Brichera

Cuando el español se enteró de lo que significaba “brichero”, tuvo la mala idea de decirme, en son de broma: “entonces, tú eres mi brichera”.
Yo, sin inmutar el rostro, le respondí con plena intención de devolverle el daño:
“si fuera una brichera, no estaría aquí perdiendo el tiempo contigo, sino que hace rato me habría buscado un partidazo a quien poder sacar provecho de verdad”.


Estábamos en Lima, el último 14 de febrero, con intención plena de celebrar un día “normal” y el inicio de dos semanas inolvidables, juntos. Fuimos a cenar a la terraza del hotel España, luego dimos algunas vueltas por Quilca, entramos a La casa de la Cerveza y, saliendo de allí, nos topamos con los Doors, a todo volumen, desde una discoteca en casona colonial, segundo piso.

Ni siquiera nos lo preguntamos. Fue mirarnos y entrar.

El ambiente, agradable. Avanzando un poco encontramos un sillón largo de madera, frente a un baúl que bien serviría de mesa para nuestra “Cristal gigante”. Brindamos por nosotros y por un día común y corriente. En realidad, no era necesario hablar más. Yo estaba concentrada en vivir su compañía segundo a segundo, pues, luego de aquél viaje, no le vería más… certeza dolorosa que, aún a estas alturas, aguijonea mi corazón.

La música mejoraba. Incluso escuchamos “Bigmouth stikes again”, de los Smiths. Ahora sé lo que sintió Juana de Arco, imagino que al verse sola, en la hogera. Casi lo sabía yo también. La felicidad condicionada a una etapa sobradamente delimitada no se puede disfrutar con respiraciones profundas y sonrisas totalmente despreocupadas, aunque uno se lo proponga una y mil veces.

En eso, noté que un grupo de chicos y chicas, vestidos para discotequear (nada que ver con las fachas de trotamundos que traíamos mi niño y yo), nos miraban curiosos. Por la confianza de una de ellas, pensé que tal vez nos conocían. Respondimos con amabilidad, hasta que se animaron a acercarse. Una chica, muy simpática, preguntó a mi compañero: ¿Eres israelí?

El pobre hombre, impostadamente autodeclarado “anti-semita”, tuvo que soportar por enésima vez que alguien le confundiera con judío. Pero superó rápidamente el mal momento, al darse cuenta que, una vez más, se convertía en el centro de atención de algún grupo.

¿De dónde eres?, me preguntó Rebeca (así se llamaba nuestra primera interlocutora). De Sullana, respondí. ¡No lo puedo creer! Resultó que una de las chicas del quintento era también sullanense. Casi nada en común, en realidad. Dejé de participar en la vida pública de mi ciudad de crianza (porque la natal es Piura) cuando ingresé a la universidad, y nunca me he caracterizado por ser “fiesteramente sociable”.

Uno de los muchachos, que Rebeca llamaba “cuero” (es decir, “guapo”) por tener ojos claros y piel blanca, acaparó al falso israelí y le contó sus tristes experiencias como hijo de un narcotraficante, mientras el hermano de la jovial muchacha me hablaba de lo rica que estaba mi paisana, de lo bonito que era el color de mi cabello y, muy buen dato, de lo hermosa que era la isla de Amantaní, en el Titicaca.

La conversación general se hacía cada vez más íntima, al punto de enteramos que Rebeca tiene un niño, hijo de un español catalán, a quien los abuelos, también catalanes, adoran. Y también tiene un novio francés, que estaba a punto de llegar a Lima, con un amigo, el cual me presentaría (es verdad aquello de lo que cree el león sobre su condición), y que ella se iría a Europa a como dé lugar, viviría en Europa, sí señor, acuérdense de lo que dijo, como sea, viviría en Europa...

Mi niño fue por más cerveza. Entonces, Rebeca se acercó a mí, achorada, lanzada, sincerándose hasta el hígado, malinterpretando completamente el afecto que vio entre él y yo:

  • Ella: Amiga, ¿qué te traes con el español? ¿Es tu agarre?
  • Yo: Es… mi chico.
  • Ella: ¿Pero es tu agarre, sí o no?
  • Yo: Es mi chico.
  • Ella: ¡O sea que te lo tiras!
  • Yo: Es mi chico…
  • Ella: ¡Te lo tiras, huevona, te lo tiras! ¡Qué suerte tienes, cojuda! ¡Qué suerte, qué suerte!

