Dolor de cabeza
Llegué de Lima el lunes, después de una semana intensa, trabajando, corriendo de un lado para el otro, conociendo a mis socios y aliados en la capital, compartiendo con David todo lo que no se puede en el mes, soñando, buscando posibilidades de estar mejor, sonriendo, discutiendo, llamando por teléfono a los nuevos contactos, ubicándome con las combis, entrando en jeans a la sede de la Unión Europea, sólo para descubrir que el ambientillo diplomático-burócrata me deprime, conociendo una playa del sur, amante, estresada y feliz.
Fue una semana bien aprovechada, no lo puedo negar. Sin embargo, desde que llegué a Piura he sentido una sensación de tristeza en el corazón, que me alarma, pues no se trata del típico síndrome premenstrual que mensualmente me hace creer que el mundo se ha acabado.
Es… insatisfacción de seguir aquí, ganas de que toda labor conocida acabe de una vez, para empezar algo nuevo, con mejores perspectivas de vida… Ganas de creer que puedo estar un poquito estancada, deseos de vivir conociendo gente en las montañas, haciendo cosas bien hechas, con un total respaldo de que no hay otra opción que la correcta, sin favores, sin imágenes, sin intereses superiores.
He sentido deseos de convivir realmente con la gente que huele sucio, que viste sucio, que sonríe limpio y aprende con humildad. Estoy cansada de ser parte del sistema que avala injusticias. Trabajo de hormiga, calladito, es lo que quiero hacer. El ruido sirve para atraer la atención, quiero atención en cosas que valgan la pena. Una vez le pedí a Dios que me permitiera ser la voz de quienes temen levantarla, para pedir lo que por derecho les toca; los ojos de quienes, por costumbre, no ven que son dañados.
Seguiré tras eso, no quiero perder el rumbo, ni olvidarlo. He estado demasiado metida en lo “políticamente correcto” y, quizás Lima, quizás el amor, quizás las expectativas de mi madre, me han mostrado que puedo exprimirme más el cerebro y las energías, que ahora.
Amo a mi mamá por entenderme y sentirse orgullosa de mí. Amo a mis hermanos por ser buenos chicos y hacer lo que el corazón les dicta. Amo a mi padre, por haber sido un ser humano lleno de contrastes, por enseñarme a tolerar, respetar, trabajar, luchar y llorar. Amo a mis amigos, porque me quieren incomprensiblemente. Amo a mi David, porque me ama dejándome ser y quisiera viajar a cualquier punto del planeta, con él.
He aquí el grupo de seres por los que no debo olvidar quién soy.
Estoy cansada, muerta de sueño y desanimada, pero ya falta poco y hay mucho por hacer. Espero que haya valido la pena, no tanto el trabajo institucional, sino las semillitas buenas que cada uno de nosotros, todo el equipo, haya podido sembrar en esas personas bellísimas, de voz bajita y marcado acento serrano. Que las cosas malas no echen raíces.
Quizás escriba un libro sobre esta experiencia en los próximos años.
El fin de semana veré a mi mamá y hermanitos, luego de muchos días ingratos. A fin de mes, veré otra vez a David. Es extraño y bonito sentirse así de incompleta por la distancia, y tan plena cuando está cerca. No voy a preguntarme más qué es lo que pasa, simplemente, lo viviré.
Muchas cosas… Hace mucho que no escribo sobre mi trabajo y los demás. Quiero darle un abrazo a mi comadre de 19 años, de Chalaco. Ella es feliz cuando estoy por allí, su hijita de 3 años me saluda cariñosa, me da besitos y juega a las carreritas.
En fin, seguramente otra vez me hace falta dormir. El ambiente en la oficina no ha sido agradable en los últimos días, el jefe está molesto y eso se siente en casa rincón… ¡Caray con estos jefes omnipresentes!
Sí, debo dormir. Y para ello, terminar con mis pendientes de hoy. Y limpiar mi casa. Y sonreír.
Fue una semana bien aprovechada, no lo puedo negar. Sin embargo, desde que llegué a Piura he sentido una sensación de tristeza en el corazón, que me alarma, pues no se trata del típico síndrome premenstrual que mensualmente me hace creer que el mundo se ha acabado.
Es… insatisfacción de seguir aquí, ganas de que toda labor conocida acabe de una vez, para empezar algo nuevo, con mejores perspectivas de vida… Ganas de creer que puedo estar un poquito estancada, deseos de vivir conociendo gente en las montañas, haciendo cosas bien hechas, con un total respaldo de que no hay otra opción que la correcta, sin favores, sin imágenes, sin intereses superiores.
He sentido deseos de convivir realmente con la gente que huele sucio, que viste sucio, que sonríe limpio y aprende con humildad. Estoy cansada de ser parte del sistema que avala injusticias. Trabajo de hormiga, calladito, es lo que quiero hacer. El ruido sirve para atraer la atención, quiero atención en cosas que valgan la pena. Una vez le pedí a Dios que me permitiera ser la voz de quienes temen levantarla, para pedir lo que por derecho les toca; los ojos de quienes, por costumbre, no ven que son dañados.
Seguiré tras eso, no quiero perder el rumbo, ni olvidarlo. He estado demasiado metida en lo “políticamente correcto” y, quizás Lima, quizás el amor, quizás las expectativas de mi madre, me han mostrado que puedo exprimirme más el cerebro y las energías, que ahora.
Amo a mi mamá por entenderme y sentirse orgullosa de mí. Amo a mis hermanos por ser buenos chicos y hacer lo que el corazón les dicta. Amo a mi padre, por haber sido un ser humano lleno de contrastes, por enseñarme a tolerar, respetar, trabajar, luchar y llorar. Amo a mis amigos, porque me quieren incomprensiblemente. Amo a mi David, porque me ama dejándome ser y quisiera viajar a cualquier punto del planeta, con él.
He aquí el grupo de seres por los que no debo olvidar quién soy.
Estoy cansada, muerta de sueño y desanimada, pero ya falta poco y hay mucho por hacer. Espero que haya valido la pena, no tanto el trabajo institucional, sino las semillitas buenas que cada uno de nosotros, todo el equipo, haya podido sembrar en esas personas bellísimas, de voz bajita y marcado acento serrano. Que las cosas malas no echen raíces.
Quizás escriba un libro sobre esta experiencia en los próximos años.
El fin de semana veré a mi mamá y hermanitos, luego de muchos días ingratos. A fin de mes, veré otra vez a David. Es extraño y bonito sentirse así de incompleta por la distancia, y tan plena cuando está cerca. No voy a preguntarme más qué es lo que pasa, simplemente, lo viviré.
Muchas cosas… Hace mucho que no escribo sobre mi trabajo y los demás. Quiero darle un abrazo a mi comadre de 19 años, de Chalaco. Ella es feliz cuando estoy por allí, su hijita de 3 años me saluda cariñosa, me da besitos y juega a las carreritas.
En fin, seguramente otra vez me hace falta dormir. El ambiente en la oficina no ha sido agradable en los últimos días, el jefe está molesto y eso se siente en casa rincón… ¡Caray con estos jefes omnipresentes!
Sí, debo dormir. Y para ello, terminar con mis pendientes de hoy. Y limpiar mi casa. Y sonreír.
Comentarios
Es todo un placer tener este blog, para q personas como tú, Ángel, me lean.
Un abrazo.