Un imbécil
De acuerdo al uso bíblico del término, imbéciles son aquellas personas que hacen o dicen tonterías, que se apegan tercamente a creencias falsas y hacen escándalo con ello, sin darse cuenta que están destruyéndose a sí mismos y a quienes tienen alrededor.
Amalgamando ambas definiciones, podríamos determinar que un imbécil es un “tonto porque quiere”, pues, teniendo la oportunidad de obtener conocimientos más certeros sobre varios temas, parcializa su criterio a lo que más le conviene y hace alarde de estupidez extrema, al presumir de su improbada sabiduría ante otros seres humanos, que bien podrían caer en el juego y dejarse arrastrar por la imbecilidad, o acabar escribiendo textos como éste, para hacer catarsis, luego de una graciosa y alturada huída.
Primer episodio: El encuentro
Me disponía a tocar el timbre del portal de mi amiga Mónica, cuando un hombre de cara y cuerpo redondos, y fuerte acento argentino, me interrumpe y dice: “Disculpa, ¿sabes cuál es el timbre de _______ (completar con el nombre israelí que se les ocurra)?”.
Yo, asidua visitante de aquella quinta, le dije: “Ese, el del intercomunicador”. Ni siquiera terminé de responder, cuando un joven, marcadamente judío, abrió la puerta. Aproveché para entrar, y caminé con paso firme hasta la casa de mi amiga. El hombre redondo me siguió y, con una actitud bastante ruda, me detuvo. Empezó este diálogo:
- Oye, tú no eres cusqueña, ¿verdad? Se te nota en la cara.
- No, no lo soy…
- ¿Y no te interesaría trabajar en una discoteca? Perdóname, mi nombre es (no recuerdo), y soy empresario. Voy a inaugurar una nueva discoteca en Cusco, la próxima semana (como si no hubieran ya bastantes discotecas en esta ciudad, pensé yo)… Es una discoteca moderna, nada parecido a lo que hay. Mi propuesta es presentar una decoración oriental… Es que yo soy mitad peruano y mitad japonés…. La discoteca tiene un estilo completamente minimalista y moderno… Estoy buscando chicas lindas (¡¡¡¿¿¿JUAT???!!!) que quieran trabajar conmigo y tú tienes el tipo ideal… Además, no eres cusqueña, que es un requisito indispensable para trabajar conmigo (¿acaso las cusqueñas tienen lepra o algo así?).
En ese momento, sentí cierta empatía con el tipo y comprendí su tosco entusiasmo. He experimentado sensaciones similares cuando, a la búsqueda de un personaje para algún corto o fotografía, veo pasar por ahí a la persona “indicada”. Por supuesto, por ser mujer, pequeñita y encantadora (¡já!), mi exceso de alegría no asusta al interlocutor, como casi ocurrió en el caso que expongo.
Para mí, hablar con Mónica era un asunto de vida o muerte. Entonces, le dije que podríamos encontrarnos en un sitio específico (le hizo ascos a la fuente de la Plaza de Armas), a la hora tal, y que al menos le dejaría explicarme de qué iba la cosa.
Quedamos, pues. Me entregó publicidad de su discoteca, donde, además de la inauguración, anunciaban una competencia de bikinis -con el bonito poto de una rubia en calzón rosa transparente- y se fue donde el israelí, que lo esperaba ya con impaciencia.
Segundo episodio: El allanamiento
Faltando diez minutos para la hora pactada, me disponía a dejar la casa de mi amiga y caminar las pocas calles que me separaban del sitio de encuentro. En eso, tocaron la puerta de Mónica, que sólo estaba junta, no cerrada. La dueña de casa invitó a pasar al visitante. Era su vecino, el israelí, preguntando por la amiga que había llegado hace un rato.
Tras él, el empresario discotequero, quien, apenas verme, entró como una bala a la casa, empezó a hablar y hablar sobre cosas que no podía entender, se sentó, pidiendo perdón por sentarse, pero estaba cansado, y continuó haciendo preguntas que mi sorpresa ante tan violenta irrupción no me permitían escuchar. Sólo una cosa atiné a decir:
- Ella es Mónica, esta es su casa.
El tipo saludó a Mónica, aún hablando sin parar. Mi amiga nos dejó la sala para conversar y, marcadamente incómoda, se fue a su habitación.
