Me fui

Han sido tres días duros. Lo cierto es que no me planteé mudarme esta temporada, pues ya bastantes “líos” tenía encima para dejarles comerme el coco durante los próximos tres meses, pero afortunadamente (y recalco, AFORTUNADAMENTE) se dio la oportunidad-obligación de levantar vuelo y ocuparme de cosas básicas que acaban convirtiéndose en verdaderas muestras de amor de yo conmigo misma (simple instinto de conservación, dirán los “racionales”).

Lo bueno es que no tuve que sentirme culpable por tomar una decisión que implicase desequilibrar mi presupuesto quincenal, aunque ya la idea me estaba dando vueltas en la cabeza. Un día mi casero se acerca y, con tristeza, me dice: “Angelita, mi hija mayor vendrá a vivir aquí en junio, con mis nietos, y… y...”

“Y necesita que desocupe el sitio”, completé, con una sonrisa, animando al señor a no sentirse tan mal. Entonces, agradeciendo mi natural preferencia a esperar que me larguen, en todo sentido, para irme sin cargo de conciencia, y mis benditas y subjetivas ganas de producir adrenalina ante cualquier tipo de nueva “aventura” (que a fin de cuentas, de eso se tratan los cambios), empecé a recorrer urbanizaciones cercanas al sitio donde trabajo, hasta encontrar nuevo hogar.

Por fin llegué a algo que me gustó mucho. Más grande que el sitio anterior, un verdadero “minidepa”. Bonito, más caro, pero se justifica con que no gastaré en taxis. A instalarme, implementarlo y ponerme a cocinar, como toda una ama de casa (de MI casa).

Fueron tres días de mudanza intensos, parecía de nunca acabar. Gracias al Cielo, tengo amigos muy buenos (y lo suficientemente fuertes para ayudarme a cargar por escaleras muebles, cajas, mochilas, maletas…)

Ayer fue el último día, me tocó limpiar minuciosamente el sitio que dejaba, donde viví los últimos 14 meses de mi vida de treintañera de 25 años. ¡Lo sucio que estaba! Y lo difícil que resultó sacar todas las estrellitas fosforescentes –obsequio de mi hermanito menor- del techo. Ya está todo, salgamos de aquí (mentira, olvidé mis botas marrones, suerte que ya me las han guardado).

Una última mirada. No más recuerdos, no señor, ni más evocaciones, ni voces grabadas en las paredes, ni sueños rotos, ni lecturas a medianoche, ni soledades compartidas y abandonadas a su suerte, ni música para disimular monólogos esquizofrénicos, porque la niña de la casa duerme al otro lado de la ventanita, ni ese rinconcito debajo de –donde estaba- mi banderola de MetallicA, en donde tú y yo nos besamos como si el mundo se nos fuera a acabar. Nada, y todo, porque el corazón sí me lo llevo conmigo, aunque la actualidad acaba siempre por velar lo que no es sano rememorar.

A despedirme de los vivos. Comprendí que tengo muy bien desarrollada cierta ingrata tendencia a no formar lazos, supongo que obtenida de la experiencia de mudarme constantemente, viajar, conocer gente, y decir adiós, tantas veces como aguante el alma y siempre prometiendo volver, algún día… Y tampoco es el fin, pues Miraflores no queda lejos de Angamos, y llegaré algunas veces a comer donde mis primas, que viven sólo unas casas más allá.

“Hasta luego, Angela. Ojalá puedas volver a quedarte aquí, has sido realmente una linda compañía y la mejor inquilina que hemos tenido, no podemos quejarnos de nada. Que te vaya muy bien”. Es que no gustar de juergas tiene sus ventajas, pero no por eso he dejado de pegarme algunas tranquilas bombas, en plan cuatro gatos, que hay algunas conmemorativas botellas de vino para comprobarlo.

Y bueno, ya estoy aquí, en MI sitio, otra vez… Un momento, falta algo. Sí, el póster de Kurt, justo sobre el planchador. Ya tomaré una foto. Ahora sí es MI sitio, y nuevo, y limpio. ¿Qué puedo decir? Me siento bien de estar aquí.

Además, es un lugar cómodo, acogedor y suficientemente espacioso como para que mamá y hermanos pasen conmigo los fines de semana… ¡Hay hasta cocina!

Claro, ahora estoy quebrada y con la tarjeta de débito extraviada (además de “pérdida o robo” debería haber un rubro que contemple “estupidez”… ¡Mira que olvidarla en el cajero!). Pero ya está resuelto eso también, y fue una bendición, porque el desembolso de CTS que pensaba hacer para pagar una garantía al final no fue necesario (los nuevos caseros me han visto tal cara de angelito, que ya empezaron a confiar en mí… aunque mucho ayudó que uno de los taxistas regulares de Miraflores, esos que todo lo ven y todo lo saben, le haya hablado de lo bien que me comporté con mis antiguos caseros a la señora de ahora… ¡Es que mi Ángel de la Guarda es un maestro!).

Y bueno, estoy contenta.

Carlita, David y Yuri, esto es para ustedes. Muchachos, son los mejores. Mil gracias por todo el apoyo.

Paz.


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P.D.: Tienes razón, Ángel, la gata debe estar feliz con mi partida, jejejejeje… pobre.

Comentarios

SERGIO dijo…
Coincidencia. Tambien me he mudado esta semana, y no sabes lo duro que ha sido. Hasta hoy no encuentro mis medias :-/

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