Diferencias...
.
Escuché hace poco a un músico de mi agrado, Enrique Bunbury, en una entrevista. Le preguntaron si había probado Peyote en alguna sesión de chamanismo en Latinoamérica, en su búsqueda por espiritualidad. Aceptó ser cristiano, que no es católico, por lo cual no había tenido necesidad de buscar “espiritualidad” en otras culturas. Sin embargo, dijo admirar el chamanismo y las culturas indígenas en general, por su alto grado de respeto y gratitud hacia la naturaleza.
Tal vez Bunbury no sea el mejor filósofo a citar, pero a estas alturas, creo que los filósofos más escuchados deberían ser quienes han dejado de lado la idea de un mundo creado para satisfacer al hombre, un mundo antropocéntrico que, mal entendido como está, se deprime cada día más. También aquellos que ceden la actitud erudita a los académicos más conservadores y comparten su sabiduría con sencillez y, sobre todo, mucho respeto.
¿Por qué no podemos admirar a otras culturas? Es difícil admirar lo que consideramos está “por debajo” de nosotros. Y ocurre mucho con los habitantes de las ciudades: el estar alejados de realidades diferentes ha afectado nuestros valores de tal modo que pareciera inconcebible poder vivir sin luz eléctrica. Pero sí se puede y tal carencia no significa “atraso”, sino, simplemente, otro ritmo, otras prioridades, otra manera de vivir, que puede ser buenísima o muy triste, según con qué dignidad queden cubiertas las demás necesidades.
Tal vez Bunbury no sea el mejor filósofo a citar, pero a estas alturas, creo que los filósofos más escuchados deberían ser quienes han dejado de lado la idea de un mundo creado para satisfacer al hombre, un mundo antropocéntrico que, mal entendido como está, se deprime cada día más. También aquellos que ceden la actitud erudita a los académicos más conservadores y comparten su sabiduría con sencillez y, sobre todo, mucho respeto.
¿Por qué no podemos admirar a otras culturas? Es difícil admirar lo que consideramos está “por debajo” de nosotros. Y ocurre mucho con los habitantes de las ciudades: el estar alejados de realidades diferentes ha afectado nuestros valores de tal modo que pareciera inconcebible poder vivir sin luz eléctrica. Pero sí se puede y tal carencia no significa “atraso”, sino, simplemente, otro ritmo, otras prioridades, otra manera de vivir, que puede ser buenísima o muy triste, según con qué dignidad queden cubiertas las demás necesidades.
.
Recordé con cariño un pago a la tierra que presencié frente al nevado Colquepunko, durante la celebración al Señor del Coyllur Riti, hace algunos meses. Conocí a habitantes de Q’eros, el último remanente quechua de Perú. Totalmente quechua. Si alguna persona en este país puede jactarse de la pureza de su etnia, sería algún miembro de esa comunidad, a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar.
Benito, uno de los señores, me saludó muy atento, muy encorvadito, como suelen ir ellos. Tomó mi mano con ambas suyas y me dijo: “Allillanchu, señorita”. Yo, que en unas cuantas clases de quechua pude aprender a saludar, respondí pronunciándolo todo mal y recibí una sonrisa cordial de respuesta.
Este joven llamó mi atención, por su rostro alegre y sonrisa que nunca desaparecía, pese a los sacos pesados que llevaban encima, desde Cusco, de vuelta a Q’eros, pasando por Colquepunko, para saludar al Señor y hacer el pago anual a la Mama Pacha. En el camino, conocí a dos más. Me dijeron que ya en el valle encontraríamos a Martín. Martín inspiraba obediencia, noté. Seguro era un anciano importante en su comunidad.
No era anciano, sino un adulto de cuarenta y muchos años. Nunca tan risueño como Benito. Soy respetuosa por principios y convicción, por ello, mi actitud hasta el momento había sido bastante agradable y el trato, horizontal. Sin embargo, conforme avanzaba el día y llegaba la hora del pago, los hombres de Q’eros se tornaron solemnes y serios. Entonces, entendí que algo muy valioso los colocaba por encima de mí y debía otorgarles ese lugar, aunque ellos no quisieran.
