Una amiga

Creo que han pasado dos años desde la última vez que la vi. Quiso subir conmigo a Chalaco, para despejarse, habituarse un poco a lo que, creía ella, le esperaría en Cusco, y acompañarme, claro, porque me consideraba una buena amiga.

Cuando la conocí, fue una bomba. Un momento prejuicioso de esos en que dices: ¡Dios, ¿de qué árbol se cayó esta niña?! ¡Ubícala!

Fuimos de paseo-trabajo con Su, cuando tenía a su cargo el seminario “Periodismo de viajes”. Animó a su grupo de aburguesados pupilos a pasar el calvario de sus vidas: un fin de semana en la sierra de Piura, casi inhóspita, muy fría, hermosa y sin ninguna comodidad de casa. Su me pidió ayudarle a monitorear a los chiquillos (la gran mayoría de mi edad) y me apunté sin ningún problema, pues, por entonces, me encontraba sin trabajo, estaba a punto de largarme a tontear a Huaraz, mochita al hombro, y quería volver a mi Palo Blanco, lugar de paso de la curiosa expedición.

Dos combis citadinas a cargo, una de ellas, de un conductor cusqueño, experto en montaña y curvas, y la otra, al mando de un bienintencionado caballero que acabó fundiendo el motor en un vano intento por vencer una de las tantas cuestas del camino afirmado Yamango-Choco.

Fue así como la mitad de la expedición debió pasar la noche en un hotelito humilde de la capital distrital, mientras los más “afortunados”, entre ellos, yo, debimos ingeniárnoslas para dormir sin congelarnos mil metros más arriba, en el caserío Choco, famoso por sus machetes, tejidos e historias oscuras de fiestas serranas.

En ese duro camino, la conocí. Y mi primera frase hacia ella, ante su insistencia de que cierre o abra la ventana que tenía al lado, fue: ¡Si tanto te fastidia, cámbiate de sitio, o ven y ciérrala tú!

Vi sus ojos abrirse sorprendidos. Esperé una respuesta típica de pituquita engreída, pero no llegó, no dijo nada. Volteé a seguir concentrada en el camino, y en uno de los israelíes que venía con nosotros en el grupo, quien se había pasado la noche hablando conmigo (esa es otra historia). No estaba para nenas delicadas, mucho menos a esas alturas de mi hiperactividad y mi reencuentro con el olor a tierra arcillosa, queso y carbón, a sierra.

Ocurrió que una de las combis se quedó atrás. La mía subió, sin más inconveniente que tener que avanzar tramos de más de media hora con la “carga” (es decir, nosotros) a pie.

Ya en Choco, supimos que el otro grupo decidió regresar a Yamango. Su, como profesora y responsable de la integridad de todos los universitarios (alrededor de 20 almas), nos encargó sobrevivir, mientras veía que todo abajo estuviera bien. Y eso intentamos…

Vi, sorprendida, como Kary, la “nena”, asustadísima, alteradísima, nerviosísima, iba de un lado a otro, consiguiendo comida, un lugar dónde dormir, mantas, cocina, no para ella, sino para todos. La oí llamar a sus padres, para que vengan en auxilio de sus compañeros. La gocé (porque, créanme, era un mate de risa) cocinando pasta en un ollón tiznado, sobre leña, cosa que no hizo antes en su vida, ni siquiera en cocina de gas.

Los demás le ayudaban, por supuesto. Pero resaltaban ella y un muchacho más bien callado, muy moreno, héroe del día, pues, junto a otro chico, Elías, habían logrado subir andando hasta Choco, desde donde los dejara abandonados la combi que regresó. Era Ronald. Esa también es otra historia.

Estaba yo atravesando días tristes, los recuerdos de la sierra me aguijoneaban el corazón y sólo tenía cabeza para recordar y sufrir (pobre tonta de mí). Aharón, el israelí que subió con nosotros, no me quitaba el ojo de encima y Cliff, un periodista estadounidense invitado por Su, tampoco dejaba que le abandonase, pero este último porque su dislexia no le permitía hablar en español, ergo, sólo podía comunicarse conmigo.

Comimos la pasta más pegoteada de nuestra vida, pero, extrañamente, la disfruté… Luego de echarle un poco de sal, por supuesto. Y fue Kary, ayudada por Ronald, Guillermo (otro de los chicos que encontró su vocación en ese viaje) y algunos más, quien organizó la repartición, entregó los platos, etc., etc.

Es más, ella misma me llamó la atención preocupada, al verme salir con mi sleeping al prado, pues, con algo de experiencia, ya sabía que me iría mejor a campo abierto, que sobre el piso de concreto de la escuelita donde los pobladores nos dejaron pasar la noche. Le expliqué, pero no la convencí. De todos modos salí.

