Su mamá y su papá
Para quedar bien en cualquier situación, debería existir una especie de “código de conducta” dirigido personas con poca capacidad de socialización convencional. Gente de mi especie, a quienes, pese a poseer potencial para hacer buenos amigos y caer bien a personas inteligentes y sencillamente buenas (modestia aparte), se nos hace muy difícil introducirnos en el mundillo particular de las familias de nuestr@ novi@.
Una barrera invisible, pero evidente
Quizás es el tipo de mirada que recibe “esa chica con la que mi hijo está saliendo”, cordialmente amable, pero inevitablemente inquisidora.
Puedo decir, antes de profundizar en el tema, que fui una niña muy querida y apreciada por las madres de dos ex enamorados. Tal vez por ser mujeres, tal vez por ser artistas, tal vez porque necesitaban de un par de ovarios que las escucharan, pues toda su prole fue masculina, tal vez porque eran tan inteligentes y sencillamente buenas como las personas que suelen simpatizar conmigo.
Sin embargo, era inevitable que estuvieran en posición de “observadoras”, haciendo el complemento de equilibrio con sus esposos, liderando a todo el sector familiar “de él”, mirando atentamente cada paso de esa jovencita que ha osado mirar al niño lindo de la familia (principal error personal de elección: fijarme siempre en el menorcito de la manada, que, por azares del destino, era de mi edad).
Entonces, no sólo he sido “la novia del niño”, sino “la novia del niño menor”, cosa que me convirtió en una especie de muñeca piloto, siempre a prueba.
Pésimo para mi temperamento y mi razón de ser en este mundo: soy la mayor de tres hermanos y el que me sigue, tiene 15 años (yo, 27). Madre viuda. Afortunadamente, mi padre tuvo tiempo de enseñarme a trabajar antes de morir, desde que esta señorita andaba en los 13, por lo tanto, en mi relación con mis queridos enamorados siempre se generó un conflicto difícil de remediar: dejé se ser una niña bastantes años antes que ellos.
Una barrera invisible, pero evidente
Quizás es el tipo de mirada que recibe “esa chica con la que mi hijo está saliendo”, cordialmente amable, pero inevitablemente inquisidora.
Puedo decir, antes de profundizar en el tema, que fui una niña muy querida y apreciada por las madres de dos ex enamorados. Tal vez por ser mujeres, tal vez por ser artistas, tal vez porque necesitaban de un par de ovarios que las escucharan, pues toda su prole fue masculina, tal vez porque eran tan inteligentes y sencillamente buenas como las personas que suelen simpatizar conmigo.
Sin embargo, era inevitable que estuvieran en posición de “observadoras”, haciendo el complemento de equilibrio con sus esposos, liderando a todo el sector familiar “de él”, mirando atentamente cada paso de esa jovencita que ha osado mirar al niño lindo de la familia (principal error personal de elección: fijarme siempre en el menorcito de la manada, que, por azares del destino, era de mi edad).
Entonces, no sólo he sido “la novia del niño”, sino “la novia del niño menor”, cosa que me convirtió en una especie de muñeca piloto, siempre a prueba.
Pésimo para mi temperamento y mi razón de ser en este mundo: soy la mayor de tres hermanos y el que me sigue, tiene 15 años (yo, 27). Madre viuda. Afortunadamente, mi padre tuvo tiempo de enseñarme a trabajar antes de morir, desde que esta señorita andaba en los 13, por lo tanto, en mi relación con mis queridos enamorados siempre se generó un conflicto difícil de remediar: dejé se ser una niña bastantes años antes que ellos.
El mundo de cada quién
No quiero echarme lauros, definitivamente tenía idea de cómo sobrevivir sola en el mundo y de las responsabilidades familiares que me place tener, aunque siempre hay retos nuevos que, antes de ser asumidos, dan un poco de miedo. La confianza en uno mismo, en los planos profesional y personal, es una virtud que se cultiva y cuida, crece con el tiempo y la seguridad que uno va obteniendo al caminar.
Hace tres años, por ejemplo, ni siquiera habría pensado en dejar un trabajo seguro y en planillas, para salir a buscarme la vida por ahí.
Sin embargo, en temas de relaciones amorosas era un cero a la izquierda. Sólo sabía querer, pero no hasta qué punto era aconsejable, ni controlar ciertas sensaciones, ni guardar ciertas formas. Mucho menos desenvolverme apropiada y cómodamente en medio de la familia de mi chico.
No soy un vikingo antes de las 12 de la noche (luego de esa hora y con un pollo a la brasa en frente, me transformo por completo, pero no es el punto). No me refiero a esa clase de errores o mala educación, sino a convertirme, de un momento a otro, en: “ella, la enamorada de Menganito”, y eso, sólo eso, nada más que eso.
