Machu Picchu
Amaru despierta muy tempranito cada mañana y corre hacia el reloj de sol, junto a la casa de las vírgenes, hijas, sobrinas, primas y futuras concubinas del Inca. Espera paciente la llegada de los espíritus que a diario visitan su ciudad, caminando sobre extrañas ojotas de colores y sombreros, mirando extasiados cada rincón, cada piedra que los escultores mitimaes pulieron con sumo cuidado, para construir los templos del lado este.
Escucha con atención la explicación de los que vienen delante de los grupos y convocan a todos a su alrededor. Deben ser los amautas, piensa, pero no entiende lo que dicen. La lengua de sus maestros es más dulce, más parecida a los sonidos del agua, del viento, de los árboles y de los animales.
Ve cada día, con una sonrisa que siempre es nueva, cómo los espíritus rodean al reloj, extienden sus brazos hacia él y, con las manos abiertas, piden recibir ¿algún consejo? ¿Sabiduría? ¿Sensaciones similares a las que provocan los rayos? ¿Esperan que les hable un reloj? ¿Por qué no me preguntan a mí, a los sacerdotes o a los ancianos?
Mi casa, repite su corazón. Mi casa y la tranquilidad de hace algunos años, cuando compartía mi espacio y mis callecitas con espíritus como estos, pero más parecidos a mí, más parecidos a los niños que corren cerro abajo, gritando adiós a los que se van, más parecidos a lo que conozco. Ellos podían verme. Estos no. Se sientan sobre mí, sonríen, respiran con dificultad, imaginan, beben agua de envases transparentes, como el hielo, y no me ven.
¡Amaru!
Urpi, mi amiga, es princesa. Yo no soy príncipe, pero seré sacerdote, como los sabios y mis maestros. Por eso estás aquí, Amaru, lejos de donde naciste. Me gusta aquí, aunque era más bonito antes, todo verde, las terrazas cargadas de papas, ollucos, frutas. Ahora, los espíritus pasean por arriba, por abajo, por todas partes. Entran a los templos y se ocultan del Tayta Inti, en vez de agradecerle la luz, el calor, las estaciones, la vida. Cierran los ojos e invocan a la Mama Pacha con divertidos acentos, pero las faldas de los apus estás sucias, llenas de esos envases transparentes donde guardan su agua. ¿Por qué son piadosos solamente aquí, si la tierra los sostiene siempre, donde estén? .
A veces vienen desde el cerro de enfrente. Espíritus parecidos a los chasquis avanzan encorvados, cargando bolsas verdes, azules, negras, rojas, amarillas y extraños rollos para dormir. ¿Serán esclavos de los otros, los que siempre caminan más despacio? Los tratan con mucho cuidado, se les agachan un poco al hablarles, a veces hasta les preparan de comer. ¿Sabrá esto el Inca?
¡Amaru, por fin te encuentro!
Urpi es pequeñita aún y a veces resbala por las escaleras y las calles. Da muchos problemas a las nodrizas, pero la quieren. Es inteligente y bonita. Le gusta esconderse en el jardín de piedras, entre las flores, debajo del mirador principal. Los sinchis la dejan pasar al verla sonreír y luego deben andar detrás de ella, cuidándola. Urpi persigue a los pajaritos de verano, que hacen sus nidos en los árboles y las rocas. Ríe todo el tiempo y cuando las nodrizas la regañan, deja caer lagrimitas sueltas, calladita, mirando al suelo. Así las contenta otra vez.
¡Amaru, ya llegan los fantasmas! ¿Vamos a fastidiarlos un poco?
Hay más niñas fuera del Acllahuasi, ayudando a las mayores en el tejido. Los espíritus ni siquiera les pedirán permiso, sino que atravesarán sus telares sin ningún respeto. Lo de siempre, menos mal que con sólo andar de aquí para allá, no molestan mucho. Están un poco sordos, para llamar su atención tenemos que hacerles cosquillas en las manos. Entonces se sorprenden, hablan en voz alta, ríen y siguen dando vueltas un rato más. Pero no nos ven.
¿Hola? ¿De verdad, de verdad no me ves? No, Urpi, no te ve. No te ve porque no quiere o porque no sabe que estás aquí. Si supiera, como algunos, se esforzaría en mirarte, no en imaginarte. Te acostumbrarás con el tiempo, niñita mía. Todos nos hemos acostumbrado y seguimos viviendo en paz.
Me gusta aquí, más cuando llueve, porque el pasto mojado tiene un olor intenso, muy intenso, a salud, a alegría de la Pacha, a bienvenido seas cada día, Tayta Inti, y que Wiraqocha nos bendiga siempre, nos ilumine el corazón con sabiduría y bondad, dicen los sacerdotes y rezo yo, porque quiero ser sabio y bueno. Me gusta aquí, aquí es mi casa, aunque los espíritus lleguen por cientos, a diario, y nos invadan una y otra vez. Al menos son amistosos, no como los que vinieron primero, cuentan las ancianas, destruyendo.
Me gusta mi casa, aunque los visitantes le llamen cerro viejo, lo único que muchos de ellos saben decir en mi lengua.
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Con cariño, para Monki.
Comentarios
TQM
¡Mentiiiiira! Gracias por tu comentario, corazón.
Un abrazo.
Saludos galileanos!