Intro
Hombre, yo sé que eres el idiota más bueno del mundo, y yo soy la reina de las estúpidas. Vaya pareja. Pero bien, todo bien. Es decir, estoy un poco hecha mierda y sé que a ti no te gustaría verme así, pero eso no me preocupa, estás demasiado lejos y, aunque quieras, de todos modos no volverás a verme.
El fin de semana tuve miedo, ¿sabes? Es que aquello amargo que probamos juntos, o tú por tu cuenta y yo por la mía, porque en realidad así fue siempre, me gustó más de lo que esperaba. En realidad, me encanta, lo deseo con cada célula, aún más cuando sé que no lo tendré.
Hace unas cuantas madrugadas recobré el sentido, sintiéndolo latir en mi garganta. Pasó muchos días junto a mí la última vez, tantos que perdí la cuenta, aunque mi estado “automático” puso cara profesional y asistió al trabajo diariamente, horas más, horas menos, hay que avanzar y quedar bien, no hay mancha que valga en el CV, mucho menos en el nuestro, salvadores del mundo, idealistas de pacotilla, que apenas separan los sueños del delirium tremens.
¿Crees que soy dura? ¿Acaso no lo fuiste tú, varias veces, en aquellos días cuando jugábamos a querernos, sin querernos de verdad? Días que repito, por cierto, pero no duelen, ya no. Es… como si sólo unas pocas personas pudieran ahora remover algunas fibras humanas que quedan repartidas entre mi pecho y mi estómago. Y esas personas son buenas. Y esas personas besan mis ojos cada noche, desde donde están, para velar por mis sueños. Y esas personas me aman. Y yo… tal parece que me he propuesto decepcionarlas, aunque hace rato supe que debía mantenerme viva por mí misma, no por ellas.
No estoy triste, sólo quiero recriminar mi propia estupidez, a mí misma, aquí, donde me sea más íntimo y doloroso, donde sé que va a joder de verdad, en el orgullo, en el ego, en la bilis y en la genialidad en embrión, con riesgo de nunca llegar a desarrollarse por aquello amargo, por aquello que duele en la cerviz al día siguiente y para siempre, por eso que huele tan bien y cómo gusta, cómo gusta, carajo, al punto de arder en la yema de los dedos cuando sé, cuando sabes, que no pues, que ya estuvo bien de huevadas, que ya estamos grandes para vomitar y para creer que tenemos derecho a desgraciarnos más de lo que ya nos hemos desgraciado conociéndonos.
El fin de semana tuve miedo y me encerré en la madriguera pituca que nos hemos conseguido, aquí, donde todo es usual, sin embargo, tan nuevo. Y tú, quien quiera que seas, cabrón, ni siquiera te lo imaginabas, ni siquiera te interesaste en saber porqué o qué. Nada, pues. Necesitamos ayuda, cariño. Pero esta vez, yo soy primero, ¿vale?
El fin de semana tuve miedo, ¿sabes? Es que aquello amargo que probamos juntos, o tú por tu cuenta y yo por la mía, porque en realidad así fue siempre, me gustó más de lo que esperaba. En realidad, me encanta, lo deseo con cada célula, aún más cuando sé que no lo tendré.
Hace unas cuantas madrugadas recobré el sentido, sintiéndolo latir en mi garganta. Pasó muchos días junto a mí la última vez, tantos que perdí la cuenta, aunque mi estado “automático” puso cara profesional y asistió al trabajo diariamente, horas más, horas menos, hay que avanzar y quedar bien, no hay mancha que valga en el CV, mucho menos en el nuestro, salvadores del mundo, idealistas de pacotilla, que apenas separan los sueños del delirium tremens.
¿Crees que soy dura? ¿Acaso no lo fuiste tú, varias veces, en aquellos días cuando jugábamos a querernos, sin querernos de verdad? Días que repito, por cierto, pero no duelen, ya no. Es… como si sólo unas pocas personas pudieran ahora remover algunas fibras humanas que quedan repartidas entre mi pecho y mi estómago. Y esas personas son buenas. Y esas personas besan mis ojos cada noche, desde donde están, para velar por mis sueños. Y esas personas me aman. Y yo… tal parece que me he propuesto decepcionarlas, aunque hace rato supe que debía mantenerme viva por mí misma, no por ellas.
No estoy triste, sólo quiero recriminar mi propia estupidez, a mí misma, aquí, donde me sea más íntimo y doloroso, donde sé que va a joder de verdad, en el orgullo, en el ego, en la bilis y en la genialidad en embrión, con riesgo de nunca llegar a desarrollarse por aquello amargo, por aquello que duele en la cerviz al día siguiente y para siempre, por eso que huele tan bien y cómo gusta, cómo gusta, carajo, al punto de arder en la yema de los dedos cuando sé, cuando sabes, que no pues, que ya estuvo bien de huevadas, que ya estamos grandes para vomitar y para creer que tenemos derecho a desgraciarnos más de lo que ya nos hemos desgraciado conociéndonos.
El fin de semana tuve miedo y me encerré en la madriguera pituca que nos hemos conseguido, aquí, donde todo es usual, sin embargo, tan nuevo. Y tú, quien quiera que seas, cabrón, ni siquiera te lo imaginabas, ni siquiera te interesaste en saber porqué o qué. Nada, pues. Necesitamos ayuda, cariño. Pero esta vez, yo soy primero, ¿vale?
Es bueno saber, pese a todo, que somos fuertes. Es bueno saber que esto nos sirve para recuperar la humildad y dejar de juzgar, joputa, compañero querido, tú.
Comentarios
No quiero ser parte del "inconciente colectivo", he elegido un tipo de vida con mi razón, y la razón debe permanecer sana, para hacer las cosas bien, pese a la tendencia general.
Ay...
Descubrí, en un pestañeo, que el valor agregado de cualquier ser humano carece de total importancia cuando es juzgado desde la perspectiva de otra persona, su pareja. Y claro, que cualquier ser humano, sea cual sea su valor agregado, será tratado del mismo modo que su pareja. Esto, básicamente en un grupo social medio - conservador, pero es perfectamente extensivo a cualquier nivel.....
Anónimo... el mundo no es triste. Está desordenado, jode, hay mucha injusticia, pero no es triste, sino un problema podrido con potencial para ser resuelto... A ver si hacemos algo al respecto, ¿no?
Un abrazo!