El Bautizo
Un día llegué a casa llorando, porque mi abuela de turno había estado fastidiándome con la cantaleta de siempre: “Estás mora, estás mora, estás mora, el diablo te va a llevar”. Eso, más mi inscripción e ingreso con el primer lugar en un reconocido colegio católico de Sullana-city, obligaron al trío de reverendas ovejas negras de sus respectivas familias (o sea, mamá, papá y yo, por herencia), a tomar una decisión urgente: hay que bautizar a la niña.
Tenía 5 años, casi 6, y una férrea convicción de “chiquivieja” de que mis pecados de entonces no eran lo suficientemente grandes para merecerme el infierno, en caso muriera, y de que estaba mal usado el término “moro” como despectivo, puesto que así llamaban los españoles medievales a los árabes musulmanes (esos morenotes guapos de las películas “de romanos”), y ser musulmán no te condenaba al infierno, como mis tantas abuelas pretendían hacerme creer.
Pero bueno, pese al soporte moral de mis padres, estaba demasiado pequeña para aguantar aquello que entonces aún no conocía con el nombre de “presión social”, ergo, que me bauticen, para que mis abuelas me dejen en paz, mis padrinos me den regalos y haya brindis con mucha comida.
Los más viejos y las más viejas de casa me convencieron para comportarme todo el día como un verdadero angelito. Ya que Dios entrará hoy a tu corazón, tienes que ser la más buena de las niñas, para que no se moleste contigo. Ya que hoy quedarás limpia del Pecado Original (Eva, mujer mala, muy mala), debes demostrar a Dios que eres merecedora de ser una cristiana (Jesusito de mi vida, fuiste niño, como yo…). Mira, ya la van a bautizar por fin, a ver si se le sale de una vez el diablo (¿quién pidió opinión a los vecinos?) Ten cuidado, Angelita, porque como hoy te convertirás en hija de Dios (¿y qué he sido desde que nací hasta hoy?), seguramente el demonio estará envidioso y verá el modo de tentarte. Debes portarte bien.
Lo cierto es que llegué a pensar que al echarme en la cabeza el agua bendita habría una especie de transfiguración luminosa que me cegaría. La idea de que un horrible bicho rojo con cuernos y cola puntiaguda salga de mi pecho, quemándose y huyendo por todo el altar de la Iglesia Matriz, también cruzó por mi mente. Muy preocupada, fui donde el único hombre que podía disipar mis dudas y asegurarme protección incondicional: mi papá, quien sin hacer notar mucho su escepticismo para con ciertas normativas católicas, me explicó la naturaleza exagerada de todas las afirmaciones oídas, y hasta llegamos a la conclusión de que tanta prudencia era sólo para asegurar que me quede sentada en un solo lugar, sin correr el riesgo de ensuciar mi lindo vestidito blanco.
Recuerdo claramente la ceremonia, niños de varias edades, malcriados, llorando toda la misa, velitas prendidas, yo con dos lacitos de esos redondos de encajes en la cabeza, experimentos de madre joven (quizás recordando a sus muñecas), cuando las hijas están chiquitas y no se pueden defender. El padre que la ofició hablaba raro, como en esas pelis “de romanos” donde salían mis muy guapos y mal ponderados moros. Es que es español, hijita. Ah… ¿O sea que él es del país de donde vino Cristóbal Colón, cuando descubrió América? Sí… ¿Y él vino con ellos? No, no es tan viejo… ¿Entonces él ya vino en avión? Por favor, cállense los dos. Ya, mamá.
