Más guapa que cualquiera
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Mi querida Carla,
Sé que no soy la chica más bonita del barrio, pero sí de mi casa. Eso, porque mi madre no quiere entrar al ruedo y mis hermanos son hombres. De otro modo, seguramente los tres luciríamos igual de bonitas y nunca entraríamos a discutir este tipo de cosas, porque sería totalmente inútil.
Sin embargo, el barrio está lleno de chicas guapas, todas igual de guapas… Igual de guapas, pero diferentes. Helen, por ejemplo, tiene unos ojos negros preciosos y un gesto sombrío que la hace misteriosa y atractiva. Maritza, pese al pito de su voz, tiene unos pechos muy bien lucidos, unos ojos “chino-cholos” vivarachos y el cabello lacio, lacio, como ya me gustaría tenerlo yo.
La tez de Rocío y su expresión inocente, remarcado con la eterna interrogante de sus cejitas pobladas, trae locos a todos los muchachos. María Sofía, alta y esbelta, tiene dos gotitas celestes de cariño en la mirada, y una sonrisa que rara vez desaparece. Nora comparte su sentido del humor en voz muy bajita, pero sabe reír hasta no poder hablar, además, es la que mejor lleva el maquillaje y es capaz de hacerte oír una frase entera, con puntos y comas, al sólo mirarte.
Mya, la deportista del grupo, habla con la suavidad de una flor y Eli, mi niña preferida, consuela con toda su dulzura el dolor más profundo. Viel tiene un cabello precioso, todo rulitos castaños, pequitas y carita “underground”, de niña “mala” que en el fondo es buena. Krys es suave como un postrecito tibio, o como la brisa del mar.
Y tú, mi querida Carla, ojos grandes, eres la más bonita de todas en este corazón de mujer joven, sin mucha expectativa clara, pero lleno de esperanzas locas. Sin embargo, ninguna es menos bonita que tú, ni que yo.
Pocas de estas chicas de mi barrio aparecerán alguna vez en algún afiche publicitario de academias pre-universitarias. Ninguna lo hará en un cartel de cerveza. Pero es que no pertenecemos a ese rubro, no somos modelos. Me entristece pensar que hay exámenes de belleza, que existe un estándar de hermosura universal, porque le hemos dejado existir.
He de confesarte, Carla, que durante mucho tiempo me sentí fea. Ahora mismo, tengo algunos problemas para controlar antiguos vicios dañinos que alguna vez me hicieron ver “delgada y regia”. Es más, actualmente forman el complemento de mis crisis depresivas, pese a algunos síntomas de gastritis que nunca me he hecho tratar, por falta de tiempo y ganas.
Ahora me doy cuenta que esto último que he dicho (y lo que hice por mucho tiempo) es realmente lo feo. Dañarse. Quedar tan dolido y golpeado por lo que dicen de ti los demás. Compararte y competir, cuando no puedes competir en asuntos donde no existe nivel de comparación, porque sería forzada, estúpida e inhumana. Así es, amiga mía, llamar “fea” a una carita, o a una nariz, o una pancita, es inhumano, aunque, claro está, tal tendencia es descarnadamente humana, y por invención antropológica, ni más, ni menos.
Nunca dejes que otra persona condicione tu belleza. No permitas que un piadoso enamorado te compare, que te vea bonita entre las que considera feas y “adorable” entre las que ve bellas. No te fastidies la columna con ejercicios especializados, si no quieres, ni te desgarres el estómago y la garganta vomitando, si lo que te gusta es comer.
Y bueno… ¿Ya acabaste exámenes? ¿Hacemos algo el viernes?
Te quiero.
A.
Sé que no soy la chica más bonita del barrio, pero sí de mi casa. Eso, porque mi madre no quiere entrar al ruedo y mis hermanos son hombres. De otro modo, seguramente los tres luciríamos igual de bonitas y nunca entraríamos a discutir este tipo de cosas, porque sería totalmente inútil.
Sin embargo, el barrio está lleno de chicas guapas, todas igual de guapas… Igual de guapas, pero diferentes. Helen, por ejemplo, tiene unos ojos negros preciosos y un gesto sombrío que la hace misteriosa y atractiva. Maritza, pese al pito de su voz, tiene unos pechos muy bien lucidos, unos ojos “chino-cholos” vivarachos y el cabello lacio, lacio, como ya me gustaría tenerlo yo.
La tez de Rocío y su expresión inocente, remarcado con la eterna interrogante de sus cejitas pobladas, trae locos a todos los muchachos. María Sofía, alta y esbelta, tiene dos gotitas celestes de cariño en la mirada, y una sonrisa que rara vez desaparece. Nora comparte su sentido del humor en voz muy bajita, pero sabe reír hasta no poder hablar, además, es la que mejor lleva el maquillaje y es capaz de hacerte oír una frase entera, con puntos y comas, al sólo mirarte.
Mya, la deportista del grupo, habla con la suavidad de una flor y Eli, mi niña preferida, consuela con toda su dulzura el dolor más profundo. Viel tiene un cabello precioso, todo rulitos castaños, pequitas y carita “underground”, de niña “mala” que en el fondo es buena. Krys es suave como un postrecito tibio, o como la brisa del mar.
Y tú, mi querida Carla, ojos grandes, eres la más bonita de todas en este corazón de mujer joven, sin mucha expectativa clara, pero lleno de esperanzas locas. Sin embargo, ninguna es menos bonita que tú, ni que yo.
Pocas de estas chicas de mi barrio aparecerán alguna vez en algún afiche publicitario de academias pre-universitarias. Ninguna lo hará en un cartel de cerveza. Pero es que no pertenecemos a ese rubro, no somos modelos. Me entristece pensar que hay exámenes de belleza, que existe un estándar de hermosura universal, porque le hemos dejado existir.
He de confesarte, Carla, que durante mucho tiempo me sentí fea. Ahora mismo, tengo algunos problemas para controlar antiguos vicios dañinos que alguna vez me hicieron ver “delgada y regia”. Es más, actualmente forman el complemento de mis crisis depresivas, pese a algunos síntomas de gastritis que nunca me he hecho tratar, por falta de tiempo y ganas.
Ahora me doy cuenta que esto último que he dicho (y lo que hice por mucho tiempo) es realmente lo feo. Dañarse. Quedar tan dolido y golpeado por lo que dicen de ti los demás. Compararte y competir, cuando no puedes competir en asuntos donde no existe nivel de comparación, porque sería forzada, estúpida e inhumana. Así es, amiga mía, llamar “fea” a una carita, o a una nariz, o una pancita, es inhumano, aunque, claro está, tal tendencia es descarnadamente humana, y por invención antropológica, ni más, ni menos.
Nunca dejes que otra persona condicione tu belleza. No permitas que un piadoso enamorado te compare, que te vea bonita entre las que considera feas y “adorable” entre las que ve bellas. No te fastidies la columna con ejercicios especializados, si no quieres, ni te desgarres el estómago y la garganta vomitando, si lo que te gusta es comer.
Y bueno… ¿Ya acabaste exámenes? ¿Hacemos algo el viernes?
Te quiero.
A.
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