Ya no era solamente el hecho de ser ellos los conocedores de la zona, los agricultores fuertes que resisten el frío sin andar con una casaca de plumas, como la mía, los quechuas puros, los guías. Ellos eran los que sabían todo allí, yo no.
Benito, uno de los señores, me saludó muy atento, muy encorvadito, como suelen ir ellos. Tomó mi mano con ambas suyas y me dijo: “Allillanchu, señorita”. Yo, que en unas cuantas clases de quechua pude aprender a saludar, respondí pronunciándolo todo mal y recibí una sonrisa cordial de respuesta.
Este joven llamó mi atención, por su rostro alegre y sonrisa que nunca desaparecía, pese a los sacos pesados que llevaban encima, desde Cusco, de vuelta a Q’eros, pasando por Colquepunko, para saludar al Señor y hacer el pago anual a la Mama Pacha. En el camino, conocí a dos más. Me dijeron que ya en el valle encontraríamos a Martín. Martín inspiraba obediencia, noté. Seguro era un anciano importante en su comunidad.
No era anciano, sino un adulto de cuarenta y muchos años. Nunca tan risueño como Benito. Soy respetuosa por principios y convicción, por ello, mi actitud hasta el momento había sido bastante agradable y el trato, horizontal. Sin embargo, conforme avanzaba el día y llegaba la hora del pago, los hombres de Q’eros se tornaron solemnes y serios. Entonces, entendí que algo muy valioso los colocaba por encima de mí y debía otorgarles ese lugar, aunque ellos no quisieran.
Ya no era solamente el hecho de ser ellos los conocedores de la zona, los agricultores fuertes que resisten el frío sin andar con una casaca de plumas, como la mía, los quechuas puros, los guías. Ellos eran los que sabían todo allí, yo no.
.
Mi compañero de viaje, y buen amigo, contestó mi pregunta muda: Martín es un chamán de rango elevado, un Altomisayoq. En las actuales culturas andinas, estos son quienes están más cerca de lo divino. Son admiradísimos en sus pueblos. Todos los curanderos y brujos que hay en Cusco y alrededores, han debido pasar por la mano de estos hombres alguna vez. Los otros son Pampamisayoc, también chamanes, pero de poder más limitado. Sin embargo, son buenos también y respetados.
Benito era un chamán y ni siquiera se me había ocurrido. Tan acostumbrada que estaba a los chamanes emperifollados, que hacen espectáculos ruidosos y coloridos en la televisión, o en las plazas, o en sus oficinas, o en las mismas lagunas Huarinjas de Huancabamba, para satisfacción de políticos, gente del espectáculo limeño y turistas.
No sólo un chamán. Tenía el privilegio de haber sido escogido por el cielo. Es que la zona de Q’eros es tormentosa y, de cuando en cuando, el rayo escoge a un aprendiz. A Benito, literalmente, lo había partido un rayo a los doce años, así, huérfano y sin mayor gracia. Por cierto, tan “jovencito” no estaba, tenía treinta y ocho, esposa y dos hijitas preciosas.
Creencias populares que tal vez no interesen mucho a personas como nosotros, “occidentalmente sabios”. De acuerdo. Sin embargo, ¿qué sería lo universalmente admirable de estos señores? Muy sencillo: ellos son personas importantes, muy importantes... y no se les nota, porque no lo van pregonando por el mundo, ni colocándose por encima de nadie, ni pretendiendo ser dueños de cuanto material interesante se les cruce por la nariz.
¿Por qué sentirnos mejores que otros? Si lo pensamos claramente, casi todo lo que consideramos “diferenciador” nos viene de afuera: el dinero, las posesiones, la carrera universitaria, el estilo de música que preferimos… Hasta el modo en que hemos clasificado nuestros valores y metas ha tenido intervención externa.
Acepto que nuestra cultura y formación nos haga diferentes y, a veces, incompatibles (puedo avalar mi teoría citando desafortunadas experiencias amorosas con un par de españoles, o con un piurano conservador B+), pero ser “diferente” no significa ser mejor, ni peor. Además, apelando a nuestra “ventajosa” racionalidad, ya que somos humanos, podemos darnos cuenta que existen tipos de relaciones en las que es posible superar barreras de toda índole y ser totalmente inclusivos.