Descubrí, en un pestañeo, que el valor agregado de cualquier ser humano carece de total importancia cuando es juzgado desde la perspectiva de otra persona, su pareja. Y claro, que cualquier ser humano, sea cual sea su valor agregado, será tratado del mismo modo que su pareja. Esto, básicamente en un grupo social medio - conservador, pero es perfectamente extensivo a cualquier nivel.
Entonces, no sólo dejé de tener personalidad para muchos y pasé a ser “la enamorada de”, sino además empecé a recibir un trato de niña pequeña, que hace mucho mi madre y mi familia entera dejaron de darme.
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Mi influencia familiar
No vengo de un grupo familiar muy unido, para ser sincera. Mis padres, “ovejas negras” de sus respectivas familias, se aislaron mucho de fiestas y tradiciones, desde que se casaron. Eso no quiere decir que no se ayuden entre sí. Existen lazos solidarios muy fuertes, pero también mucha libertad de acción. Mamá y papá nunca participaron en sesiones familiares para resolver problemas generales, aunque el resto de parientes se reunieran muchas veces para decidir el destino de ambos, el mío y hasta el de mis hermanos (“Bien, ya tienes dos hijos, debes ligarte las trompas”… “¿Cómo?, ¿Embarazada otra vez? ¿Y cómo piensas mantener a un tercer niño? Ni hablar, aún está pequeño, puedes abortarlo”).
La consecuencia es que parieron a seres desarraigados e independientes. Mis hermanos, aunque pequeños, ya muestran claros signos de ser capaces de ir por el mundo sin que nadie les cuide, pero ruego a Dios para que tarden algunos años más en abrir las alas.
Aprendí a querer a cada ser humano de mi amplia familia por separado y comprender el estilo particular de la tía tal o la abuela cual, los conflictos ideológicos y políticos, el concubinato, la envida y el odio que puede surgir por la ambición de herencias, entre otros.
Respeto los lazos familiares y quiero mucho a los parientes buenos, pero… Nunca les he permitido decidir mi vida. Y me he equivocado muchísimo, sin embargo, siento gran satisfacción al ver lo conseguido y los planes futuros que voy armando, conforme camino. Sé que muchas personas de mi edad, ahora mismo, se encuentran en posición parecida. Eso me alegra. Y también me alegra ver con tanta claridad que cada quién llegó hasta donde está siguiendo su propia ruta, adaptándose a sus circunstancias y afrontando muy particulares problemas.
Esta riqueza es muy apreciada en la amistad, esta diferencia que complementa y hace funcionar a los equipos. Sin embargo, se convierte en un juego de alto riesgo en caso de las relaciones amorosas. Más aún cuando entra a tallar la familia.
Y es que es recomendable “conocer” muy bien a la persona que se ama. Sin embargo, ese “conocer”, según puedo verlo, está muy mal interpretado. Un chico de mi edad me dijo hace poco que le era sumamente importante poder ser “amigo” de su chica, antes que cualquier otra cosa. Me pareció razonable, aunque un poco difícil de conseguir estando todo este asunto tan convencionalmente revuelto.
¿Y cómo son los amigos? Pues, para empezar, no se juzgan, sino se aman y se ayudan a ser mejores. Se perdonan los errores, se animan a enfrentar retos, se cuidan, se comprenden, comparten aficiones, metas, intereses y cariño. Los amigos no se hacen daño, sino bien, mucho bien.
Con una pareja, por supuesto, se busca compartir la vida (no sé si toda la vida, pero al menos sí el día a día, sin fecha límite y sin establecimiento de distancias convenientes, en un principio). Bueno, en tal caso, haría falta tener en cuenta otros detalles más específicos, que nos gusten o disgusten según nuestro propio temperamento y cómo hemos sido criados.
Ese conocimiento no se fuerza. Surge poco a poco, según el trato dentro de una relación de amistad, o en una propia relación de noviazgo, depende de cómo haya empezado todo: si con paciencia o por flechazo. Lo que hace válida una relación es que esta funcione bien, sin más.
Hasta aquí, lo que yo pienso. Lo que veo es que los padres siempre quieren “lo mejor” para sus hijos, y entre “lo mejor” podría estar acomodado, tranquilamente, lo que exige la sociedad en general: una profesión prestigiosa, una posición económica buena, una cara bonita, una serie de relaciones tales o cuales, más demás cosas accidentales que desde siempre han sido muy importantes, incluso más que las esenciales, tan venidas a menos ya.
Elementos de “juicio” y la importancia de coincidir en valores básicos
Es verdad que las diferencias educativas, sociales o hasta raciales suelen condicionar mucho el éxito o fracaso de una pareja. Pero no nos engañemos. Una pareja es asunto de dos personas, los terceros son eso, terceros. Pueden opinar con la mejor intención del mundo, pero seguir adelante, retroceder o romper, es cuestión sólo de “ese par”, nadie más. Si una relación no funcionó por diferencias profesionales o culturales, por ejemplo, no fue culpa de las diferencias en sí, sino de que él, ella o ambos no estaban preparados para afrontarlas. Tan simple como eso.