Cuando el cura me hizo la señal de la cruz, con ceniza, imaginé ardor y me quedó la sensación de tener un aspa en bajo relieve en la frente, hasta que el espejo destruyó mi primera fantasía estigmática. Respecto al agua, sé que hubo trabajo extra del pobre hombre que debió cargarme y ponerme al nivel de la pila bautismal, porque ya entonces estaba bastante gordita. Y claro, la nena sugestionada y con imaginación de futura novelista (antes de conocer el significado de la palabra “frustración”), sintió que realmente alguna especie de ángel había entrado en ella, y fue, más que nunca, una verdadera y levitante “Hija de Dios”. Eso, hasta el brindis y la fiesta…
Siempre que había reunión familiar bipolar (o sea, familia del padre y familia de la madre), nos juntábamos todos en casa de la Mami Fila, que era más grande y de material noble, o sea, con más “caché”, para que los sobrinos banqueros, tíos terratenientes y demás yerbas se sientan cómodos, y todos bajo en “anfitrionato” de la Mami Fila. Claro, eso en teoría, porque a la hora de la hora, las criollísimas hermanas Coronado de la calle Callao, familia materna, se adueñaban de la cocina y entre todos los dispares invitados armaban tal jarana de sanjuanitos, huayno, trova y rock, que daban ganas de nunca acabar la cosa, pese a que los niños, niñas y pre adolescentes de la familia acabábamos siempre rezagados al patio central, en una mesa horrible pero bien arregladita para la ocasión, con tenedores de plástico y mandiles anti desastres nucleares.
Yo, para la segunda presa de pavo y en pleno desconocimiento de la virtud de la templanza (es decir, con ganas de pedir una tercera presa), aún estaba creyéndome eso de que Dios me había tocado justo ese día, y no ningún otro. Entonces, con mis alitas de ángel enano totalmente desplegadas, mi estigma en la frente, un místico mutismo y siempre andando en el aire, llegué hasta la sala, exclusividad de los “mayores”, y sin mayor explicación me senté entre papá y algún invitado, para compartir la cena con ellos.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac… (Siempre estos silencios, ¡siempre, siempre, siempre!)
¿Qué haces aquí, niña? ¿No ves que este lugar es para los adultos? ¡Te vas a ensuciar si no comes en la mesa! –No fue la Mami Fila, alguna de sus primas quizás sí- Pero quería estar aquí con ustedes… Además, están celebrando mi bautizo… (Tal vez ese fue el inicio de una larga lucha contra todo)
Sé que tensé a la gente, pero papá no se inmutó. Me dejó quedarme a su lado, imagino que tan contento como cualquiera de nosotros cuando nuestro hermano menor nos joroba el plan de chupar a gusto con los amigos, pero aguantando, como hombre de 30 años y padre de una niña de 5, casi 6. Sostuve la cantaleta del bautizo, celebración por mí, tengo derecho a estar en la fiesta, hasta que pude conocer a todos los adultos del lugar, la mayoría medianamente desconocidos.
Saludé a uno por uno. Mi madrina, Amanda, me regaló una muñeca que debió gustarme mucho, aunque prefería una Barbie (sí, tal como lo leen). Mi padrino, de cuyo nombre prefiero no acordarme, una tarjeta de ahorros, de esas del Banco Popular, donde yo no ahorraría ni un sol, sino papá y mamá, para luego poder pagarme los útiles escolares y cosas de esas. Debí poner una cara nada angelical y desinteresada cuando el padrino me la entregó, pues papá se apresuró a abrirla para explicarme que aquello… ¡Qué lindo, tiene dibujitos en colores! ¡Mi padrino me ha regalado una libretita para dibujar!... No, Angelita, no, no es para dibujar, es para que aquí vayas poniendo tus platita y… Todo el rollo.
Bueno, a partir de ese día, en cada celebración donde la Mami Fila, si era para los niños, nos traían a la sala y no nos volvían a relegar al patio. Senté un precedente, ni más ni menos, y por muchos años, me sentí orgullosa de ello.
Curioso recordar mi bautizo a estas alturas, cuando con 24 años llevo encima la vergüenza de no haber hecho la Confirmación, primero porque no se me daba la gana pasar los domingos por la mañana mirando chicos, que la preparación para eso era, una alcahuetería total. Segundo, porque aún ahora y con lo creyente que soy, no le encuentro sentido a algunos ritos, y no estoy para confirmar nada.
Post Data: Unos días antes de cumplir 15 años mandé a mi padrino muy a la mierda porque le escuché hablar mal, mal, mal de mi papá, y aunque mocosa, india, malcriada y todo, a mi viejo le debo lealtad, y no voy a respetarte nomás porque eres mi padrino, pues mi padre es más importante que tú, y al carajo conmigo si con esto me estoy ganando mil veces el infierno, ¡hipócrita!
Y es que uno nunca sabe a dónde te llevará la vida, por mucho que te lo pienses antes de empezar a vivirla, ¿verdad?