La conversación dio vueltas en lo mismo: que la discoteca será A-1, que necesita gente que dé una atención de calidad, que no quería a esta humilde servidora sólo de mesera, sino también como anfitriona (perdón, amigo, ¿no has notado, debajo de mi chompa de alpaca, que tengo las tetas demasiado pequeñas y poca “armonía voluptuosa” en general, para hacer las veces de anfitriona?), que podría adaptarse a mi horario…
Intenté dejarle claros algunos detalles: “Amigo mío, te recomiendo buscar a una persona que tenga experiencia en estos temas y que, además, necesite el trabajo. Yo ya tengo uno, a veces hasta dos, y me conviene poner toda mi atención en lo que hago, pues es parte de mi especialidad profesional y me encanta. Además, en una discoteca se trabaja hasta la madrugada, y yo debo estar en mi oficina desde muy temprano. Lo siento, no puedo…”
Él le ponía “peros” a todo, como buen empresario innovador. Intentaba convencerme con argumentos bastante básicos, como que mi rostro tal, mi tipo cual, la sensación que le daba y bla, bla, bla… En fin, adulaciones vacías que a esta señorita hace tiempo no le mueven un pelo, aunque lleve casi siempre el ego alicaído.
De todos modos, y ya para quitármelo de encima, acepté ver su local.
Salimos de la casa de Mónica, no sin que antes el buen hombre, distraído ejecutivo pegado al celular, pisara al gato de mi buena amiga, enfureciéndola aún más.
Me llevó en su linda camioneta. En el camino, me explicó que los cusqueños no tienen idea de cómo debe ser una buena atención, por eso no quería trabajar con ellos. Saludó a una familia lugareña, tal vez vecinos de negocio, con mucha amabilidad. Luego: “¿Ves? Ese es el único tipo de relación que puedo tener con los cusqueños, pero nunca tendría un vínculo laboral, porque sé que me van a quedar mal”.
No es el primer foráneo que veo con esta actitud. Yo sólo pensaba en cuánto le cuesta a algunas personas ser, por lo menos, gratos con la gente que habita el lugar que les está dando la oportunidad de crecer y trabajar.
Tercer episodio: La dimensión desconocida
La discoteca, aún con material de construcción regado en algunas partes, y sin detalles culminados, prometía ser, realmente, una de las más bonitas de Cusco. La atención que el empresario pretende, el tipo de música… Todo parece ser de primera y, por supuesto, costoso.
Admirando la infraestructura me encontraba (y no atinaba a decir más que “chévere”, por algún bloqueo mental que seguramente me provocó el olor a pintura fresca y la incomodidad general que sentía), cuando atendí nuevamente a los comentarios de mi entusiasta acompañante:
- … Y mira, la barra permite que alguna gringa, si quiere, se suba a bailar en ella. Es más, una de las cosas que tendrán que hacer mis chicas es subir a bailar a la barra, cada cierta hora. Algo sencillo, nomás, Shakira, Byoncé…
- Eh… Malas noticias, no sé bailar.
- ¿Qué? ¡Una chica del norte, que no sabe bailar! ¡Eso es imposible!
- Pues no, no es imposible.
- ¿O sea que no te gusta bailar?
- ¡Bailar me encanta! Pero no hago pasos de academia, ni sé coreografías. Bailo como me place, a mi aire y cuando me siento cómoda, sin más.
Se sostenía la cabeza y lustraba el cabello, ya casi desesperado. La verdad es que, según pude ver en sus ojos, el pobre hombre acababa de encontrarse con la mujer más extraña y exasperante de toda su vida. Yo mantenía mi sonrisa de media cara y mi mirada desconfiada, y no cesaba de repetir: “¡Chévere, chévere!”, por no tener más que decir.
Continuando con sus ladridos y argumentos para convencerme, me dijo que necesitaba de chicas diferentes, interesantes… Y que, suponía él (bien bueno) que yo en la cabeza tenía más que pelo…
Casi para cortarle, le dije:
- Mira, a mí me gusta salir con mis amigos y divertirme un rato. Me gusta beber, no te lo niego, y si son esos tragos dulces y de colores, mejor, aunque una buena cerveza nunca me viene mal. Sin embargo, y por ser coherente con mi trabajo y mi forma de pensar, procuro nunca gastar más de 20 soles en una noche de juerga, porque hay necesidades más importantes y no me perdonaría salir toda borracha por ahí, y encontrarme de nariz con alguno de esos señores que suelen morirse de hipotermia en la Plaza de Armas, en época de heladas, porque no tienen dónde dormir.
Vi cómo sus ojos se abrían y podría jurar que le salieron un par de nuevas canas, no por sufrimiento real, sino por ego herido. Continué…
- Yo respeto lo que las personas quieran hacer, entiendo las necesidades, admiro a los especialistas en sus respectivas materias, me encantaría aprender a hacer tragos y no tener ningún problema en trabajar en este sitio, que está chévere, pero… no es lo mío, no me sentiría cómoda, pues ni siquiera lo haría por atender a una necesidad económica. Si puedo evitarlo, preferiría no ser parte de todo esto… Entiendes, ¿no?
