La habitación de Lucía
Para Silvia, Alberto, Kari, Alice, Manolo, Pía, Miguel, Mario, Ernesto, Koldo, Adrián y Xavi.
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Si no hubieran ocurrido esos pormenores dolorosos que no condicionan la vida más allá de este espacio entre el cuello y el estómago (o el estómago también, si se pierde el apetito por ansiedad), la noticia habría sido realmente deliciosa, habría llegado airosa e insoportablemente feliz, a decir lo que ella y sus anfitriones llevaban tiempo esperando: por fin, un trabajo.
Supongamos que el éxtasis se hará esperar hasta el fin de semana, días festivos que laboriosamente dedicará a terminar lo empezado hace un año, por fin, Dios mío, de una buena vez. Esperando, claro, haber tomado suficientes apuntes y no perderse en elucubraciones tipo la paz mundial, el hambre, la injusticia y la madre que los parió.
Tal parece, eso creo, pasaremos nuevamente juntos la noche vieja. Por supuesto, esta vez tiene clarísimo que no acabarán en la cama, celebrando la borrachera, el chapuzón invernal en aguas cantábricas, la pérdida de seres queridos y la soledad. Oda a las almas gemelas ciegas, sordas y mudas, piensa. Oda al miedo, qué mierda. De todos modos, el hombre de mi vida murió en 1984 y la abstinencia es sana. Nada como besitos sabrosos para recuperar infantiles ilusiones, a estas alturas de los tiempos y la promiscuidad.
Ya ha pasado un año. Sí, como el año pasado y el antepasado. Todos los años pasa un año, sin embargo, cómo abrimos los ojos de sorpresa al decirlo en voz alta. Voz alta, resoplido, coño, carajo, cómo pasa el tiempo, edad, personas que no volverán, cambios de actitud, propuestas, vamos, gente, que hasta el más ateo piensa en esto de cerrar círculos en fechas específicas y para el uno de enero estaremos renovaditos, con la fuerza de voluntad sobrecargada, menos flojera y mucho ánimo. Ya.
Pues sí, problemas diluidos en vino. Miras discretamente a tu compañero esporádico de cambio de calendario, ese que luego insistió en tomar café un día de estos y días después, vía Short Message Service (es que ellos son sutiles), te dijo “hagamos como que nunca pasó nada”. Muy bien, complaceremos al caballero. Respondiste: “¿De qué estás hablando?”. Punto.
Mujer, confiesa que te atrae la idea de la repetición cíclica. Sí, bueno, pero da igual. Ya bastante harán él y tú con acompañarse y comprenderse sin decir palabra, pues ahora les hermana ese dolor jodido que no va más allá del espacio entre el cuello y el estómago, imperceptible, salvo que alguno de la misma especie, valiente idiota, se atreva a mirarles directamente a los ojos para imaginar lágrimas secas alrededor.
Esto, si al final pasan juntos la nochevieja y demás, pero te adivino ganas de autoflagelación ermitaña. Ya, así andamos. Mira que te lo han reclamado tus anfitriones cuando les sugeriste comprar un hamster para sobrellevar tu ausencia. “¡Si no nos has hecho ni caso!”, Silvia y su verdad a lo bestia. Es lindo cuando lo hace, porque luego se te queda mirando curiosa y dulce, parece una niñita. Una niñita bonita y buena.
“Por eso mismo deben comprarse un hamster, porque él tampoco les hará ni caso”. Alberto te da la razón. Es que hemos cenado juntos, celebrando que he conseguido trabajo en Bilbao y dejaré su casa de pareja recién hipotecada, con habitación amablemente cedida para guarecerme en mis meses de prácticas. Estas cosas se aplauden con énfasis, caramba. La imperfección de la humanidad, el desprendimiento pese al riesgo de incomodidad y la amistad.
