Ratones
Esto lo escribí el jueves pasado:
.
Estuve leyendo uno de mis regalos de cumpleaños. Sí, fue mi cumpleaños hace unos días, tengo 29, ya da igual, gracias por recordarlo, vaya.
A lo que iba, llevo dos días leyendo golosamente el libro “Maus”, ya pasé de la mitad, soy una viciosa y no sé cómo me las arreglo para leer dos publicaciones a la vez (aún no termino “La Caverna”), al mismo tiempo que cierro cosas en la ofi de la gran Lara y me documento para escribir el artículo ese sobre decretos, derechos individuales, colectividad ancestral, etcétera, sin que se me queme algún fusible y tal. No, espera, es que ya se me quemaron TODOS los fusibles hace rato, sí.
Ojalá que al poderoso jefe (el de PCD) no le salgan raíces de esperar la cantidad de cosas que aún le debo. Las ganas mías de liarme en mil trabajos, soy una obsesiva, luego me dan ataques de ansiedad, regresiones y tengo que borrarme del mapa para tomar aire (siempre viene bien). Paga pato el gym. No, yo pago pato, mi cuenta bancaria paga pato, el gym, ahí está, bien, gracias, cobrando por nada (¡carajo, es que soy una inconstante para estas cosas, no me gusta el deporte, no me gusta, noooooooooooo!!!!)
En fin, a este paso no llegaré a ser una treintañera con buen culo y sin panza. De todos modos, y volviendo nuevamente al tema del que estoy tratando de escribir DESDE HACE DOSCIENTAS TREINTA Y NUEVE PALABRAS, acabo de pasar por algunas páginas de Maus, podría decir que las más duras hasta el momento, pese a la descripción de injusticia y violencia sucedida durante el Holocausto de la II Guerra Mundial.
Estuve a punto de lanzar el libro lejos de mí y darle quejas a Zigor (después de todo, fue él quien me lo regaló, por tanto, CULPABLE por donde se mire), pero me pudo el “morbo masoquista” y continué, hasta las lágrimas, los gemidos nerviosos y la contención, para no salir gritando desnuda “¡Eureka!” por las estrechas calles del Casco Viejo de Bilbao (y ahora el sólo pensar en la cantidad de caca de perro que habría pisado sin zapatos, me da grima).
En fin, intentaré transcribir el diálogo que me hizo sentir un poquito menos mal de lo que me he sentido últimamente (salvo cuando el pelirrojo encantador, el buen Ernesto, el pequeño Mikel o la hija de Jorge me recuerdan que soy una criatura capaz de dar ternura).
Va:
Art Spiegelman, el autor de Maus, se retrata a sí mismo con una máscara de ratón, en su escritorio, sobre cuerpos amontonados de ratones –judíos- muertos. Sus primeros libros han obtenido mucho éxito y los medios no le dejan en paz. Sumado a todo esto, está deprimido, no consigue continuar con su historia, no se siente un adulto competente, “¡Quiero a mi mamá!”, dice. Y yo a la mía, ya ves tú.
Sale de su oficina y va a la cita semanal con el “loquero”, un judío checo sobreviviente a Auschwitz. Sigue caminando sobre cadáveres (no puede con la culpa, pobre). Llega y ambos sostienen el siguiente diálogo:
Psicólogo:
Bueno, ¿cómo te encuentras?
Art:
Hecho un lío. O sea, las cosas no podrían ir mejor con mi “carrera”, o en casa, pero siempre tengo ganas de llorar. No puedo trabajar. Se me va el tiempo en entrevistas y propuestas de negocios que no sé cómo afrontar. Pero incluso cuando me dejan solo estoy BLOQUEADO. En lugar de trabajar en el libro, me tumbo en el sofá durante horas y clavo la vista en una mancha de grasa de la tapicería. Las discusiones con mi padre ya no me parecen tan urgentes… Y Auschwitz asusta demasiado para pensar en ello… Así que SIGO tumbado…
Psicólogo:
Parecen remordimientos… quizás crees que has expuesto a tu padre al ridículo.
