Misantropía

Es una cadena. Un eslabón tras otro, de asuntos simples. Así:

Un amigo mío dice tener ya bastante edad y quiere un hijo. Al parecer, las circunstancias en que desea tenerlo no importan mucho, con tal de tenerlo. Le digo: o sea, tu búsqueda de pareja implica poder procrear. Sí, responde. ¿Acaso no es obvio? No, no lo es. Hay personas que no quieren tener hijos, sino adoptar. Otras, que se enamoran habiendo descartado de entrada la posibilidad (muchos homosexuales, por ejemplo).

Entonces, él quiere tener un hijo para poder jugar juntos en el parque. Está muy bien. O acaso no está ni bien ni mal, simplemente es válido. Es válido porque es muy humano querer trascender en una cría, como en un libro, como nada en particular. Lo humano del asunto no es la opción escogida, sino la posibilidad de escoger.

Luego, habemos de ser respetuosos con cualquier elección, pues de eso se trata la libertad. Por tanto, debo aceptar que es bueno buscar una pareja por el mero hecho de querer procrear, como aceptar acaso que sólo se trataba de pasar el rato y es una estupidez sentir un par de grados de cariño más que el otro. Aceptar que la vida sigue, por ejemplo, y el mundo (el afecto, las personas) se vuelve cada día más descartable.

Evitar escribir en mi blog que me cago sobre las fiestas patrias peruanas, aún argumentando debidamente la sensación, pues alguien reclamará que “le deje ser y sentir”. Lo mismo si la niña aquella se ofende con sus compañeras de clase porque tienen la costumbre de entrar al Messenger como “no conectadas”, afectando con esto gravemente sus relaciones personales (pero las de verdad, las de mirar y decir a la cara).

Así dicho, tampoco puedo indignarme si los futuros diplomáticos de mi país ven normal y hasta “sabio” guardar sus ahorros en paraísos fiscales. Es que hay libertad. Y hay libertad para bombardear a los niños por televisión, estas navidades exígele a tu padre la última generación de juegos de vídeo, para tu agilidad, para tu habilidad, para tu imaginación, con dos personajes y así tu viejo (o vieja) se sienta, coge la consola de al lado y ala, a pasar rato juntos, que hay que fomentar unión familiar.

Entonces, ¿qué podemos hacer? Hay cosas totalmente fuera de discusión, como las dos cervezas con el ripio que quedaba en la cartera, los viajes interoceánicos, etcétera. Tengo derecho a disfrutar mis horas y agradecer a dios y mis padres la vida, la oportunidad, gracias, gracias, buenos amigos (y amigas), todo bien, todo en orden, ni siquiera pienses en la tuberculosis, en la tifoidea o en el sida y tantos corazones rotos, porque no amerita, mujer, porque la vida es ya bastante dura y nada puedes hacer desde aquí.

Es que, claro, como luego cada quién puede fundar su reino donde quiera y como quiera, los esfuerzos de solidaridad se quedan en las luces navideñas y la chocolatada para niños con caries, pero caries de desnutrición, no esas que dan por falta de aseo dental (aunque también). Y una pelota o una muñeca rubia, que no se te olvide.

A fin de cuentas, y para ser coherente, valdría más bien vivir del arte y contemplar, y ceder, y ver de quién viene cada qué y cada quién y cada sueño, porque entonces el asunto es un sin vivir, cosa que tampoco merece la pena estando el respetable tan atento a la evolución de la larva, que si mariposa, que si polilla, que si futuro y diamantes en bruto, ay, por el amor de.
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Afortunadamente, existe la música (y el silencio).

Somos, en verdad, criaturas extrañas. Me gusto. Me gustan, sí. El desequilibrio y la incoherencia, más la posibilidad de enmendar, a saber si por derecho natural o acaso llegó el misionero católico justo a tiempo para avisarte que tu alma se irá al infierno porque suicidarte es un pecado (y chacchar coca, y casarte con tu prima).

Espiral…

Neutralidad ¿Existe la neutralidad?

Heme aquí, luchando por mantener mi permiso de residencia en un país que exporta armas a África y esquilma los recursos energéticos a Latinoamérica, porque resulta que los grandes empresarios tienen derechos tan grandes como ellos mismos y sus grandes familias, sus grandes casas, sus grandes automóviles, sus grandes inversiones, sus grandes riesgos, sus grandes aliados políticos, sus grandes inteligencias y sus grandes ambiciones.

Pero ellos también son humanos y de vez en cuando, ¿tú crees, Lucía?, se preguntarán este tipo de cuestiones y responderán: “¡Deja de pensar huevadas, chibola de mierda, y ya no te compliques la vida!”.

Es que al final, ¿quién no debe (siquiera las gracias)?; ¿quién no merece (siquiera las gracias o una patada en el culo)? Ni siquiera un muerto, no, señor, ni siquiera.

Y es cuando entiendo mejor a los mártires y los drogadictos. Bendita evasión. Divina ignorancia. Sí, hombre, ya sé que todo está bien, pero yo paso. Eso, paso.

¡Miren qué contrastes más bonitos!...

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