De todas maneras, has sido un ratón, Lucía. Un hamster. Silvia y tú lo conversaron en la terraza (ya eres nuevamente una fumadora oficial), eso de tus ausencias mentales, del silencio, del cuidado meticuloso en no importunar, de las típicas discusiones, de tu trabajo y el sueldo mínimo vital español, de rupturas bilbaínas y planes de vida aquí, allá, cuando sea el momento adecuado y sin dejar pasar las oportunidades, porque nadie irá tras ellas para traértelas de vuelta en una jaula y te sirvas a gusto y paciencia, es así. Tú dudando en subir al avión y nosotros aquí, preparando tu habitación con tanto cariño (realismo sarcástico, ternura sincera).
Henos aquí, trasnochando, rehuyendo a pensar en esa mierda de dolor entre el cuello y el estómago que acabará diluyéndose en el vino y las horas, suficientemente cansadas para no despertar a tiempo por la mañana, llegar tarde a la oficina, etcétera. Afortunadamente, también extraño a mis hermanos y ese es un sufrimiento reivindicativo, de esos que se padecen con buen humor.
Esta gente me hará falta. Hace un rato, al llegar de Bilbao, sentí aquello de “casa”, de “mío”, de “mí”. Una tienda de campaña en lugar estratégico, guarecida de la lluvia y con calefacción. Y ya toca levantar trastos otra vez.
Si no hubieran ocurrido esos pormenores dolorosos que no condicionan la vida más allá de este espacio entre el cuello y el estómago (o el estómago también, si se pierde el apetito por ansiedad), la noticia habría sido realmente deliciosa, habría llegado airosa e insoportablemente feliz, a decir lo que ella y sus anfitriones llevaban tiempo esperando: por fin, un trabajo.
Supongamos que el éxtasis se hará esperar hasta el fin de semana, días festivos que laboriosamente dedicará a terminar lo empezado hace un año, por fin, Dios mío, de una buena vez. Esperando, claro, haber tomado suficientes apuntes y no perderse en elucubraciones tipo la paz mundial, el hambre, la injusticia y la madre que los parió.
Tal parece, eso creo, pasaremos nuevamente juntos la noche vieja. Por supuesto, esta vez tiene clarísimo que no acabarán en la cama, celebrando la borrachera, el chapuzón invernal en aguas cantábricas, la pérdida de seres queridos y la soledad. Oda a las almas gemelas ciegas, sordas y mudas, piensa. Oda al miedo, qué mierda. De todos modos, el hombre de mi vida murió en 1984 y la abstinencia es sana. Nada como besitos sabrosos para recuperar infantiles ilusiones, a estas alturas de los tiempos y la promiscuidad.
Ya ha pasado un año. Sí, como el año pasado y el antepasado. Todos los años pasa un año, sin embargo, cómo abrimos los ojos de sorpresa al decirlo en voz alta. Voz alta, resoplido, coño, carajo, cómo pasa el tiempo, edad, personas que no volverán, cambios de actitud, propuestas, vamos, gente, que hasta el más ateo piensa en esto de cerrar círculos en fechas específicas y para el uno de enero estaremos renovaditos, con la fuerza de voluntad sobrecargada, menos flojera y mucho ánimo. Ya.
Pues sí, problemas diluidos en vino. Miras discretamente a tu compañero esporádico de cambio de calendario, ese que luego insistió en tomar café un día de estos y días después, vía Short Message Service (es que ellos son sutiles), te dijo “hagamos como que nunca pasó nada”. Muy bien, complaceremos al caballero. Respondiste: “¿De qué estás hablando?”. Punto.
Mujer, confiesa que te atrae la idea de la repetición cíclica. Sí, bueno, pero da igual. Ya bastante harán él y tú con acompañarse y comprenderse sin decir palabra, pues ahora les hermana ese dolor jodido que no va más allá del espacio entre el cuello y el estómago, imperceptible, salvo que alguno de la misma especie, valiente idiota, se atreva a mirarles directamente a los ojos para imaginar lágrimas secas alrededor.
Esto, si al final pasan juntos la nochevieja y demás, pero te adivino ganas de autoflagelación ermitaña. Ya, así andamos. Mira que te lo han reclamado tus anfitriones cuando les sugeriste comprar un hamster para sobrellevar tu ausencia. “¡Si no nos has hecho ni caso!”, Silvia y su verdad a lo bestia. Es lindo cuando lo hace, porque luego se te queda mirando curiosa y dulce, parece una niñita. Una niñita bonita y buena.