Tenía 5 años, casi 6, y una férrea convicción de “chiquivieja” de que mis pecados de entonces no eran lo suficientemente grandes para merecerme el infierno, en caso muriera, y de que estaba mal usado el término “moro” como despectivo, puesto que así llamaban los españoles medievales a los árabes musulmanes (esos morenotes guapos de las películas “de romanos”), y ser musulmán no te condenaba al infierno, como mis tantas abuelas pretendían hacerme creer.
Pero bueno, pese al soporte moral de mis padres, estaba demasiado pequeña para aguantar aquello que entonces aún no conocía con el nombre de “presión social”, ergo, que me bauticen, para que mis abuelas me dejen en paz, mis padrinos me den regalos y haya brindis con mucha comida.
Los más viejos y las más viejas de casa me convencieron para comportarme todo el día como un verdadero angelito. Ya que Dios entrará hoy a tu corazón, tienes que ser la más buena de las niñas, para que no se moleste contigo. Ya que hoy quedarás limpia del Pecado Original (Eva, mujer mala, muy mala), debes demostrar a Dios que eres merecedora de ser una cristiana (Jesusito de mi vida, fuiste niño, como yo…). Mira, ya la van a bautizar por fin, a ver si se le sale de una vez el diablo (¿quién pidió opinión a los vecinos?) Ten cuidado, Angelita, porque como hoy te convertirás en hija de Dios (¿y qué he sido desde que nací hasta hoy?), seguramente el demonio estará envidioso y verá el modo de tentarte. Debes portarte bien.
Lo cierto es que llegué a pensar que al echarme en la cabeza el agua bendita habría una especie de transfiguración luminosa que me cegaría. La idea de que un horrible bicho rojo con cuernos y cola puntiaguda salga de mi pecho, quemándose y huyendo por todo el altar de la Iglesia Matriz, también cruzó por mi mente. Muy preocupada, fui donde el único hombre que podía disipar mis dudas y asegurarme protección incondicional: mi papá, quien sin hacer notar mucho su escepticismo para con ciertas normativas católicas, me explicó la naturaleza exagerada de todas las afirmaciones oídas, y hasta llegamos a la conclusión de que tanta prudencia era sólo para asegurar que me quede sentada en un solo lugar, sin correr el riesgo de ensuciar mi lindo vestidito blanco.
Recuerdo claramente la ceremonia, niños de varias edades, malcriados, llorando toda la misa, velitas prendidas, yo con dos lacitos de esos redondos de encajes en la cabeza, experimentos de madre joven (quizás recordando a sus muñecas), cuando las hijas están chiquitas y no se pueden defender. El padre que la ofició hablaba raro, como en esas pelis “de romanos” donde salían mis muy guapos y mal ponderados moros. Es que es español, hijita. Ah… ¿O sea que él es del país de donde vino Cristóbal Colón, cuando descubrió América? Sí… ¿Y él vino con ellos? No, no es tan viejo… ¿Entonces él ya vino en avión? Por favor, cállense los dos. Ya, mamá.
Cuando el cura me hizo la señal de la cruz, con ceniza, imaginé ardor y me quedó la sensación de tener un aspa en bajo relieve en la frente, hasta que el espejo destruyó mi primera fantasía estigmática. Respecto al agua, sé que hubo trabajo extra del pobre hombre que debió cargarme y ponerme al nivel de la pila bautismal, porque ya entonces estaba bastante gordita. Y claro, la nena sugestionada y con imaginación de futura novelista (antes de conocer el significado de la palabra “frustración”), sintió que realmente alguna especie de ángel había entrado en ella, y fue, más que nunca, una verdadera y levitante “Hija de Dios”. Eso, hasta el brindis y la fiesta…
Siempre que había reunión familiar bipolar (o sea, familia del padre y familia de la madre), nos juntábamos todos en casa de la Mami Fila, que era más grande y de material noble, o sea, con más “caché”, para que los sobrinos banqueros, tíos terratenientes y demás yerbas se sientan cómodos, y todos bajo en “anfitrionato” de la Mami Fila. Claro, eso en teoría, porque a la hora de la hora, las criollísimas hermanas Coronado de la calle Callao, familia materna, se adueñaban de la cocina y entre todos los dispares invitados armaban tal jarana de sanjuanitos, huayno, trova y rock, que daban ganas de nunca acabar la cosa, pese a que los niños, niñas y pre adolescentes de la familia acabábamos siempre rezagados al patio central, en una mesa horrible pero bien arregladita para la ocasión, con tenedores de plástico y mandiles anti desastres nucleares.