No, no entendió ni una palabra. Insistió en seguir conversando conmigo e invitarme un café…
Cuarto episodio: Mate de Coca
Me llevó a un sitio donde podría escuchar música andina. Saludó amablemente a los dueños del lugar, me contó que lo habían inaugurado el día anterior y no asistieron más que él y una amiga suya.
Nos sentamos junto al balcón, que daba a la calle Procuradores, la mejor abastecida de restaurantes de comida internacional, souvenirs, ropa novoandina, marihuana y cocaína, en todo Cusco. Pedí un mate de coca. Él, sorprendido por mi extraña elección, decidió pedir lo mismo. Le pregunté si alguna vez había chacchado, me dijo, con cara del asco y horror: “¡No, jamás!”.
Me contó de sus viajes a Canadá, Asia, Argentina (he ahí la "justificación" de su acento). De sus trabajos… Me pidió que le contara de mí. Poca cosa, por supuesto. Comunicadora Social. Trabajo aquí y allá, viajes, visiones, sensibilidad… No quise entrar en detalles, pero él, en su infinita amabilidad, quiso burlarse de mí diciendo que había tenido una “angelada” la única vez que decidió dejar un trabajo interesante, a cambio de cumplir con un compromiso previo.
Me preguntó en qué universidad había estudiado. Le dije. Se quedó callado, de golpe, con el mismo histrionismo demostrado hasta el momento. “¡Odio al Opus!”, dijo con desprecio categórico. Respondí: “Yo no odio a nadie”. “¡Yo sí!”, insistió. “Yo no”, dije sin alterarme. Y agregué: “Hay de todo en todas partes”.
Fue el mate de coca más largo de mi vida…
Al final, le pedí que me llevara a casa, pues tenía cosas importantes por hacer.
Quinto Episodio: Frases memorables de camioneta
- Ya que no quieres trabajar como anfitriona, trabaja como cajera. Noto que eres una persona honrada y me gustaría tenerte en mi equipo…
- Eso es más tranquilo, me llama más la atención. Sin embargo, ya te dije que en mi trabajo suelo viajar y no quiero distraerme.
- Pero podemos hacer un horario para ti…
- No… Te aconsejo que dediques tu energía a una persona que realmente te va a responder bien y, sobre todo, que necesite el empleo. Así haces un bien a alguien más y no te complicas la vida.
- Pero yo quiero que estés tú…
- No puedo. Lo de ser cajera es una gran responsabilidad, tendría que cerrar todos los días a las 3 ó 4 de la madrugada, debo estar en mi oficina al día siguiente a las 8 de la mañana. Voy a acabar molida y no haré bien ni una cosa, ni la otra…
- ¿Qué? ¿Acaso no tienes aguante?
- La verdad que no. Mi cara se demacra con facilidad cuando no duermo bien varios días seguido…
- Oh… eso sí sería un problema, porque tu cara es lo más bonito que tienes…
- …
- Hum… bueno, piénsatelo bien. En el bikini contest no creo que quieras participar, porque con eso que has estudiado en el Opus, me imagino que no usarás…
- Sí uso.
- ¡Claro, me imagino! ¡Eres mujer, tienes que usar bikini!
Mientras él repetía su discurso cual disco rayado, a mí se me ocurrían muchas cosas. La primera: ¿cómo criará a sus hijas este baboso, cuando las tenga? La segunda: ¿Se puede tener tanta plata y ser tan neandertal? La tercera: ¿Se puede tener tanta plata y ser tan asquerosamente impertinente? La cuarta: ¿Se puede ser todo un empresario y no saber tratar a la gente? La quinta: ¿Qué carajos hago conversando con este tipo?
- Aquí vivo. Me bajo. Gracias por todo.
- Oye… Pero dime que me vas a apoyar, por favor…
- Ya te dije que no puedo…
- Mira, piénsatelo y te llamo mañana.
- Mañana me voy al Coyllur R’iti.
- ¿Qué es eso?
- Un... algo.
Supuse que no le interesaría tener más detalles al respecto...
- ¿Cuándo estás de vuelta?
- El domingo por la tarde.
- Ya, entonces, el domingo te llamo para invitarte a cenar y a bailar.
- Si quieres, me llamas. Acepto acompañarte a cenar, pero no puedo ir a bailar, porque trabajo el lunes. Chau.
Me fui. De más está decir que nunca recibí su llamada. Lo cierto es que llegué muy tarde el domingo, pero no había ningún número extraño registrado en mi celular.