Art:
Quizás. Pero intenté ser justo y mostrar también mi enfado.
Psicólogo:
Incluso así, un chico de niño SIEMPRE admira a su padre.
Art:
Tal vez, pero me cuesta recordarlo… Sobre todo recuerdo DISCUTIR con él… y que me dijeran que yo no podía hacer nada tan bien como él.
Psicólogo:
Y ahora que te ha llegado el éxito, te sientes mal porque demuestras que él estaba equivocado.
Art:
Por mucho que yo logre, será una nimiedad comparado con sobrevivir a Auschwitz.
Psicólogo:
Pero no estás en Auschwitz… sino en Rego Park.
Quizás tu padre necesitara tener siempre la razón, demostrar que siempre podría SOBREVIVIR, porque se sentía CULPABLE de haber sobrevivido.
Art:
Puede.
Psicólogo:
Y descargó su culpa EN TI, donde estaba a salvo… en un VERDADERO superviviente.
Art:
Mmm… ¿Usted siente culpa por haber sobrevivido a los campos?
Psicólogo:
No… Sólo tristeza.
¿ADMIRAS a tu padre porque sobrevivió?
Art:
Bueno… claro. Sé que tuvo SUERTE, pero también ánimos y recursos increíbles.
Psicólogo:
Entonces te parece admirable sobrevivir. ¿Te parece que NO es admirable NO sobrevivir?
Art:
Uf. Cre-creo que le entiendo. Como si vivir significara ganar, y morir, perder.
Psicólogo:
Sí. La vida siempre elige el lado de la vida, y se culpa a las víctimas. Pero no sobrevivieron los MEJORES, ni murieron los mejores. ¡Fue el AZAR!
En fin. No me refiero a tu libro, pero piensa en cuántos se han escrito sobre el Holocausto. ¿Para qué? La gente no ha cambiado… Tal vez necesiten un nuevo Holocausto, aún mayor.
De todos modos, las víctimas nunca podrán contar su versión de la historia, así que quizá sea mejor no contar más historias.
Art:
Ya. Samuel Beckett dijo una vez: “Cada palabra es una mancha innecesaria en el silencio y la nada”.
Psicólogo:
Sí.
Art:
… Por otra aparte, lo DIJO.
Psicólogo:
Tenía razón. Quizá deberías incluirlo en tu libro.
---
El diálogo continúa unas cuantas viñetas más...
Me ha hecho bien leerlo y releerlo, para escribirlo aquí. Espero que quien lo ENCUENTRE pueda sentir el sabor de un terrón de azúcar y un poquito de alivio, como yo…
Besos.
---
HOY:
A lo que iba, llevo dos días leyendo golosamente el libro “Maus”, ya pasé de la mitad, soy una viciosa y no sé cómo me las arreglo para leer dos publicaciones a la vez (aún no termino “La Caverna”), al mismo tiempo que cierro cosas en la ofi de la gran Lara y me documento para escribir el artículo ese sobre decretos, derechos individuales, colectividad ancestral, etcétera, sin que se me queme algún fusible y tal. No, espera, es que ya se me quemaron TODOS los fusibles hace rato, sí.
Ojalá que al poderoso jefe (el de PCD) no le salgan raíces de esperar la cantidad de cosas que aún le debo. Las ganas mías de liarme en mil trabajos, soy una obsesiva, luego me dan ataques de ansiedad, regresiones y tengo que borrarme del mapa para tomar aire (siempre viene bien). Paga pato el gym. No, yo pago pato, mi cuenta bancaria paga pato, el gym, ahí está, bien, gracias, cobrando por nada (¡carajo, es que soy una inconstante para estas cosas, no me gusta el deporte, no me gusta, noooooooooooo!!!!)
