¡Soy india!

Y no es que haya tenido una revelación repentina, pero casi. Sucedió el otro día, en el metro, cuando me tocó ir justo enfrente del cristal que separa los asientos del descanso donde están las puertas (así en cada vagón). Lo normal es que no me mire a mí misma cuando ando por la calle, por ello, aunque soy plenamente consciente de mis diferencias culturales y “administrativas” con la gente blanca de alrededor, sólo reparo en mis características “raciales” al encontrarme con la mirada de alguna persona de origen latinoamericano. Es la ceremonia típica: los ojos se detienen un segundo más de la cuenta y se percibe un amago de sonrisa condescendiente. Estoy acostumbrada a que suceda cada vez que me cruzo con “mías” o “míos” andando por ahí.

Pero el día del cristal no pude dejar de notar características mestizas en mi reflejo, acentuadas por el contraste: pómulos pronunciados, barbilla fina, labios superiores lizos -casi marrones como la piel- e inferiores carnosos, con manchas oscuras, cabello negro, aunque no del todo lacio debido a algún rebelde gen árabe o judío (o español, sin ir muy lejos), ojos almendrados, tribales, de ese color café tan característico de los ojos allende los mares. Lo único que quedaba fuera de contexto en esa imagen ojerosa, indígena, despeinada y cansada, era la nariz. A saber de qué casamientos actuales y remotas violaciones ha salido nariz tan pequeña, redondeada y un poquitín respingada. Adivino influencia china, aunque claro, los nativos americanos pertenecen, originariamente, a la rama racial mongólica, al igual que los chinos, por tanto, si bien la nariz de marras no es representativa de alguna etnia quechua, sí podría provenir de la amazonía.

Así venía yo, comparando mis rasgos graves con las filosas facciones de la gente blanca ibérica, observando transparencias en los lóbulos de las orejas, los párpados y las fosas nasales e imaginando una contextura ósea por lo general más estrecha y alargada, a partir de los cuellos finos, rostros ovalados y estatura promedio, cuando vi interrumpidas mis elucubraciones en la estación de Sestao. Aún cavilando, anduve hasta mi piso, donde se celebraba una reunión extraordinaria de Bolivianos&Company, por onomástico de la doña. Apenas abrí la puerta reconocí una repetida explicación con que el joyero entretenía a la audiencia, acerca de los cambas (bolivianos blancos y cultos, del oriente) y los collas (aquellos indígenas altiplánicos en constante involución), situación que me forzó a afirmar irrespetuosamente, desde el fondo del pasillo: “¡Todos somos cholos a fin de cuentas!”. El buen hombre soltó una carcajada y ratificó: “Sí, pues, todos somos cholos”.

Pero claro, cholos los hay feos y los hay guapos, y a este segundo grupo pertenecemos mis hermanos y yo, como diría mi madre, cuya sabiduría me resulta cada vez más difícil de discutir.

Y hablando de cuestiones multi-raciales, aquí fotos de las hermosas mujeres de la oficina donde curré hasta diciembre de 2009 (incluyéndome, por supuesto):

Comentarios

Hola India exiliada al mundo iberico, seran blancos, seran altos, seran desarrollados, seran pragmaticos, seran X, seran Z, pero nunca van a ser seres vivos como tu, que respiras bocanadas de humanidad.

Y tu mama tiene razon.

Saludos desde RD

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