Por supuesto, también están los casos de jovencitos, jovencitas (y no tan jóvenes), que se encaprichan con amores dañinos o aman profundamente a personas que sólo les hacen sufrir. Bueno, siempre podemos equivocarnos, pero para eso existe la experiencia y las segundas, terceras, cuartas, quintas oportunidades. Es muy importante saber cuánto valemos, lo que somos capaces de hacer estando solos, nuestros objetivos de vida y el tipo de persona a la que nos gustaría querer. Eso es necesario antes de estrechar lazos e iniciar relaciones.
A mí me gustan los chicos que son capaces de tomar sus propias decisiones. Que aman a sus padres y los escuchan, pero no dependen de ellos (ni de su desinteresada colaboración económica) para decidir destinos, trabajos o amores. Quizás porque yo misma soy así. Mi madre respeta mucho mis afectos, pese a preocuparse por mi corazón, pues me ha visto llorar muchas veces. Ella nunca intentaría condicionar mi vida, pero, por supuesto, tampoco dejaría de advertirme si algo no le parece. Yo, a estas alturas, ya sé muy bien que los padres saben y hay que tomar en cuenta lo que dicen.
Pero no soportaré (nunca más) esas miradas inquisidoras y la amabilidad socialmente cordial que he “padecido” algunas veces, porque siento que estoy bastante grandecita para eso. Claro, lo que me toca es la responsabilidad de escoger un hombre que posea una formación similar, en aspectos de respeto, independencia y deberes. Es el único modo de asegurarme unos “suegros” comprensivos y respetuosos de lo que papá y mamá hicieron conmigo y viceversa, por supuesto.
El valor de la experiencia
Entonces, ¿es importante que los padres conozcan al novio de la hija, o a la novia del hijo? Sí, pero cuando la pareja de turno se trate de una elección razonable y amorosa del niño, ya crecidito, de la casa. Como dije antes, la opinión sincera y limpia de una madre (porque también hay opiniones sucias, aunque vengan de mamá) siempre es importante. Pero hay una cosa muy cierta: lo que más quieren los padres es ver que sus hijos estén contentos de verdad y sean felices. Con ese primer obstáculo superado, cualquier prejuicio es vencible, siempre y cuando la parejita esté bien segura de lo que quiere.
Lo demás es juego, convención social, comodidad propia de los noviazgos adolescentes, salvo que hayas sido criado según una tradición específica. Si participas de ello y bien, adelante. Si no, entonces ve a por lo que te hará feliz. Si tu chico o tu chica viene de “un ambiente diferente”, primero asegúrate de amarlo tanto como él te ama a ti, de modo que puedan ayudarse a superar cualquier complejo, sin insultarse o juzgarse. Yo, al menos, no sé si el amor puede funcionar de otra forma.
Comentarios
Admiro justamente esa capacidad de salir adelante tuya, cierto al final es cosa de la pareja, no de terceros. Lo que si reconoceras es que hay que tener mucho cuidado para manejar el limite entre la independencia y el enfrentamiento, lo malo es que hay veces en que no hay puntos medios lo cual es muy triste.
Causas, circunstancias, cada uno tiene las suyas, una relación es "juntar" mis circunstancias con las tuyas, y eso es complicado y duro, pero no imposible.
A tratar se ha dicho.
Nos leemos.
es muy cierto, una pareja no se consolida solamente por el amor puro, romantico y soñador....
es necesaria la concurrencia de una compatibilidad socio - cultural (en algunos casos económica, pero esta no es tan necesaria como las anteriores)
excepcionalmente....existen los Romeos y las Julietas.....pero, creo que, en la generalidad de los casos, se impone la razón sobre el corazon y el calzoncillo (más fácil sobre el corazón que sobre el muchacho)...
Dentro de una misma sociedad.....usualmente las relaciones que se formalizan son aquellas que tienen una aceptación tácita del entorno de ambos.....el dejo todo por mi amada....es muy poco probable....
Siempre hay soñadores idealistas....pero.......el mundo esta hecho, predominantemente, para bien o para mal, de conservadores tradicionalistas....
Si uno revisa la lista de todos los amigos que se han casado y evalua la compatibilidad socio - cultural, descubrirá que en la inmensa mayoria de los casos esta existe....
Un A se puede casar con una B y viceversa, pero dificilmente con una C y casi imposible e improbable con una D ó E. Y entre todos los segmentos sociales existen la preferencia por un matrimonio compatible
No existen las pobres pero honradas al momento de escoger a la pareja .... uno busca concordancia......
salvo gringos hippies en busca de su latina... por cierto, concordante en ambos sentidos..