Una vez me pasé el día entero cuidando y conversando con una niña sordomuda, sin tener idea del lenguaje de señas. He sido guía y buena amiga de un israelí por Lima y Huancabamba. Un ángel iraquí me salvó de pasar la noche en una banca, cuando fui a Munich, y nos contamos nuestras vidas en un inglés decadente. Puedo seguir contando y admitir que si no he superado alguna “diferencia” evidente, ha sido por pura pereza.
Gracias a mi trabajo y andanzas, he conocido a muchas personas admirables que, en su vida diaria o en circunstancias difíciles, son capaces de abrir su corazón, acoger, ayudar, cuidar, confiar, conversar, amar, salva vidas de desconocidos, sin distinción. No vamos a decir, entonces, que no podemos siquiera tratar bien por instinto, más que por norma de buenos modales, a las personas de nuestro entorno y de nuestro país. A fin de cuentas y si pensamos un poquito, respetar las diferencias no cuesta mucho y puede ahorrarnos cientos de historias tristes, de intolerancia, de racismo, de masacres masivas, de desapariciones…
Sí pues, a eso iba, a propósito de noticias y opiniones a favor y en contra de dictadores venidos a menos, que no por dictadores me desagradan tanco como por genocidas y opresores.
Benito era un chamán y ni siquiera se me había ocurrido. Tan acostumbrada que estaba a los chamanes emperifollados, que hacen espectáculos ruidosos y coloridos en la televisión, o en las plazas, o en sus oficinas, o en las mismas lagunas Huarinjas de Huancabamba, para satisfacción de políticos, gente del espectáculo limeño y turistas.
No sólo un chamán. Tenía el privilegio de haber sido escogido por el cielo. Es que la zona de Q’eros es tormentosa y, de cuando en cuando, el rayo escoge a un aprendiz. A Benito, literalmente, lo había partido un rayo a los doce años, así, huérfano y sin mayor gracia. Por cierto, tan “jovencito” no estaba, tenía treinta y ocho, esposa y dos hijitas preciosas.
Creencias populares que tal vez no interesen mucho a personas como nosotros, “occidentalmente sabios”. De acuerdo. Sin embargo, ¿qué sería lo universalmente admirable de estos señores? Muy sencillo: ellos son personas importantes, muy importantes... y no se les nota, porque no lo van pregonando por el mundo, ni colocándose por encima de nadie, ni pretendiendo ser dueños de cuanto material interesante se les cruce por la nariz.
¿Por qué sentirnos mejores que otros? Si lo pensamos claramente, casi todo lo que consideramos “diferenciador” nos viene de afuera: el dinero, las posesiones, la carrera universitaria, el estilo de música que preferimos… Hasta el modo en que hemos clasificado nuestros valores y metas ha tenido intervención externa.
Acepto que nuestra cultura y formación nos haga diferentes y, a veces, incompatibles (puedo avalar mi teoría citando desafortunadas experiencias amorosas con un par de españoles, o con un piurano conservador B+), pero ser “diferente” no significa ser mejor, ni peor. Además, apelando a nuestra “ventajosa” racionalidad, ya que somos humanos, podemos darnos cuenta que existen tipos de relaciones en las que es posible superar barreras de toda índole y ser totalmente inclusivos.
Una vez me pasé el día entero cuidando y conversando con una niña sordomuda, sin tener idea del lenguaje de señas. He sido guía y buena amiga de un israelí por Lima y Huancabamba. Un ángel iraquí me salvó de pasar la noche en una banca, cuando fui a Munich, y nos contamos nuestras vidas en un inglés decadente. Puedo seguir contando y admitir que si no he superado alguna “diferencia” evidente, ha sido por pura pereza.