Fue una noche larga y extraña. Un grupo de muchachos decidió hacer fogata y beber cañazo hasta quedar ciegos, a varios metros de mi sitio. Las chicas, tratando de no congelarse en el aula, ni morir de miedo a causa del esqueleto de la clase de Ciencias Naturales. Aharón unió su saco de dormir al mío y me prestó una esterilla.

Esa noche, él me dedicó una canción en hebreo, que hablaba sobre las estrellas brillantes del cielo. Llovió, pero debajo de nosotros. Estábamos sobre una montaña, nos rodeaban las nubes, formando una alfombra que, de cuando en cuando, brillaba de relámpagos. Maravilloso.

Karina despertó cansada al día siguiente. Como buena “mamá gallina”, nos reunió a todos, para contarnos que su padre llegaría al rescate, en cualquier momento. La chica temerosa del día anterior aún tenía miedo, pero una fuerza respetable había empezado a nacer en sus ojazos. Me arrepentí del maltrato anterior, de ser una grosera por nada, de creer, por complejo, en las tontas diferencias entre “niños bien” y “niños normales”, y me recriminé el no conocer mejor a las personas, antes de calificarlas… Por último, ¿qué derecho tengo yo para calificar?

Días después, pude conversar con ella. Me contó que, al responderle feo, la dejé preocupada, pues pensó que había hecho algo malo…

Luego de un tiempo, aún me llamaba la atención el modo en que una chica tan “linda” pudiera meterse, por puro gusto en asuntos de gente “recia”, buscar el campo, la sencillez de las personas humildes. Paciencia para ello no tenía, pero sí ilusión.

La he encontrado en Cusco, era mi único contacto aquí. La veo cansada y conociendo muchas cosas que antes no. La veo tratando constantemente de no ser la “impaciente de mierda” que dice ser, trabajando en lo que aprendió a hacer aquí.

Se vino hace dos años, a sacar adelante algunos proyectos con comunidades andinas desplazadas. Las cosas no salieron como esperaba, ha debido desviarse un poco, dedicarse a otros asuntos, resolver problemas y dedicarse a sí misma… Pero no olvidó su razón principal para estar aquí.

Aún no entiendo del todo qué es lo que la motiva, sin embargo, he decidido ayudarle con lo poco que sé, porque quiere hacer las cosas bien. Es bueno tener una amiga como ella, sobre todo aquí y ahora. Gracias a Dios por eso.
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P.D.: No se fijen en los granos, son consecuencia de andar por el monte sin repelente...

Comentarios

Anónimo dijo…
bien podria decirse que, quien siembra cosecha, Felicidades!!!!, por experiencia se, que es muy reconfortante en la lejania encontrar aliados y mas aun si son amigos y/o conocidos.
....Es bueno saber que las intenciones van por el camino de ser buen samaritano y apoyar al prójimo... pero lo que no entiendo porque elegir un lugar lejano de sus raices para hacerlo, por ejemplo si vemos el mapa de la pobreza en el Perú, Pacaipampa (que tu conoces muy bien)figura como uno de los distritos mas pobres del país, que bien podrian caerle personas como Uds. con amplio sentido de solidaridad y con tan buenas intenciones (con toda seguridad tu sola presencia en aquellos lugares .. Palo Blanco y otros llenaban de emoción y esperanza los tiernos y timidos corazones de los niños que abrazabas y les trasmitias palabras de aprecio, respeto y consideración), cuanta falta aun les hara, pero como finalmente lo que cuenta son las buenas acciones, sin importar donde se realicen y sobre quien recaigan, espero encuentres siempre la fortaleza necesaria para seguir tus motivaciones y colmar aunque sea en parte tus expectativas.
Tcalle.
Mamá de 2 dijo…
A veces, y por experiencia te lo digo, aunque sea muy corta, es bueno irse lejos un tiempo. Renueva, da mejores ideas y ayuda a encontrar mayor sentido a la propia vocación.

Además, recuerda que empezaba a sentirme "contaminada"...

Es cuestión de aprendizaje.

Un abrazo fuerte.

Angela
Anónimo dijo…
Gracias amiga, en verdad lo tendré muy en cuenta... creo q falta me hace. TC.
Susana dijo…
Mis queridas pupilas !! Es grato verlas juntas en el Cusco. Eso de pupilas es un decir, mis guerreras, mejor. Me parece increible recordar esos momentos en Yamango - Choco - Caxas viendo como un punyado de chiquillos se hacian guerrerps , y como algunos de ellos han optado por descubrirse a si mismos a traves del viaje y el conocimiento de otras culturas y gentes. Salud por ustedes chicas!!
Mamá de 2 dijo…
¡Momentitoooooo! ¿Cuál pupila? ¡Acá tu única pupila es Karina, porque a mí no me diste clases! jajajajajaja...
Amigaaaaaa, un gusto tenerte por acá otra vez. Ya escribiré más sobre mi trabajo y mi vida en Cusco. Espero que estés muy bien y poder conversar sobre viajes internacionales a corto plazo.
¡Un fuerte abrazo!

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