Yo, para la segunda presa de pavo y en pleno desconocimiento de la virtud de la templanza (es decir, con ganas de pedir una tercera presa), aún estaba creyéndome eso de que Dios me había tocado justo ese día, y no ningún otro. Entonces, con mis alitas de ángel enano totalmente desplegadas, mi estigma en la frente, un místico mutismo y siempre andando en el aire, llegué hasta la sala, exclusividad de los “mayores”, y sin mayor explicación me senté entre papá y algún invitado, para compartir la cena con ellos.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac… (Siempre estos silencios, ¡siempre, siempre, siempre!)
¿Qué haces aquí, niña? ¿No ves que este lugar es para los adultos? ¡Te vas a ensuciar si no comes en la mesa! –No fue la Mami Fila, alguna de sus primas quizás sí- Pero quería estar aquí con ustedes… Además, están celebrando mi bautizo… (Tal vez ese fue el inicio de una larga lucha contra todo)
Sé que tensé a la gente, pero papá no se inmutó. Me dejó quedarme a su lado, imagino que tan contento como cualquiera de nosotros cuando nuestro hermano menor nos joroba el plan de chupar a gusto con los amigos, pero aguantando, como hombre de 30 años y padre de una niña de 5, casi 6. Sostuve la cantaleta del bautizo, celebración por mí, tengo derecho a estar en la fiesta, hasta que pude conocer a todos los adultos del lugar, la mayoría medianamente desconocidos.
Saludé a uno por uno. Mi madrina, Amanda, me regaló una muñeca que debió gustarme mucho, aunque prefería una Barbie (sí, tal como lo leen). Mi padrino, de cuyo nombre prefiero no acordarme, una tarjeta de ahorros, de esas del Banco Popular, donde yo no ahorraría ni un sol, sino papá y mamá, para luego poder pagarme los útiles escolares y cosas de esas. Debí poner una cara nada angelical y desinteresada cuando el padrino me la entregó, pues papá se apresuró a abrirla para explicarme que aquello… ¡Qué lindo, tiene dibujitos en colores! ¡Mi padrino me ha regalado una libretita para dibujar!... No, Angelita, no, no es para dibujar, es para que aquí vayas poniendo tus platita y… Todo el rollo.
Bueno, a partir de ese día, en cada celebración donde la Mami Fila, si era para los niños, nos traían a la sala y no nos volvían a relegar al patio. Senté un precedente, ni más ni menos, y por muchos años, me sentí orgullosa de ello.
Curioso recordar mi bautizo a estas alturas, cuando con 24 años llevo encima la vergüenza de no haber hecho la Confirmación, primero porque no se me daba la gana pasar los domingos por la mañana mirando chicos, que la preparación para eso era, una alcahuetería total. Segundo, porque aún ahora y con lo creyente que soy, no le encuentro sentido a algunos ritos, y no estoy para confirmar nada.
Post Data: Unos días antes de cumplir 15 años mandé a mi padrino muy a la mierda porque le escuché hablar mal, mal, mal de mi papá, y aunque mocosa, india, malcriada y todo, a mi viejo le debo lealtad, y no voy a respetarte nomás porque eres mi padrino, pues mi padre es más importante que tú, y al carajo conmigo si con esto me estoy ganando mil veces el infierno, ¡hipócrita!
Y es que uno nunca sabe a dónde te llevará la vida, por mucho que te lo pienses antes de empezar a vivirla, ¿verdad?
Comentarios
www.impazziti.tk
www.motsmots.tk
Www.muzzik.tk
Saludos
Tu micróbica alma gemela.
Tanta webada para terminar mis dias metidazo en el Scarlet encima de Katiuskita la sacaconejos...
Esto es vida...
Un abrazo, Angela. Muy buen post!!!
Luego, la verdad es que me alegra estar bautizada y todo el rollo, pero me encantaría que todo esto sea más una cuestión "face to face" con Dios, en lugar de darle tanta importancia a la "ceremonia pública"...
Y eso.