"Fraternité"


En fin, Lucía, así es la vida, ¿de verdad? Sí, mujer, de verdad, así es la vida, así es la gente, así es el mundo. Empieza feo, se pone bonito, empieza tranquilo, se agita, eres bueno o malo según qué comiste esa tarde o qué te picó, porque tú y cualquier persona tiene derecho a alterarse de vez en cuando, aunque la ira sea un pecado capital.

Pero en verdad, en verdad, Lucía, me hizo mucha gracia lo del otro día. Ya me habías contado que te sentías a veces un poco rara, observada. Cada vez que vas al banco, el cajero te pregunta si tu tarjeta es de Lima y tú respondes: no, es de Piura. Siéntete alagada, piensan que eres de Lima. Siéntete ofendida, piensan que eres de Lima.

¿Por qué te creen limeña? ¿Cómo son los limeños? No sé, ¿cómo son los piuranos? ¿Cómo son los sullanenses? ¿Cómo son los cusqueños? A mí no me preguntes, me cuesta un poco de humanidad dar respuesta a tamaña generalidad. Dime tú, que tu mejor amiga en Cusco es capitalina y cómo jode a veces, Lucía, que te miren de pies a cabeza y te hagan sentir tan, tan, tan extraña, como si no fuera éste también tu país.

Ni siquiera las dos españolas han pasado por algo así en todo este tiempo, ¿no? No que yo sepa, porque cuando les conté, se sorprendieron. Extranjera, Lucía, extranjera tú, con ese color chocolate tan de tu tierra y los ojos negrísimos. ¿Qué? ¿Tienes monos en la cara? ¿Tan diferente hablas? Diferente no, más bonito, ya sé que lo piensas y está bien, ¿total? ¿Por qué no puedes tener una presunción, si no es dañina? ¿Y a qué débil de autoestima vas a dañar con eso, a fin de cuentas? Estás loca.

Fue un buen día, Lucía. Casi no llegas, pero te habían comprado un pasaje, aunque el bus estaba por partir. Previsoras, tus amigas, pese a que salieron puntuales de la casa de voluntarios y no había manera de hablar con ellas. Menos mal que les diste alcance, Lucía, corriendo entre combis y taxis. Cusco, cuando quiere, te hace tardar más que Lima.

La pequeña te sonrió apenas verte, y te dijo en señas que tenía hambre. Siempre tiene hambre, incluso después de comer. El corazón se te llenó de calorcito, Lucía, hacía tiempo que no abrazabas a un niño, fue bonito, ¿no es así? Confió, se pegó a tu mano, junto con Candy, tu otra hermanita del día, y partieron dando tumbos hacia Urubamba, una vez más, para la obra de teatro y saludar algunos conocidos de la vez pasada. Menos mal que los viste y pudiste decirle adiós a la chica guapa de Barcelona, casi se va y tú ni te ibas a enterar, porque andarías en tus labores estresantes, como siempre, como sé que te gusta, porque es imposible que hagas algo sin pensar en que sirva, salvo los estimulantes. Estás loca, mujer, más que loca.

Ya de regreso, tus dos hermanitas sentadas entre la ventana y tú, tres en asiento de dos, quince asientos comprados cuando el bus aún estaba vacío, para toda la comitiva. Bien ahí, se las saben arreglar. Las españolas, repartidas adelante y atrás. Tú, a cargo de las tuyas y las hermanitas del asiento de adelante, ojalá, dios quiera, el cobrador quiera, el chofer quiera que no lleven personas de pie, exceso de pasajeros, no sabía que sabías hablar con señas, Lucía, ¿o es que lo acabas de aprender?

Mira pues, esa señora bien vestida sube al bus con su bebé en brazos, su nena de 5 años y un chiquillo de trece o así. Demasiada gente, es peligroso, demasiada gente, ¿qué se cree que somos, señor? Puta madre, Lucía, siempre lo mismo. Señora, ¿sus niñas están pagando asiento? Entonces déle el asiento a la dama, que viene cargando a su bebe. ¿Oí bien? Señora, ¿sus niñas están pagando asiento? Entonces déle el asiento a la dama, que viene cargando a su bebe.

Te diste cuenta que el hombre, curtido y citadino, hablaba a las chicas que iban en los asientos de adelante. Te preguntaste si no se habría dado cuenta el caballero que la mayorcita, a quien llamaba “señora”, tiene un marcado retardo mental, que se asusta, que no sabe qué responder. Aún no habías visto a la dama de la bebe, ¿verdad? Ellas vienen conmigo, señor, y son tres en dos asientos, mire bien. Todos los asientos están pagados.

¿Y usted, señora? ¿Usted va pagando los dos asientos? Sí, la verdad es que sí. Pero pediste un momento, Lucía, y conversaste con tus hermanitas, pequeñas, no más de nueve años. Ambas estuvieron de acuerdo en ir sentadas en cada una de tus piernas y dejar un espacio a la dama de la bebe, para que no se canse, para que no se caiga, para que esté cómoda, porque nadie más lo iba a hacer.

