Eva ebria

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Y, claro, ya ni siquiera te acuerdas, aunque hayan pasado veinte minutos solamente y pensaste “no más”, pero de nuevo, meses después, qué diablos. Dijiste que no querías más y sientes que cumples, porque no es más para ti, has visto y sabes que aquello gelatinoso arraigado en tu pecho sólo vibra un poco, lo suficiente para recordarte que eres humana, pero se queda quieto en breve porque quiere lo mismo, o lo contrario, o menos aún.

Te das cuenta que en la ciudad seca y fría no sólo era el clima lo que mantenía tu crónica panza contraída, las drogas también ayudaron. A veces deseas volver allí, otras no sabes dónde diablos estás, sólo sigues como en automático. Esas tres personas importantes son las únicas que mantienen un color sonrosado. Ellas y los amigos que amas con todo tu corazón, aunque hace poco has conocido a uno de ellos, pero no te importa, porque las lágrimas que ha arrancado de tus ojos han calentado un poquito tu corazón, desde hace varios días ya, así que no culpes a tu síndrome premenstrual.

A lo mejor guardas recuerdos del tal Carlitos, ese que te quiso muchísimo en un par de días y, dos días después, desapareció, para luego explicarte en letras virtuales que temía al compromiso. Dijiste ¡Qué joda, tío! ¡Qué joda! ¡Ahora tendré que devolver el puto vestido de novia que ya había encargado en Miami! (porque escuchaste en algún programa de modas eso de Miami y los bonitos vestidos de novia) ¡Qué joda, tío! ¡Que te den!

No entendías, ¿verdad? Pensaste será una bonita historia corta, sin muertos, ni heridos, y escribes ahora, desde tu tumba: ¿Por qué? No respondes, esto no puedes responderlo tú, ni él. Esto fue el último suspiro de tu ilusión, en esa ciudad fría, de trabajo arduo, nuevos amigos, ángeles y drogas, donde matas por volver. Tu ilusión está muerta. A veces agradeces por ello. A veces maldices por ello. A veces, sabes, tampoco lo quería mucho, pero igual, ¿por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Debes ser amable y explicar que te vas, antes de irte. Lo sabes tú, ¿quién más? Quienes se van sin decírtelo. Sí, deberían saberlo también, para no hacerlo de nuevo, siquiera con las siguientes.

¿Tenemos derecho a vivir en orgasmos perpetuos, matando ilusiones? ¿Tenemos derecho a herir? ¿Crees que nunca has herido? Sabes que sí, pero no, pero tanto así no.

Duele, no a ti, sino a la ilusión. ¿Es la misma ilusión que abre tus ojos cada mañana? ¿Ese mismo amor maternal que nunca te abandonará? No, era otra, una prima hermana de la bondad que no has perdido, pero se ha parcializado, convertido en esto que brota ahora de tu delirio y agota tus ojos hasta hacerlos deshacerse en lágrimas inexplicadas.

Ha empezado esa canción de recuerdos bonitos, de cuando eras pequeñita y jugabas entre los sillones de madera blanca y cojines negros, que salía de esa grabadora antigua, celeste, que tu papá guardaba como maletita en un rincón, junto a la biblioteca, en aquella salita con olor a aceite de moto, mamá corrigiendo exámenes y una felicidad simple que nunca más entenderás.

No estás sola, ni lo sientes. Sabes que esa canción sabe a chocolate, pero las lágrimas no cesan, no quieren dejarte, te ayudan a disfrutar mejor el momento dulce que añoras. Sigue, recuerdas ese amante que tenías cuando apenas llegaste a la ciudad fría, que decía quererte y te olvidó, sin ser su culpa, porque nunca hay culpa, nunca, aunque tal vez tuya y luego, tu amigo aquél que apenas conoces y te quiere, y confía, y te hace sonreír por ser su cariño más puro que el de los tantos “divos” que pasaron por tu cama.

Sabes lo que sientes y lo dejas allí. Te conmociona, te… No sabes, no sabes por qué lloras y es mejor seguir achacándole el ataque de sensiblería al síndrome premenstrual, así deslindas la pataleta de cualquier sentimiento. Has aprendido, cuando murió esa ilusión parcial, que no, que no más, que ya basta, que hace mucho rompiste el cordón umbilical, pero de pronto quisieras tenerlo y que con mucha ternura, ella te diga que todo estará bien, sólo por decirlo, sólo porque siempre le vas a creer, aunque ya eres mayor.