Gracias a mi trabajo y andanzas, he conocido a muchas personas admirables que, en su vida diaria o en circunstancias difíciles, son capaces de abrir su corazón, acoger, ayudar, cuidar, confiar, conversar, amar, salva vidas de desconocidos, sin distinción. No vamos a decir, entonces, que no podemos siquiera tratar bien por instinto, más que por norma de buenos modales, a las personas de nuestro entorno y de nuestro país. A fin de cuentas y si pensamos un poquito, respetar las diferencias no cuesta mucho y puede ahorrarnos cientos de historias tristes, de intolerancia, de racismo, de masacres masivas, de desapariciones…
Sí pues, a eso iba, a propósito de noticias y opiniones a favor y en contra de dictadores venidos a menos, que no por dictadores me desagradan tanco como por genocidas y opresores.
Comentarios
Ahora bien, a lo que se esta tendiendo es a proclamar ya explicitamente el hecho de que los musulmanes por su propia cultura y sus diferencias son peligrosos.. para pensar, no? debemos sentirnos superiores o tan solo diferentes por no someter a ablacion a las niñas o no casarlas antes de los 10 años....?
Aquellos que tienen mayor poder (económico y/o militar) tienen a creerse mejores que los demás.
El tener más poder no te hace mejor. La mayor riqueza tampoco.
El ser mejor o peor es de cada uno. Tiene que ver con el superar la limitaciones y afrontar los retos.
Cada persona y cada sociedad tienen puntos de partida distintos, condicionantes particulares y resultados disímiles. Pero ello no los hace mejores o peores.
El llegar más lejos o más cerca, el ser más rico o más pobre, más blanco o más negro.....no nos hace mejores o peores.
Cuando europa era estaba hundida en el oscurantismo medieval, los musulmanes tenian una civilización refinada.
Y hoy en día, la reacción violenta de un sector de los mismos es consecuencia del avasallamiento occidental de sus costumbres y valores. Y ni hablar de los palestinos expulsados de su tierra por ricos judios apoyados por EEUU y Inglaterra......se les puede pedir razón y paz?
Los occidentales pretenden (por su poder económico) y los americanos (por su poder militar) que son mejores y que su sistema es el correcto.........pero ni ellos ni nadie tiene la verdad absoluta ni la perfecta razón.
Y creo, la calidad de vida no esta necesariamente relacionada con el ingreso monetario....tal como pretenden hacernos creer los ricos europeos o los autosuficientes americanos...
el dinero es importante y necesario, pero no garantiza una vida digna y placentera.
Este sentimiento, se ve contrastado, al leer tu post, por las atrocidades a las que te refieres fueron cometidas en la década pasada, en la época del terrorismo.
No quisiera filosofar sobre el tema, tan solo deseo de todo corazón que no volvamos a pasar por lo mismo.
La costumbre de casar a las niñas muy jóvenes puede parecer escandaloso en una sociedad en la cual las mujeres son libres de hacerlo cuando quieran (pero cuando cumplen los 27, ya todos las joroban con que cuándo consiguen novio, etc, etc... jó!), pero...
¿Pensamos en la necesidad de un determinado pueblo, para tomar tal o cual decisión o practicar tradiciones que a simple vista pueden parecer negativas?
Sumado a creencias religiosas, está la necesidad de conseguir algo. No sé bien respecto a algunas costumbres musulmanas, pero recuerdo lo que ocurría con los nativos de la selva sur de Perú, en la época de mayor extracción de caucho:
Las parejas, oficialmente esclavizadas, sólo tenían dos hijos. Abortaban al tercero. ¡Oh! ¡Qué mal! ¡Dios los juzgará! ¡Los derechos humanos y la dignidad!... No pues, aquí ni siquiera caben las opiniones vanguardistas de quienes apelan a las libertades individuales y el derecho al aborto.
¿Por qué mataban al tercer niño? Simple: porque si en algún momento podían escapar, escaparía toda la familia. El papá cargaría a uno de los críos y la mamá a otro. No podían darse el lujo de perder la oportunidad cargando a un tercer niño, ni dejándolo a los lobos.
A lo que voy: no juzgar a partir de la susceptibilidad herida (solía decirle a un alumno que tuve, cada vez que se ofendía con mi forma directa de decir las cosas: la susceptibilidad es un defecto y como tal, hay que superarla).