En fin, a este paso no llegaré a ser una treintañera con buen culo y sin panza. De todos modos, y volviendo nuevamente al tema del que estoy tratando de escribir DESDE HACE DOSCIENTAS TREINTA Y NUEVE PALABRAS, acabo de pasar por algunas páginas de Maus, podría decir que las más duras hasta el momento, pese a la descripción de injusticia y violencia sucedida durante el Holocausto de la II Guerra Mundial.
Estuve a punto de lanzar el libro lejos de mí y darle quejas a Zigor (después de todo, fue él quien me lo regaló, por tanto, CULPABLE por donde se mire), pero me pudo el “morbo masoquista” y continué, hasta las lágrimas, los gemidos nerviosos y la contención, para no salir gritando desnuda “¡Eureka!” por las estrechas calles del Casco Viejo de Bilbao (y ahora el sólo pensar en la cantidad de caca de perro que habría pisado sin zapatos, me da grima).
En fin, intentaré transcribir el diálogo que me hizo sentir un poquito menos mal de lo que me he sentido últimamente (salvo cuando el pelirrojo encantador, el buen Ernesto, el pequeño Mikel o la hija de Jorge me recuerdan que soy una criatura capaz de dar ternura).
Va:
Art Spiegelman, el autor de Maus, se retrata a sí mismo con una máscara de ratón, en su escritorio, sobre cuerpos amontonados de ratones –judíos- muertos. Sus primeros libros han obtenido mucho éxito y los medios no le dejan en paz. Sumado a todo esto, está deprimido, no consigue continuar con su historia, no se siente un adulto competente, “¡Quiero a mi mamá!”, dice. Y yo a la mía, ya ves tú.
Sale de su oficina y va a la cita semanal con el “loquero”, un judío checo sobreviviente a Auschwitz. Sigue caminando sobre cadáveres (no puede con la culpa, pobre). Llega y ambos sostienen el siguiente diálogo:
Psicólogo:
Bueno, ¿cómo te encuentras?
Art:
Hecho un lío. O sea, las cosas no podrían ir mejor con mi “carrera”, o en casa, pero siempre tengo ganas de llorar. No puedo trabajar. Se me va el tiempo en entrevistas y propuestas de negocios que no sé cómo afrontar. Pero incluso cuando me dejan solo estoy BLOQUEADO. En lugar de trabajar en el libro, me tumbo en el sofá durante horas y clavo la vista en una mancha de grasa de la tapicería. Las discusiones con mi padre ya no me parecen tan urgentes… Y Auschwitz asusta demasiado para pensar en ello… Así que SIGO tumbado…
Psicólogo:
Parecen remordimientos… quizás crees que has expuesto a tu padre al ridículo.
Art:
Quizás. Pero intenté ser justo y mostrar también mi enfado.
Psicólogo:
Incluso así, un chico de niño SIEMPRE admira a su padre.
Art:
Tal vez, pero me cuesta recordarlo… Sobre todo recuerdo DISCUTIR con él… y que me dijeran que yo no podía hacer nada tan bien como él.
Psicólogo:
Y ahora que te ha llegado el éxito, te sientes mal porque demuestras que él estaba equivocado.
Art:
Por mucho que yo logre, será una nimiedad comparado con sobrevivir a Auschwitz.
Psicólogo:
Pero no estás en Auschwitz… sino en Rego Park.
Quizás tu padre necesitara tener siempre la razón, demostrar que siempre podría SOBREVIVIR, porque se sentía CULPABLE de haber sobrevivido.
Art:
Puede.
Psicólogo:
Y descargó su culpa EN TI, donde estaba a salvo… en un VERDADERO superviviente.
Art:
Mmm… ¿Usted siente culpa por haber sobrevivido a los campos?
Psicólogo:
No… Sólo tristeza.
¿ADMIRAS a tu padre porque sobrevivió?
Art:
Bueno… claro. Sé que tuvo SUERTE, pero también ánimos y recursos increíbles.
