Lucía y el mundo (o historias egocéntricas 1)
Lucía atraviesa apurada el parque Echevarria, con un mochilón negro bastante pesado. Casi antes de cruzar la autopista, aprovechando el verde del semáforo, la detienen dos señoras muy amables, quienes le muestran unas revistas religiosas. Acostumbrada a no menospreciar este tipo de credos, sonríe y les escucha un ratito. Una vez superada la presentación del “Reino de Dios”, con un amable: “Sí, sí sé de eso”, la conversación degenera del modo siguiente:
:.
Viejita 1:
Viejita 1:
¿Y a dónde vas tan apurada?
Lucía:
A mi trabajo… Voy tarde ya…
Viejita 1:
Ah. Trabajarás en una casa aquí cerca.
Lucía:
Eh… Sí… Sí, muy cerca, sí.
Viejita 2:
¿Y no querrías venir a nuestro grupo de oración?
Lucía:
No. No gracias.
Viejita 2:
¿Por qué no?
Lucía:
Porque no tengo tiempo. Además, estoy a punto de viajar.
Viejita 1:
¿Viajar? ¿Dejas Bilbao? ¿Acaso no has encontrado trabajo aquí?
Viejita 2:
Es que aquí el trabajo está escaso. Vosotros, los de Bolivia, venís aquí pensando que es la maravilla…
Lucía:
De hecho, soy peruana…
Viejita 1:
Sí, sí. Yo también conozco una chica que es de allí, de esos países, de Bolivia. Ella también ha tenido problemas para encontrar trabajo, pero ya la han contratado en casa de una amiga, hace poco más de un mes.
Viejita 2:
Es que la situación en vuestros países es muy difícil, pero aquí tampoco es tan fácil.
Viejita 1:
Y cada vez vienen más de allá, y aquí ya hay muchos…
Viejita 2:
¿Y a dónde viajas? ¿A Madrid?
Lucía:
No. A Perú. Me voy a casa.
.
Las viejitas ponen cara de sorpresa. Una frunce el seño y ahí se queda, la otra sonríe y se despide de Lucía, quien aprovechó el “pánico” generado por su respuesta para zafar de la situación. Luego llega a la oficina aquella, saluda a sus madrugadoras compañeras, instala la laptop que llevaba en el mochilón pesado aquél y empieza su apurada faena de terminar de seleccionar información para la Web “XYZ”, y dejar todo listo antes de su retorno temporal. Sonríe. Ha conocido a dos simpáticas señoras hace un rato.
Las viejitas ponen cara de sorpresa. Una frunce el seño y ahí se queda, la otra sonríe y se despide de Lucía, quien aprovechó el “pánico” generado por su respuesta para zafar de la situación. Luego llega a la oficina aquella, saluda a sus madrugadoras compañeras, instala la laptop que llevaba en el mochilón pesado aquél y empieza su apurada faena de terminar de seleccionar información para la Web “XYZ”, y dejar todo listo antes de su retorno temporal. Sonríe. Ha conocido a dos simpáticas señoras hace un rato.
.
Más tarde se encuentra con el Gato y sus amigos sajones. Que cómo se dice “vértigos por altura” en Bolivia, pregunta. No sabe, en Perú se dice “soroche”, responde. “Pero en Bolivia tiene otro nombre -replica el Gato-. ¿Sabes cómo se le llama en Bolivia?”. Y Lucía: “En quechua se pronuncia un poco diferente, termina en fonema [i], pero no sé cómo es en Bolivia, tal vez es diferente en aymara. “Ya, -insiste el buen muchacho-, pero… ¿no sabes cómo?”. Lucía lo mira fijamente, luego sonríe con sólo un lado de su boca, se sonroja un poquito (también se sonroja el Gato) y lanza suavecito:
Más tarde se encuentra con el Gato y sus amigos sajones. Que cómo se dice “vértigos por altura” en Bolivia, pregunta. No sabe, en Perú se dice “soroche”, responde. “Pero en Bolivia tiene otro nombre -replica el Gato-. ¿Sabes cómo se le llama en Bolivia?”. Y Lucía: “En quechua se pronuncia un poco diferente, termina en fonema [i], pero no sé cómo es en Bolivia, tal vez es diferente en aymara. “Ya, -insiste el buen muchacho-, pero… ¿no sabes cómo?”. Lucía lo mira fijamente, luego sonríe con sólo un lado de su boca, se sonroja un poquito (también se sonroja el Gato) y lanza suavecito:
.
“Pregúntale a una boliviana”.
:
Comentarios
La verdad es que de una forma u otra he podido evitar las conversas con los proselitistas religiosos, excepto en una ocasion en que fueron tan amables, solo que su enfoque fue mas de preguntar por mi que presentar su propuesta.