Y bien, bien incómodo, ¿verdad? Pero las niñas ni se enteraban. Jugaron todo el camino, juegos de niñas, una hiperactiva, la otra, sordomuda, inteligentísima. Y gritaban y reían y de pronto: ¿Puedes callar a tus niñas? ¡Mi bebita está durmiendo! Y tú pensaste: a la mierda, pero ya te lo esperabas, porque sí, porque así es la gente y así es el mundo, ¿verdad? Y te hirvió la sangre de las sienes, aunque trataste de ser paciente, y respondiste con voz firme: “Señora, le hemos cedido el asiento, tenga la amabilidad de no quejarse y esperar un poco”…

Las niñas seguían de fiesta, la hija de cinco años de la dama de la bebe jugaba con tus dedos, Lucía, mientras su madre reclamaba indignadísima, que si quieres hacer estas cosas paga tu asiento, que respeta a los demás pasajeros, que ándate a hacer esto a tu país, Lucía, que así es la gente que viene de otros lugares, ¿no, Lucía?, que hacen desórdenes, pero que en sus países nunca y esto y esto otro y tú aguantabas, te mordías la lengua y sonreías a las tres hermanitas que tenías ahora, sentadas en tus piernas, en tu estómago y en tu corazón.

Pero tú eres picona, Lucía, y está bien, pues, a veces es necesario en vez de guardarse las cóleras para el paro cardíaco. Ay, Lucía, esperaste al cobrador, pendeja, y cuando llegó le dijiste: por si acaso, estos dos asientos los pagamos desde el principio y los de adelante también. Él: sí, señorita, yo sé, son quince, ya los he contado, está bien, señorita. Ni una palabra más, Lucía.

Ya estaban llegando a Cusco, ya las niñas estaban más tranquilas, ya la dama de la bebe se volteaba hacia ti, un poco avergonzada, pero aún con la voz seca te decía: de todas maneras gracias por cederme el asiento, me has hecho un gran favor.

Y pensaste: que tus niños nunca corran la suerte de mis hermanitas, que esa bebita siempre te tenga a su lado para defenderla de damas incomprensivas. Dijiste: tranquila, discúlpeme a mí por haberle respondido de ese modo. Mira, estas dos niñas y todas las que ve en el bus son de un albergue, sus ojos se agradaron y su voz, quebrada, no sabía, lo siento, de verdad, y gracias. No, no agradezca, habría sido una falta no dejarle un sitio, señora, tienes razón, Lucía, usted necesitaba estar cómoda, por su bebita. Gracias y lo siento. Ustedes hacen un buen trabajo aquí, en verdad. Cualquiera puede hacerlo, señora, cualquiera es capaz de hacerlo. Gracias de nuevo.

Una cosa más señora… Mis compañeras son españolas, pero yo, al igual que usted, peruana.

Buenas noches. Gracias.

Comentarios

Anónimo dijo…
En nuestro país multicolor todos somos extraños y todos somos conocidos, solamente depende de en que lado del mostrador estás.

Y si a veces hasta nuestras acciones mas caritativas se ponen a prueba por la estupidez del ser humano.

Nos leemos.
Rolando Escaró dijo…
no deja de sorprenderme la capacidad que tenemos los peruanos de hacernos sentir, unos a otros, extranjeros en nuestro propio pais.

a veces pienso que la tolerancia va rumbo a la extinción

supongo q a mucha gente le cuesta creer que pueden hacer algo por ayudar a otras personas
Ernesto dijo…
Mundo loco.... pero lo bueno es que al final salieron las cosas bien.

Pero que brava es la barrera que dan el pensamiento rapido y las ideas preasumidas
Mamá de 2 dijo…
Sí, pues... El prejuicio no hace su nido en personas de mal corazón, sino en gente común y corriente, que vive en día a día como puede y presta atención solamente a su entorno.

Esto es muy válido, pero... Tal vez si se detuvieran a ver con un poquito más de cuidado lo que tienen alrededor, podrían, al menos, dar permiso para pasar, con una sonrisa en los labios, y no creyendo que le hacen un favor a la humanidad, perdiendo dos segundos de su día.

Eso: no tenemos la culpa de guardar prejuicios, pero sí de conservarlos y que estos conduzcan nuestras acciones. También tenemos la culpa de perder la oportunidad de ganarnos sonrisas, sólo por andar acelerados (esto va para mí, antes que nadie).

Un abrazo y gracias por sus comentarios.
Anónimo dijo…
El prejuicio establece un modo de relación que no nos relaciona, que nos distancia del otro por muy cercano que esté. Lo reducimos a una categoría, olvidando que también es persona. Nos hace extraños ante nuestros semejantes, extranjero ante nusestros compatriotas, bicho raro ante los de nuestra misma especie. No se trata tanto de tolerancia; pues únicamente se tolera el error y el otro no es un error en modo alguno (por más estupideces que hagamos a veces); sino de respeto, de acogida, de verlos con una mirada limpia.

un abrazo Angela
Anónimo dijo…
hola
yo solo quiero saber si la casa de la cerveza sique en quilca???? o se llama de otra manera es q busco el telefono en las guias y no sale nasa
Susana dijo…
Los prejuicios son in betweens, verdades a medias, partes de un fabulación... nuestro país tiene varias fábulas anidadas en nuestro inconciente colectivo.... fábulas como : gringo = dinero o morena que viste bien = limeña... no lo sé... no repitamos el juego de esas verdades a medias... es bueno fabular pero en positivo !
en el cusco hay un cierto resentimiento a "lo otro", lo que viene de afuera. pienso que hay un algo escondido: gente extranjera que tiene el poder (no tan escondida), y eso dificulta a los lugareños a salir adelante porque ellos tambien son presa de esos prejuicios !
sin más los dejo
Angel dijo…
Bueno; gente con ganas de joder, en todos lados. La verdad tengo un prejuicio (ja!) contra las mujeres que viajan con bebés porque suelen agarrarlos de excusa para justificiar cualquier barrabasada que hagan... (no digo que todas, pero...)
Angeloca! he recibido todas tus fotos! Trato de leerte siempre! Ya resucité el blog!
Cuídate mucho. Un beso.

Entradas populares