Ay, esos bolis...


El asunto es el siguiente: estoy a punto de permitirme generar un oscuro prejuicio contra los bolivianos, a partir de una serie de juicios reales a los que he llegado en estos meses de convivencia con una pareja de cruceños.

No son mala gente, pero viven sobreviviendo en la ilegalidad y eso implica reducir al mínimo los servicios de habitación, por el máximo costo razonable.

La situación no es infrahumana, por cierto. Digamos que no vivo en un “piso-patera” y el lugar es bonito. Sin embargo, luego de haber compartido casa con españoles, manteniendo siempre relaciones democráticas y responsabilidades horizontales (pese a un par de neuróticas, para matizar), me vine a meter en una especie de “pensión universitaria”, donde los patrones son dueños del salón, la tele, y todos los servicios del lugar.

Es un negocio bastante usual: ellos consiguen un piso de tres habitaciones, por un precio “razonable” (dicen que 800 euros al mes, a saber) y subarriendan a dos o tres inquilinos, por 250 ó 300 euros cada habitación. Algunos llegan a meter hasta 10 personas y, aún así, el costo suele ser desorbitado. Afortunadamente, éste no es el caso.

Entonces bien, el moro, el joyero y yo pagamos, en total, 600 euros, con lo cual, los “dueños” cubren sólo el 25%, más los servicios.

Ahora, la “letra pequeña” del contrato:
  • El teléfono fijo es sólo del matrimonio.
  • El salón es territorio del matrimonio. Si quieren, pueden encerrarse días enteros. A veces “invitan” a pasar a los demás, pero se reservan el derecho a echarnos si, por ejemplo, quieren hablar por teléfono.
  • Tienen servicio de cable, teléfono e Internet, sin embargo, sólo encienden el WiFi cuando ellos quieren ver televisión. Los de la ONGD me dejaron un portátil tres fines de semana, para avanzar con mis diseños, y la doña me aclaró que “la habitación no se alquila con Internet”, que “el router gasta corriente y el ordenador también”. He de mencionar que ellos no tienen computadora.
  • No encienden la calefacción, porque dispara el precio de la luz. Recomiendan que “hay que abrigarse bien”.
  • Las habitaciones no vienen con sábanas, ni frazadas.
  • Pese a que los inquilinos “no debemos asumir el lugar como un piso compartido”, sí se nos exige apechugar y responder por las subidas de la cuota de la comunidad y los servicios.
Por cierto, no hay contrato, pues los dueños están aspirando a recibir ayudas sociales y no pueden registrar a otras personas en la vivienda que ocupan. Eso nos deja a los demás sin empadronamiento, por tanto, sin posibilidad de acceder a diversos servicios públicos a los que tenemos derecho por el sólo hecho de estar dejando el pellejo aquí.

Vamos a aclararnos un poco: la situación de los extranjeros no está para mezquindades y oportunismos, sino más bien debería animarnos a fortalecer lazos de solidaridad. El trato con los señores del piso no es malo, pero sí inestable, adaptable a sus intereses y conveniencias, según la necesidad. Y yo estoy un poco harta del discurso de “colaboración recíproca”, que no es sino un intercambio de favores, una especie de “te ayudo para que me ayudes”, “te sostengo y retengo con regalías, para que sigas pagándome puntualmente, mes a mes, pero no reconozco tus derechos más básicos”…

Se quejan de pobres y por sus manos circula mucho más dinero del que yo puedo haber tenido desde que llegué a Bilbao. Encargan joyas de 200 euros, compran mercadería, envían remesas de 400 euros a Bolivia, y no precisamente para mantener a la mamá enferma…

Como no es una “opresión sistemática”, puedo pasar los días con buen humor (y encender mi radiador de luz alógena 20 minutos cada dos noches, sin que se enteren, o tendré la culpa de la muerte de Jesucristo, joder). Pero he decidido, entre otras cosas, no hacer limpieza a profundidad de las zonas compartidas, sino sólo lo que ensucio… ¿O acaso en las pensiones universitarias la gente se pone de acuerdo para asear el baño común los fines de semana? ¿No se hace cargo de eso la casera? Pues lo mismo.
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Mientras no nos muramos de frío, todo estará bien (y ya queda poco).

El otro día le dije al joyero, también cruceño, que “nunca más en mi vida me metería a vivir con bolivianos”. Él, con paciencia y tolerancia, como corresponde a un buen cohabitante, observó que “no todos los bolivianos somos iguales, Angelita”, a lo que yo repuse: “¡Pero si así son ustedes, los de Santa Cruz, que se jactan de ser lo más elevado de su país, cómo serán los demás!”. Reímos.
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Buen tipo, el joyero, muy vivido. Es agradable conversar con él, salvo cuando se pone "clasista" y, al igual que el matrimonio, empieza a despotricar de “los collas”, esa “indiada ignorante” que ha reelegido como presidente al “indio bruto ese, que ni secundaria tiene”…

Homo homini lupus est
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Acotación necesaria:

Desde que llegué aquí sólo he tenido trato con una señora de los alrededores de La Paz, en el altiplano boliviano. Indígena quechua y portadora del mal de Chagas. Trabajadora. Asumió la noticia de su enfermedad con mucha tranquilidad (estábamos juntas en Médicos del Mundo) y su preocupación inmediata fue si acaso sus hijos tendrían lo mismo.

Hay gente para todo…

Comentarios

Ernesto dijo…
Suerte de que no sean precisamente muy dados al uso de Internet.... ;)

Pero que carajo... queda poco y bien que estas cosas se digan en voz alta y clara.

Es feo cuando quienes se quejan de estar supuestamente en necesidad y quieren "ayudas" no vacilen en apretar a los que los rodean.

Se sentiran muy bien consigo mismos al decir que no hacen piso patera "como otros", pero lo que no dicen es que esas no son las condiciones usuales bajo las que se suele alquilar una habitacion, no señor.

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