Los cisnes
Tchaikovsky nació el 7 de mayo de 1840, lo cual significa que hoy es alguno de sus aniversarios (sería su cumpleaños número 170, si mis cálculos no van mal).
Me gusta el ruso. Le guardo respeto y cariño, por ser el primer compositor clásico que me presentaron mis padres, a mis cinco o seis años de edad. Según mi madre, ella solía ponerme “música culta” cuando me tenía en su útero, por lo cual no se explicaba que yo, a mis bien entrados quince, hubiese optado por MetallicA y derivados.
La primera composición que aprendí de memoria, para tararear y seguir con mis dedos, fue “La danza de las flores”, del ballet “Cascanueces”. Recuerdo que mamá, cuando aún era profesora de primaria, entrenó a varias de sus alumnas para representar un fragmento de “El lago de los cisnes”, adaptado a los pocos minutos permitidos para una actuación escolar. Escogieron ese vals del Cascanueces, porque el tema vertebral de “El lago...” era demasiado triste. Lo escuché y, en efecto, lo era, pero me gustó muchísimo más. Harté a papá de tantas vueltas al disco de vinilo, tuve que dejarlo bajo amenaza de pagar posible reparación con las propinas.
La pobre Annie (el cisne) moría al final de la representación. Aún recuerdo el shock que causaba entre las madres de familia ver a la niñita preciosa aleteando desesperadamente, mientras un hilo de sangre recorría sus níveas medias de bailarina. Y luego me preguntan a quién salí tan macabra.
¿Qué hacía esta provinciana tercermundista con música de Tchaikovsky en su sountrack de vida? A saber. Incoherencias dignas de ser analizadas por Saramago (aunque nunca tanto).
Alguna vez hice ballet, me metieron porque eso de andar en puntillas era bueno para corregir el pie plano, la postura y las desviaciones de cadera. Lo dejé luego de inferir que siendo gordita y marrón sólo podría aspirar a planta, conejo o enano de Blancanieves, en tanto que las chicas rubias de apellidos difíciles siempre eran princesas. ¿Complejos? Ni hablar, a esas edades no se tienen complejos, pero se intuyen certezas. A fin de cuentas, eran aquellas madres señoronas quienes pagaban el grueso de las clases, y así está hecho el mundo.
Años después (hacia 2004), volví a relacionarme con la danza clásica (hermosa superviviente en Piura), tras bambalinas: ambientación y sonido. Darle voz al Principito, en tanto una encantadora niña rubia interpretaba sus movimientos en escena, ha sido, para mí, lo más bonito de mis intervenciones.
Mantuve activo mi amor a Tchaikovsky hasta que descubrí a Beethoven y entonces ya debí aprender a equilibrar.
Hoy he querido homenajear al genial compositor con una de sus obras más vulgares, es decir, de las más conocidas por la gente de a pie, a nivel internacional: un fragmento de “El Lago de los Cisnes”, en versión de Matthew Bourne, el inglés ese que tuvo a bien quitar de la puesta en escena a las niñas con tutú y poner a un montón de atléticos danzarines que ya querría tener rondando mi cama todas las noches.
Una apología al amor sin barreras corpóreas, aunque con final dramático. Dudo, eso sí, que Tchaikovsky hubiese aprobado esta propuesta. Seguramente habría acabado tan enamorado como yo del cisne principal, pero me late que, de cara al respetable, era más bien de esos “hombres tradicionales”...
En fin, no me lío. Aquí va:
Comentarios
Mi mamá tambien me puso en una clase de ballet, luego de aquela exitosa actuación...pero la profesora me gritó y yo como siempre tan revolucionaria le dije que a ella le pagaban por enseñarme y no por gritarme y seguí con mis clases de marinera que me alegraban la vida.
Espero estes bien Amiga querida!!
un besote - Myriam
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Muchas gracias ante todo.
Muchas gracias por su rápida contestación.
Mi mamá tenía ideas muy creativas, no hay duda. Sólo habría que repasar todos los bailes, canciones y teatro que preparó con sus alumnas. Ay, alguien debería recordarle con cierta frecuencia a la buena mujer sus propias capacidades...
¡Esas profesoras que gritan a sus alumnas! Pero, a ver, ¿qué estarías haciendo tú? ¡JAAAAAA! ¡Eso no lo cuentas! Respondona desde chiquitita, esa es mi paisana, carajo.
Myriam, la vida y las relaciones son una suma de bellas y sutiles coincidencias. El otro día me tocó tratar por aquí con un chico de la selva peruana. Quedamos para una reunión y él entendió otra fecha. Vale, lo esperé y esperé, llamé y llamé hasta que contestó y bueno, cerró la conversación con un educado: "Ya podremos quedar para otra oportunidad".
Yo me contuve, pero pensé: "¿Cómo que para otra oportunidad? ¡Así no se puede! ¡Me tienes que decir día, hora y lugar, ipso facto! ¡A mí no me vengas con contemplaciones abstractas!"...
Ay...
Intolerancias aparte, un amigo, también peruano, me comentó rato después que la gente de Piura tenemos también fama de leeeentos y relajados. Le dije: "Ok, sí que hay esa fama, pero lo cierto es que yo siempre he sido bastante hiperactiva y, si te soy sincera, la mayoría de mis amigas y gente cercana es así"...
Y claro, luego me puse a pensar: "Claro, es que son mis amigas, nuestra filiación ha partido de muchas coincidencias, simpatías y características comunes"...
Así que, Myrita de mi corazón, no me sorprende nada lo que me cuentas, jejejeje.
¡Abrazote!
Me identificado y he sonreido leyendo tus frases "sountrack de vida" y "mantuve activo mi amor a Tchaikovsky hasta que descubrí a Beethoven". Lo primero porque también creo en los soundtracks de vida y lo segundo porque Ludwig es mi compositor clásico favorito.
Desde Lima, Perú... un beso para ti!
Saludos.
Galileus.