Psicólogo:
Entonces te parece admirable sobrevivir. ¿Te parece que NO es admirable NO sobrevivir?
Art:
Uf. Cre-creo que le entiendo. Como si vivir significara ganar, y morir, perder.
Psicólogo:
Sí. La vida siempre elige el lado de la vida, y se culpa a las víctimas. Pero no sobrevivieron los MEJORES, ni murieron los mejores. ¡Fue el AZAR!
En fin. No me refiero a tu libro, pero piensa en cuántos se han escrito sobre el Holocausto. ¿Para qué? La gente no ha cambiado… Tal vez necesiten un nuevo Holocausto, aún mayor.
De todos modos, las víctimas nunca podrán contar su versión de la historia, así que quizá sea mejor no contar más historias.
Art:
Ya. Samuel Beckett dijo una vez: “Cada palabra es una mancha innecesaria en el silencio y la nada”.
Psicólogo:
Sí.
Art:
… Por otra aparte, lo DIJO.
Psicólogo:
Tenía razón. Quizá deberías incluirlo en tu libro.
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El diálogo continúa unas cuantas viñetas más...
Me ha hecho bien leerlo y releerlo, para escribirlo aquí. Espero que quien lo ENCUENTRE pueda sentir el sabor de un terrón de azúcar y un poquito de alivio, como yo…
Besos.
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HOY:
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Luego de terminar el libro, hace un par de días, me quedé abrazándolo y acariciándolo un buen rato, sentí que necesitaba cariño, por lo mucho que debía dolerle lo que tenía dentro. Manías de maníaca.
Pude salir del trance al asociar ideas. Llegué a recordar esa noche con Mario, en Cachora (Arequipa), acurrucados del frío que hacía y doloridos de aquel viaje interminable e inolvidable por el sur de Perú. Como buen hombre, empezó a hacerse el niño y pedir a su “hermana mayor” (es que soy la hermana mayor de todo el mundo, caramba): “¡Cuéntame un cuento que ande solo, cuéntame un cuento que ande solo!”.
Es bueno tener recuerdos dulcemente ridículos, para superar los shocks autoimpuestos que una se monta, a falta de problemas reales, vaya.
¡Hoy me han obsequiado cuentos inéditos de Cortázar!
Luego de terminar el libro, hace un par de días, me quedé abrazándolo y acariciándolo un buen rato, sentí que necesitaba cariño, por lo mucho que debía dolerle lo que tenía dentro. Manías de maníaca.
Pude salir del trance al asociar ideas. Llegué a recordar esa noche con Mario, en Cachora (Arequipa), acurrucados del frío que hacía y doloridos de aquel viaje interminable e inolvidable por el sur de Perú. Como buen hombre, empezó a hacerse el niño y pedir a su “hermana mayor” (es que soy la hermana mayor de todo el mundo, caramba): “¡Cuéntame un cuento que ande solo, cuéntame un cuento que ande solo!”.
Es bueno tener recuerdos dulcemente ridículos, para superar los shocks autoimpuestos que una se monta, a falta de problemas reales, vaya.
¡Hoy me han obsequiado cuentos inéditos de Cortázar!
Comentarios
Sin haber leido aun, me vino una pregunta.... ¿en el universo del autor, quienes representarian a los palestinos?
Un abrazo!!!
Angela,el problema no esta en llegar a los trenta con un buen culo y sin panza.El problema es mantener ese culo alto sin tener que apuntalarlo como la Habana Vieja.
Lleguè aqui visitando los blogs de un amigo.
Me ha gustado muchisimo leerte,he devorado tus palabras con grandisimo placer.
Saludos.
La Nicolaza.
Y no, no tan hermana mayor... yo quería... ... bueno, verás aún tengo mi letrero de "placa en trámite", pero ya circulo imprudente.
Un abrazo a tus abrazos.
Y a los Marios, los Iker, los Iñakis y los Diegos, una mirada a lo monalisa.
salutz
JL