de ingenieros, médicos, maestros, biólogos, antropólogos, sociólogos y alguna comunicadora, todos profesionales A-1, sí señor).
Pero la desigualdad se hará más grande. El bodeguero de Chalaco, que nos alquilaba habitaciones casi en exclusividad, trataba muy mal a los campesinos que llegaban a venderle papas y tomates, les amenazaba y convencía de comprar sus productos a la mitad de los que ellos pedían (menos de 25 céntimos de dólar el kilo).
Y cuando la niña tonta denunciaba el hecho ante sus superiores, la respuesta era contundente: el respetable don Perico de los Palotes nos brinda habitaciones limpias y entrega factura, que nos lo pide la Agencia Española de Cooperación Internacional. No se diga más. ¡Vaya usted a seguir tomando fotos de gente miserable para que los del Gobierno Vasco nos aprueben el nuevo proyecto y tengamos trabajo, faltaba más! (qué asco me doy a veces).
El mismo crecimiento económico desigual, a todo nivel. Modelo repetido, de pequeño a mayor y mayor y mayor y mayor. Metidos en el sistema estamos. Somos parte de la economía, somos parte de la injusticia y el mal reparto de los recursos, somos parte del hambre, la muerte y la tiranía, somos parte y… ¿No podemos hacer nada? Seguramente, sí. Soy partidaria de los aportes personalísimos, desde donde cada quien tiene la fortuna de estar. Pero para eso hay que tener conciencia… Difícil.
No se trata de salvar al mundo (ni de ayudar al mundo a salvarse a sí mismo). El mundo es una generalización, quienes trabajamos a diario y afectamos la realidad con nuestras acciones somos las personas. Rostros, nombres, miedos, mujeres, hombres. Gente. Poco a poco, aunque suene a cliché. Expandir hasta donde se pueda, ¿para qué más? Si quieres más, lánzate a la política y conviértete en un nuevo inútil.
¿Conclusiones? Soy demasiado dispersa y desordenada para atreverme a concluir nada. Además, en mi "País Feliz" siempre será demasiado pronto para DEFINIR, con puntos, comas y valoraciones éticas. Cuestión de seguir…
Eso sí, luego de esta experiencia tendré un nuevo pesar: realmente me dolerá pensar en cómo se está utilizando el dinero de los españoles y españolas, llevado a los proyectos de desarrollo. No creo que les guste mucho saber de las Land Rover. ¿Que tienen dinero? Pues no más que yo en Perú, medianamente (aquí no tengo un duro y aún no lo paso mal, lo cual evidencia lo bien que me están tratando, vaya).
Bueno, no se diga más. Aquí, una banda de punk "sano", cortesía de mi buen Ernesto, contando en pocos minutos el sistema de descentralización de la producción masiva imperante en Estados Unidos (y demás países industrializados). ¡Que se jodan los pobres, a fin de cuentas, nadie les va a hacer caso cuando empiecen a protestar!. Sí… Seguro. Ya NOS quiero ver…
Aún no he encontrado el punto de partida que me ayude a ordenar un poco las ideas. Tengo muchas y muy pocas, sumadas a mi renuencia a teorizar más (¡no más, por favor!) sobre un tema que ya tiene escritos muchos libros y repartido mucho dinero (no precisamente entre quienes lo necesitan).
Pero nos encontramos haciendo un Master, ergo, habrá que ponernos en “modo académico” y pensar un poco. La lejanía con lo que entiendo por “pobreza” tal vez me ayude a deliberar en abstracto, a ponerme por encima de la realidad y, a partir de una observación –incómodamente- objetiva, escribir propuestas personalísimas sobre un problema que no se va a acabar porque un grupo de mocosos (menores de treinta años, entre quienes me cuento) dediquemos tiempo a ello, por más aplicaditos que seamos... No por ahora, al menos (tengo fe).
Lo cierto es que me gusta poco estar aquí. Me explico: es maravilloso estar aquí, como fue maravilloso estar en Cusco, Puerto Maldonado o Chalaco. Agradezco mi estadía en Bilbao como una oportunidad importante: estudiar y sobrevivir en un entorno diferente hacen mucho por el crecimiento personal.