“Por eso mismo deben comprarse un hamster, porque él tampoco les hará ni caso”. Alberto te da la razón. Es que hemos cenado juntos, celebrando que he conseguido trabajo en Bilbao y dejaré su casa de pareja recién hipotecada, con habitación amablemente cedida para guarecerme en mis meses de prácticas. Estas cosas se aplauden con énfasis, caramba. La imperfección de la humanidad, el desprendimiento pese al riesgo de incomodidad y la amistad.
De todas maneras, has sido un ratón, Lucía. Un hamster. Silvia y tú lo conversaron en la terraza (ya eres nuevamente una fumadora oficial), eso de tus ausencias mentales, del silencio, del cuidado meticuloso en no importunar, de las típicas discusiones, de tu trabajo y el sueldo mínimo vital español, de rupturas bilbaínas y planes de vida aquí, allá, cuando sea el momento adecuado y sin dejar pasar las oportunidades, porque nadie irá tras ellas para traértelas de vuelta en una jaula y te sirvas a gusto y paciencia, es así. Tú dudando en subir al avión y nosotros aquí, preparando tu habitación con tanto cariño (realismo sarcástico, ternura sincera).
Henos aquí, trasnochando, rehuyendo a pensar en esa mierda de dolor entre el cuello y el estómago que acabará diluyéndose en el vino y las horas, suficientemente cansadas para no despertar a tiempo por la mañana, llegar tarde a la oficina, etcétera. Afortunadamente, también extraño a mis hermanos y ese es un sufrimiento reivindicativo, de esos que se padecen con buen humor.
Esta gente me hará falta. Hace un rato, al llegar de Bilbao, sentí aquello de “casa”, de “mío”, de “mí”. Una tienda de campaña en lugar estratégico, guarecida de la lluvia y con calefacción. Y ya toca levantar trastos otra vez.
Comentarios
Estaba revisando el BLOG de Martin Varsavsky cuando he visto tu intervención, q por cierto me ha gustado en "Comentarios off-topic".
"No tengo coche y mi familia siempre ha dependido del transporte público...no estamos acostumbrados a otro modo de vivir, por ello entiendo que para otras personas resulte difícil imaginarse una situación diferente."
Animarte a q participes en los distintos "post" o intervenciones a temas de Martín. Tú punto de vista creo q será muy interesante...
FELICITARTE, PuntoHuesca
P.d. Respecto a tu "BLOG" te sugeriria echaras más arena q cal...Bastantes cosas tristes tiene la vida como para q bases en estas tus "post".
Valiente de tu parte discutir la temática de mi blog, pues lo personal de esta elección se equipara a escoger al/a chico/a a quien quiero querer o el color de mis sombras de ojos. Pero bueno, se acepta la opinión.
En todo caso, salvo los post muy personales, se trata de aspectos de la vida que me obligo a mirar diariamente, a veces a los ojos y otras de soslayo, por mi trabajo, mi sesgo profesional y mi vocación de quejona compulsiva.
De todos modos, defiendo que el análisis de determinados aspectos desagradables de la realidad, sin caer en el morbo, es necesario para tener más claros los principios de nuestra existencia. Por lo menos, me hace bien a mí. Y mis pocos lectores suelen considerarme “reflexiva”, más que triste.
La carga melancólica tal vez resulta de la constante lejanía de mi núcleo.
Suelo leer los post de Martín, pero algo le pasa al ordenador del trabajo, que no me deja comentar con celeridad. En todo caso, intentaré aparecer más seguido. Claro, he de reconocer que allí me siento totalmente outsider.
Gracias por las felicitaciones, me animas a meter la nariz por ahí ahorita mismo.
Un abrazo.
Creo q en el BLOG de "Martin" se entrecruzan aficiones, gustos, puntos de vista,...DE TODA RAZA, CREDO Y CONDICIÓN.
No entiendo porque debes sentirte "OUTSIDER"!
PuntoHuesca