Los pavitos

Después de ver el vídeo, mi prima Rocío y yo rompimos a llorar como bebés. Tendríamos un par de años más que el protagonista.

Es curioso el modo en que un niño es capaz de percibir la pobreza y generar empatía con ella. La pobreza, siempre asociada con el dolor. El dolor hambre, el dolor frío y el dolor más doloroso de todos los dolores: la orfandad.

Los “pavitos” vivían en una calle perpendicular a la nuestra. Eran del barrio, pero no, porque el barrio, así de pequeño, tenía muchos mundos y submundos. En la cuadra cinco de la Callao, por ejemplo, vivíamos los hijos de hijos de obreros, maestros o exterratenientes perjudicados por la reforma agraria. También un médico, el de la casota que daba vuelta a la esquina. Era sabido que había acumulado fortuna dedicándose a practicar abortos clandestinos. Por entonces (y tal vez, aún ahora), Sullana era la meca de los abortos clandestinos y el contrabando.

Los pavitos vivían en la parte alta de la "Lionzo"* y eran pobres porque tenían hambre. Aparecieron un día, previo adoctrinamiento de familiares mayores, tocando las ventanas para pedir “pan tieso”. Lo normal era darles pan del día, claro, aunque algunas señoras adoptaron la sana costumbre de pedir a las niñas (la mayor se llamaba Alicia) que les ayuden con los recados de casa, y así darles una propina y un plato de comida al final del día.

Eran familias de clase media baja, educadas en principios cristianos y salpicados por doctrinas comunistas de fines de los setenta, con tanto riesgo de verse afectadas por la Guerra Fría como Chile y Salvador Allende. Potenciales víctimas colaterales, sin más.

No había mejor forma de ayudar a los pavitos. No se trataba de niños desamparados, tenían papá, mamá, hermanos mayores operativos, sanos. Pero eran muchos y vivían bajo un techo común, sin instalación de agua potable. Muchachas emparejadas desde jovencitas, que empezaban a ser madres antes de terminar la escuela (si acaso iban a la escuela) y que, sin mayor intervención ni ayuda, acabarían reproduciendo estilos de vida empobrecedores.

¿Qué debe hacer una comunidad en estos casos? ¿Unirse y fomentar la existencia de oportunidades para estos inocentes niños, al parecer condenados a crecer en el oportunismo y la indigencia, y, posteriormente, enviar a sus propios hijos a pedir dinero y comida? ¿Presionar a los padres de los chiquillos en cuestión, para que los saquen de las calles y los hagan estudiar y sólo estudiar? ¿Demandar a los inescrupulosos progenitores, corriendo el riesgo de que los niños queden solos, en centros sociales poco eficaces o en casa de la abuela, quien les recibirá con mucho amor pero no podrá controlar del todo la situación?

Por lo menos el 40% de los niños, varones, que crecen en la calle, se dedicarán a la delincuencia llegados a la pubertad. Las niñas, lo mismo, con el riesgo de acabar en la prostitución. Por cierto, trabajar como empleadas domésticas tampoco será la panacea, no es un trabajo regulado, los mínimos son ínfimos y en algunos sectores de la población (los más aburguesados) todavía se utiliza a las mucamas para el despertar sexual de los engreídos retoños.

A esto debemos sumar la maternidad prematura.

¿Quién puede hacerse responsable del asunto? ¿La autoridad? Sí, tiene su parte. Y el médico de los abortos, claro, ¿por qué no? Tiene dinero, tiene influencias. Y las familias de clase media baja también, pese a que ya tienen bastante tratando de educar a sus propios hijos sin mucho traspié. Y los maestros de las escuelas públicas a las que seguramente algunos de estos niños asisten, porque tienen la posibilidad de contribuir a su formación. Claro que entre lo que te cuentan en la escuela y lo que desayunas cada mañana, hay un trecho…

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Me he pasado las últimas semanas revisando expedientes que incluyen fotografías de pobre gente negra, amarilla y marrón (como yo), siendo atendida, ayudada y salvada por barbados hombres blancos, monjitas buena gente y extranjeras varias, en un esfuerzo por conseguir más ayuda, ayuda plus, ayuda más, y así por lo que queda del siglo, en pro de llegar anualmente al 0.7%, y asegurar que los flujos culturales sean mayores, que sus jóvenes y “jóvenas” puedan ir a aquellos mundos de riquezas naturales y espirituales a aprender, dar, reflexionar, hacer bonitos documentales para la National Geographic, etcétera.

En tanto sigamos siendo tan egoístas y tan estúpidos, seguirán llegando. Sí, señor, seguirán llegando…

No soy buena para este trabajo, no lo disfruto como lo disfrutaría un europeo, no. Hay un fallo de origen, un error de compatibilidad, una especie de incoherencia moral que sólo provoca pus y dolor, una suerte de amargura y conveniencia, un placebo tardío, un recuerdo innecesario, un resentimiento, un Alef, una niña negra desnutrida, un buitre al asecho, la diplomacia pública, el prestigio profesional, la implicación laxa, la idiotez, la queja, la insatisfacción, la ambición, la búsqueda de perfección en el objeto equivocado, una canción repetitiva, la evasión.



¿Qué será de Alicia, a día de hoy?

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* C/ Leoncio Prado, barrio Sur, Sullana (Piura, Perú)

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