De algún modo, del cual, seguramente, no seré conciente, terminaré siendo más “fuertecita” una vez que se acabe el sueño-pesadilla y pueda sentarme a la mesa, con mis dos hermanos ya más altos que yo, a comer algo hecho por mamá o por mi abuela. Mi centro sigue siendo la casa de mi madre, aunque las raíces las lleve conmigo a todas partes. Y es ahí donde he de volver.
Pero no me gusta aquí, pues se trata de una comodidad harto concentrada: el azúcar es más dulce, la sal es más salada, los medicamentos acaban dopando y en fin, todo lo bueno es buenísimo por la cantidad de artificialidad que lleva dentro...
Y parece inconcebible que en otros países “esos pobres estén tan mal”, y vamos a hacer colectas, comprar sólo en las tiendas de Comercio Justo (que son carísimas), ver películas temáticas, consumir menos Coca Cola (pero no dejar de fumar) y estudiar, estudiar mucho, mucho, porque sólo los intelectuales salvarán al mundo (ya hablan como algún ex-jefe allá, en mi Alma Mater).
No me fastidia mirar por encima la realidad mundial, ni siquiera hacerlo con una clara discriminación económica de la vida y los pajaritos. Lo que me resulta imposible de tragar (y esto ya no tiene que ver con mis molares tardíos) es seguir calificando a un sector como “ellos”, ante “nosotros”. Y buscar nombres poco ofensivos para referirse a los países pobres, igual porque habemos latinoamericanas en el grupo y hay que respetar.
Bueno, estoy segura que mientras esta segmentación continúe, las cosas seguirán igual de mal. ¿Cuestión de orden? Sí, bueno, es que la vida no existe sin nombres ni adjetivos calificativos, ¿verdad? Una vez que nació el lenguaje, nos jodimos todos y ahora resulta que nada puede haber en el planeta si antes no fue pensado por algún sabio. Y como no podemos vivir sin calificar, entonces califiquemos y eso nos hará conocedores de la esencia de todo lo que miramos con el rabillo del ojo, pues nuestra labor de súper héroes no nos da tiempo para más.
Vaya, cómo me duele tener que hacer estos ejercicios (eres una llorona, Lucía). Pero como buen ser humano metido en el mundillo profesional, debo ir haciéndome de certificaciones que me permitan darme el lujo de ser como quiero. Tan simple como esto y no soy la única. He conocido, en el camino, a muchos hombres y mujeres que andan por ahí ganándose el derecho de estar vivos y ser como quieren ser. Es lo que nos ha tocado.
Pero claro, muy aparte de mis discutibles “capacidades” y las oportunidades que he tenido (gracias a las cuales ahora estoy endeudada hasta la médula, pero feliz), no debo olvidar, NUNCA HE DE OLVIDAR a las personas que se han cruzado en mi camino. Sería demasiado ingrata y demasiado soberbia si no tengo en cuenta sus oraciones, buenos deseos y suaves enseñanzas (suaves, como una garúa matutina, no como la vociferación prepotente de los podios) en las decisiones que tomo y he de tomar.
Lo “triste” es que muchas de esas personas geniales, incluyendo parientes, tendrían que estar consideradas estadísticamente entre los grupos humanos meta de la ayuda internacional al desarrollo (¡qué ostentoso suena, caramba!). Y es aquí donde sucede la ruptura que me está atragantando: soy parte de “ellos”, soy uno de “ellos” y hasta me sienta mal saberme tan lejos, pero debo “abstraerme”, como un ejercicio académicamente útil, que me igualará a mis compañeros de clase y me hará parecer menos tonta.
No estoy en contra de teorizar. Teorizar es interesante, divertido, es un buen ejercicio mental. Pero el respeto a realidades que he podido palpar y que son parte de mi sistema, no me permite fumar tranquila un porro y pensar que mis palabras en trance ayudarán a que Hilmer y mi tía QQ no se mueran de esa infección que tienen en los huesos. Y así con todos los chiquillos llamados Hilmer y todas las tías amorosas del mundo.
Un amigo ha estado satirizando mucho últimamente, vaticinándome un futuro espeluznante como “señorona oenegera”, de esas que usan gafas oscuras enormes y sólo suben a los cerros en Land Rover 4x4, dos veces más costosas que las de los “chulos” de la minera Yanacocha.