Has puesto esa canción en una carpeta llamada “muy especiales”, porque es muy especial, aunque no sea la Sosa cantándole al pequeño negrito, mientras su madre está en el campo, trabajando y no le pagan, trabajando. Te gusta, pues. Te gusta y ya y no hace daño, sino más bien limpia tu alma y piensas: toda la incertidumbre, todo el frío, todas las drogas valieron la pena.

Recuerdas los muebles blancos y el olor de tu papá, sus anteojos y esa sonrisa que has heredado junto a tus hermanos, que te hace única y fuerte y a ellos, tuyos y de sí mismos. Y quieres hacer más, pero es difícil. Te sientes sola. Alguno que es varios se pregunta por qué sufres (ni siquiera imaginan que tienes panza) si eres bonita. No respondes, no saben lo que te gustaría ahora, por eso no respondes.

¿Sabes lo que dices? Sí y no te lo discuto, porque el amor que has conseguido de los ojos azules, grises, caramelo y muchos pares negros, compensan para toda la vida, así como los brazos que acogieron tu retorno. Has entendido el amor y desaparecido los nudos de tu espalda. Aprendes que los tres pajaritos que cantan bonito sobre tu puerta lo hacen cada vez más alto, gracias a dios.

¿Cuántos en un mes? Tres múltiples besos. Tres tipos sin más, a quienes guardas algún cariño, ya, chévere, nada. ¿Los recuerdas? No. ¿Los amas? No. Cariño es cariño. ¿Respeto? A uno de ellos, tal vez. Al último, tal vez, aunque no recuerdas sus besos y prefieres ser cordial, porque no pierdes nada y algo se ha roto dentro de ti. Elegiste no pensar bonito, porque habrías besado sin parar y necesitabas saber hasta dónde llegar. Por último, no quieres enamorarte de nadie en especial, que el mundo entero te quiera, ya lo mereces, ya que se vaya al carajo lo demás, ya has compensado tus carencias y hasta las ganas de tirar se han ido, porque todo cansa. Además, el primero de la temporada, el recurrente allá donde estabas, mató la ilusión. Prudencia.

No te arrepientas si no has hecho mal.

Mañana, otra vez sonrisas, otras vez gente amable y amada, otra vez letras bonitas y ganas de estar viva, porque estás viva y sana, porque sufres menos que muchos y lo sabes, por eso has aprendido a llorar menos y reír más.

Ay… ¿Recuerdas cuando recordabas los besos que dabas y los dabas porque querías? Recuerdo que dolía. ¿Quieres que duela otra vez? No. No sé. No.

Comentarios

Susana dijo…
buen monólogo. buena catarsis. S
Galileus dijo…
Me quedo con el "(...) y una felicidad simple que nunca más entenderás."

Muchas veces he añorado esa clase de felicidad, cuando me arrancaron la ilusión, cuando quité la venda de mis ojos.

Comparto la opinión de Susana.
Anónimo dijo…
Tremenda introspección, que fuerte lo que leo, que duro lo que leo, me parece que hasta demasiado contigo misma, recuerda que todos la cagamos de vez en cuando, el tema está en aprender un poco y tratar de evitar la siguiente igual.

Nos leemos.
Anónimo dijo…
me encanta, ángela, precioso, que nos quiera todo el mundo, que no duela, que nos llene por dentro, que nos dé vida, que sea:

amor

:-)
Mamá de 2 dijo…
Hoy di besos porque quise, aunque fueron los ultimos. Ya recorde que es bonito... y claro, tambien que duele.
Anónimo dijo…
amiga... ufff extraño las conversas coño jode carajillo..

SIN DUDA ALGUNA ESPEJO DE CRISTAL TE VEZ Y NOS MIRAS A LOS DEMAS...

te veo y me identifico tb :)

¿VAS´VOLVER?
Mamá de 2 dijo…
AMIGA PRECIOSA! QUIERO VOLVER, PERO DEBO ESPERAR LA RESPUESTA DE LA EMBAJADA, MÍNIMO DOS SEMANAS... LO QUE DIOS QUIERA, PUES.
ABRAZOOOOO!!!
TE EXTRAÑO UN MONTÓN Y TE QUIERO MUCHO! :)

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