Epílogo
Ayer fue la inauguración del lugar. Hoy es el bikini contest. Todos los amigos y amigas que tengo en Cusco están emocionados con la idea. Por supuesto, irán. Yo no, hoy me quedo en casa, me toca una buena película.
No sé si me estoy volviendo vieja, o se me ha llenado la cabeza de humo y me estoy convirtiendo en una hippie insoportable. No importa, a seguir nomás y ver qué sorpresas me depara el fin de semana. .
Tal vez yo también sea una imbécil. De hecho, lo soy de vez en cuando, incluso ahora, que me he atrevido a juzgar a alguien de este modo. Acepto que el tipo no tenía malas intenciones, pero es que... Hay gente que se supera a sí misma, claro que la hay...
Comentarios
asu, que tipo para mas pesado,
pobre de ti!
interesante historia, buenos graficos,
y pensar que hace un buen rato tenia la pagina abierta y siempre pasaba algo...
pero un no se que me decia... "tengo que leer esa del imbecil"
Hubieras llegado al tema del dinero, para tener la figura completa, no se pero me da la impresion que a la hora de la verdad seria de la virgen del puño tratando de venderte (nuevamente) lo maximo que es trabajar con el.
Dicho sea de paso parte de la mentalidad del emprendedor incluye el autoconvencerse de que su proyecto es lo mejor y que vale la pena hacer todo por el, en otras palabras: creer en lo que se esta haciendo y hacer creer a los demas, solo que algunos se lo llevan a extremos en esto de ser encantador de serpientes. Aca tienes uno algo mas profesional pero sin dejar de ser un encantador de serpientes.
No sé, la verdad espero que le vaya bien. En definitiva, su imbecilidad no se manifiesta en su capacidad empresarial, donde, al parecer, es muy bueno, sino en el "bloqueo mental" (citando a Ernesto) que tiene, al punto de andar por ahí haciendo el ridículo frente a personas que, definitivamente, andamos en otra nota. Vaya...
Sé que es muy natural reducir el mundo a lo que tenemos en nuestra cabeza, nuestros afectos y nuestra billetera, pero ya llega un nivel en que esa ignorancia involuntaria joroba, sobre todo si se usa tercamente con personas que tienen todo el derecho del mundo a pensar diferente.
¡Un abrazo a todos!
P.D.: ¡QUÉ RAJONA ESTOY!
Hasta que punto es bloquo condiciona su actitud como empresario o es consecuencia de esta? no se.... ese prejuicio o no "ser grato" es generado por la necesidad de tener un obstaculo que saltar para poder salir adelante.
Igual el paquete viene entero y es dificil disociar las cosas para el, y ojo... cuando quieres conseguir algo (que ya te has planteado como dificil, en este caso... personal pilas) a veces es justamente necesario perder el sentido del ridiculo pues debes tocar e intentar cuantas veces sea necesario pues nunca sabes cual puerta sera la que se abra con el personal ideal o el inversor requerido.
saludos
pregunta: chicas en bikini en cusco de noche... ¿no tienen frío?
pero ese tío ke te ofreció trabajo si ke era un autentico imbecil... de esos ke uno piensa ke solo existen en las caricaturas
Afortunadamente, mi buena Mónica estuvo "monitoreándome" por celular todo el tiempo...
No sé, pues, supongo que se me juntaron esta temeraridad mía que tengo para meterme en todos los huecos posibles, sólo por curiosidad, y el hecho de que se me hace muy difícil mandar al diablo a gente que no conozco (es en serio!).
Abrazos!
Tienes razón, Su querida... Era un tarado!
Hay que leer un poco como era la "busqueda del talento" en la epoca previa a la caida de las puntocom, el es una version criolla de todo eso, y por lo mismo..... ridicula.
Lo que resultó de ese encuentro fue bastante anecdótico y por eso hice un post al respecto.
La verdad es que confio mucho en mi instinto cuando conozco a otras personas y me siento orgullosa de ello. En las cuestiones más básicas, puedo darme cuenta si alguien es capaz de hacer daño o no. Que luego me resulte agradadable o insoportable, por una serie de factores intelectuales y emocionales, ya es producto de un segundo momento (el momento que, para mí, este tipo reprobó).
Gracias a ello, ahora tengo al mejor grupo de amigos del mundo... Eso sí, fallo olímpicamente con los novios, pero esa es otra historia.
En fin, que el tío no me parece mala persona en absoluto. Desubicado y huachafón, sí, pero malo, no.
Hubieras ido al tono!
Todos somos imbéciles de vez en cuando, porque todos nos aferramos, a veces, a creencias erradas, con las cuales podemos acabar haciendo daño a otras personas, sino a nosotros mismos.
Saludos!
ESPERO CONTINUAR LEYENDO TUS ¿HISTORIAS?