No lo culpo, es como casi todos terminan. Yo aún no consigo encontrar la utilidad totalmente positiva a muchas ONGs que conozco y siempre les “he dado por su lado” debido a que sé que de toda la cascada de dinero que llegará del extranjero, alguito, alguito quedará (y los comercios de los pueblitos se verán beneficiados por la presencia de ingenieros, médicos, maestros, biólogos, antropólogos, sociólogos y alguna comunicadora, todos profesionales A-1, sí señor).
Pero la desigualdad se hará más grande. El bodeguero de Chalaco, que nos alquilaba habitaciones casi en exclusividad, trataba muy mal a los campesinos que llegaban a venderle papas y tomates, les amenazaba y convencía de comprar sus productos a la mitad de los que ellos pedían (menos de 25 céntimos de dólar el kilo).
Y cuando la niña tonta denunciaba el hecho ante sus superiores, la respuesta era contundente: el respetable don Perico de los Palotes nos brinda habitaciones limpias y entrega factura, que nos lo pide la Agencia Española de Cooperación Internacional. No se diga más. ¡Vaya usted a seguir tomando fotos de gente miserable para que los del Gobierno Vasco nos aprueben el nuevo proyecto y tengamos trabajo, faltaba más! (qué asco me doy a veces).
El mismo crecimiento económico desigual, a todo nivel. Modelo repetido, de pequeño a mayor y mayor y mayor y mayor. Metidos en el sistema estamos. Somos parte de la economía, somos parte de la injusticia y el mal reparto de los recursos, somos parte del hambre, la muerte y la tiranía, somos parte y… ¿No podemos hacer nada? Seguramente, sí. Soy partidaria de los aportes personalísimos, desde donde cada quien tiene la fortuna de estar. Pero para eso hay que tener conciencia… Difícil.
No se trata de salvar al mundo (ni de ayudar al mundo a salvarse a sí mismo). El mundo es una generalización, quienes trabajamos a diario y afectamos la realidad con nuestras acciones somos las personas. Rostros, nombres, miedos, mujeres, hombres. Gente. Poco a poco, aunque suene a cliché. Expandir hasta donde se pueda, ¿para qué más? Si quieres más, lánzate a la política y conviértete en un nuevo inútil.
¿Conclusiones? Soy demasiado dispersa y desordenada para atreverme a concluir nada. Además, en mi "País Feliz" siempre será demasiado pronto para DEFINIR, con puntos, comas y valoraciones éticas. Cuestión de seguir…
Eso sí, luego de esta experiencia tendré un nuevo pesar: realmente me dolerá pensar en cómo se está utilizando el dinero de los españoles y españolas, llevado a los proyectos de desarrollo. No creo que les guste mucho saber de las Land Rover. ¿Que tienen dinero? Pues no más que yo en Perú, medianamente (aquí no tengo un duro y aún no lo paso mal, lo cual evidencia lo bien que me están tratando, vaya).
Bueno, no se diga más. Aquí, una banda de punk "sano", cortesía de mi buen Ernesto, contando en pocos minutos el sistema de descentralización de la producción masiva imperante en Estados Unidos (y demás países industrializados). ¡Que se jodan los pobres, a fin de cuentas, nadie les va a hacer caso cuando empiecen a protestar!. Sí… Seguro. Ya NOS quiero ver…
.
Mientras tanto, a terminar el trabajito éste, que ya casi es día de entrega.
Comentarios
Lo feo, es tanto la postura de ambos extremos, tanto de los europeos "conmovidos" (ademas de eurocentricos) como las ONGs esas... Aaaayyy
Lo bueno : tu, que puedes ver lo que hay entre ambos extremos.
Y lo de banda sana? lo dices por la dieta que siguen estos chicos? :D Pense que el siguiente video que llegarias a postear seria el de Paramore..... jeje, pero ya que te gusto Rise Against supongo que te gustara lo bueno dejado por hacer.
no reniegue que cuando llegue transformada en una Angela linda, coordinadora de la cooperación vasca para Anchonga....podra contratarme para piloto de su Defender y al fin cumplire uno de mis sueños....
total, a los vascos y demas yerbas no les interesara mucho que el 95% de su aporte se gaste en camionetas, viajecitos y viáticos, en talleres de sensibilización en el swisshotel o en los delfines ni en tertulias en el san antonio o almuerzos en el astrid...
que la sigo queriendo tia
Si , soy yo. ;)