No quiero decir aquí que el fin justifica los medios, en absoluto. Los terroristas de Sendero Luminoso no necesitaban amedrentar a los pobladores de la sierra, obligándolos a ser sus cómplices, aprovechando que éstos conocían poco de política y poseían un bajo nivel educativo ordinario.
Del mismo modo, el gobierno no tenía por qué iniciar una guerra sucia que costó la vida a cientos de inocentes.
Quien conoce la carga moral negativa de sus actos, es totalmente responsable de las consecuencias. La coyuntura agravará o reducirá la culpa, eso también es verdad.
No quiero decir aquí que estoy de acuerdo con la ablación, pero mi opinión está basada en lo que yo sé de la vida. Sé que son las propias madres quienes se lo hacen a sus hijas. Entonces, si vamos a apostar por cambiarlo, tendríamos que pensar en procesos culturales muy largos...
Me manifiesto en contra de la pena de muerte en todas sus formas, justificadas o no. El matar a alguien en un momento pasional puede tener un justificante basado en estados psicológicos determinados, en los motivos, si fue en defensa propia o tal... Pero que la determinación se dé con juicio de por medio, cuando ya se aliviaron los ánimos... No, aún no le veo sentido. Eso se llama venganza.
Y hablo tanto de las sofisticadas inyecciones letales, como de las lapidaciones.
¡Gracias por sus comentarios!
perdona angela, pero el peyote es algo muyyyy diferente del san pedro... son cactus totalmente distintos... el peyote es pequenyo y habita en los desiertos de Mexico, mientras que el san pedro es de origen andino.... ;)
y bueno pues acerca de las diferencias que te puedo decir. Ahora estoy en un pais asiatico que se parece muchisimo al Peru: el desorden en las calles, los mercados y claro LA NATURALEZA !! La diferencia entre este pais llamado Tailandia y nuestro Peru no esta tanto en la gente (ojos rasgados y origen siames) mas bien la mentalidad de las personas. Es increible ir a Bangkok y percibir el respeto que se tienen entre ellos y lo mas curioso, los automoviles a pesar del desorden que ocasionan no producen ruido: no hay bocinas. Lo puedes creer? Bangkok es mucho mas desordenada que Lima, pero hay mayor respeto por la gente, uno puede caminar por las calles sin temor a que roben o asalten... lo que produce la diferencia es la religion (que es una forma de pensar y de creer) ... aqui se practica el budismo y la gente anda en otro estado mental, no hay malicia, lo puedes creer?
creo que en nuestro pais hace mucha falta de valores, no tanto morales, sino civiles....
un beso desde aqui... te mando una flor de loto
susana
Peyote, que es un cactus muy pequeño, también se llama "San Pedro" en Centroamérica. Los nombres científicos de ambas plantas son diferentes, eso sí.
Sin embargo, el San Pedro peruano también crece en México, o sea que su origen y ecosistema no es exclusivamente andino, ni siquiera de montaña (mi bisabuela tenía uno en su casa, en la costa de Paita. Es así como supe de su existencia, hace muchos años).
Ahora bien, la deficinión "peyote" para cactus alucinógeno americano es la más usual. Tal vez me faltó poner entre paréntesis: (similar al San Pedro en Perú). Supuse que se entendía, pero haré el cambio respectivo ;)
Para mayor información, se puede entrar a estas páginas:
http://www.mind-surf.net/drogas/peyote.htm
http://es.wikipedia.org/wiki/Peyote
http://es.wikipedia.org/wiki/Mescalina
http://es.wikipedia.org/wiki/Trichocereus_pachanoi
Respecto a lo que dices de Tailandia, bueno... Claro, el respeto a las personas es vital para evitar cualquier tipo de atropellos. Y si hay religiones que lo fomentan como modo de vida, benditas sean.
Supuestamente el Cristianismo propicia lo mismo, tal vez con menos contemplación de lo divino, sin embargo... Nada, que todo se fastidia cuando cuatro gatos quieren constituírse como líderes, empiezan los intereses económicos, la sed de poder y demás perlas.
¡Disfruta de tu viaje, corazón! Y gracias por tu comentario.