En ese momento, él volvía. Me miró interrogante y me preguntó si ya quería irme. Yo le pedí esperar un momento. Salimos a bailar, con Rebeca, los tres. Los demás ya estaban en la pista.

Rebeca se cansó de nosotros en menos de un minuto, sacó de un tirón a un muchacho que se caía de borracho y danzaron una salsa de antaño, sabrosísima, al mejor estilo chalaco (referido, esta vez, al Callao, no al lugar de la sierra de Piura donde antes trabajé). Mi niño y yo mirábamos admirados su desenfado. Nos gustó la chica, pero era nuestro momento de flotar sobre todos, mirarnos con cariño y desaparecer (como siempre ocurría cuando bailábamos juntos, como sea y lo que sea).

Decidimos irnos. Nos acercamos a los muchachos para despedirnos. Y ocurrió que mientras le decía adiós a mi paisana y al joven de los ojos claros, Rebeca aprovechó para morder el cuello de mi acompañante, darle un "piquito" furtivo al separarse éste de ella, sorprendido, y despedirse inolvidablemente agarrándole con fuerza el paquete de la entrepierna.

Por supuesto, él se quedó de una pieza. Salimos tomados de la mano, yo, afortuna ignorante, pude tener un gesto de amabilidad que pudo interpretarse fácilmente como desinterés y egocentrismo extremo. Al salir de la discoteca, mi chico me contó lo ocurrido. Le dije, con algo de vergüenza ajena, que sí pues, que hay personas así, en Piura, en Lima, en Cusco, en todas partes. Que no quise contarle, pero ya lo vio.

Lo que él no entendía era cómo Rebeca se había atrevido a hacer algo así, sabiendo que él estaba allí con su chica. Supuse que la muchacha habría pensado que yo estaba en su misma situación, cazando a alguien que me lleve a vivir fuera, disfrutando del “honor” de tener relaciones sexuales con un extranjero “blanco y guapo”, o qué sé yo.

De haberme dado cuenta en la discoteca, mi actitud habría sido más bien soberbia, habría demostrado, a propósito, más clase de la que me salió naturalmente, pero nada más… ¿Qué se puede hacer? ¿Pelear? No podría. Esa chica se lo está pasando realmente mal...

Claro, mi niño, que ella no sólo te ha acosado de ese modo porque eres español, también lo ha hecho porque eres guapo y muy lindo. Eso sí, esta noche no duermes conmigo si antes no te lavas el cuello… ¡Que te laves el cuello, he dicho!

Comentarios

Malu dijo…
Yaaaa... Señorita "con clase", no te peleaste con la tipa esa porque no querías armar roche en la discoteca y quedar como una brichera peor, ¡Bronqueándote por un español! Jajajajajajajaja...
No te conoceré...
¡Besito!
Anónimo dijo…
¡Qué bien me conoces, PERRA! Jajajajaja...
Abrazoooote!
Anónimo dijo…
puxa me pasaba parecido cuando me iba con mi bb al bar de la calle de las pizzas...brichera nunca, no me alcanza la personalidad para eso, me gustaria ser mas desenfadada pero NO puedoooooo

un chongo que te esten mirando con cara de "que suertuda, ya vete con tu gringo nomas" - mi b.f. es americano- y peor aun los otros pensaran que soy una mas del rebaño.
Pufffff, soy español y mi chica es Limeña, y la semana pasada estuve por primera vez en Lima, y sufrí lo que dice Marcela. En la calle de las pizzas a ella la confundieron con brichera (menudo disgusto nos agarramos ambos).Me decepcionó cómo miran en Lima a las parejas Peruana-Extranjero. Por culpa de las bricheras, las parejas normales no podemos pasear por Perú sin que se nos mire raro.
Anónimo dijo…
Llegué a tu blog como por casualidad. Mi chico también es español, y es supercierto que a muchas chicas sólo de oírle el acento a un extranjero, se les cae el calzón...curioso, para mí, el que él fuera extranjero y no hubiera certeza de que quería quedarse en Perú, fue más un impedimento que una ventaja (a mí me encanta el Perú y la idea es que él venga, a él tb le gusta). Besos, y suerte con tu españolete, la misma que espero tener yo.
Pat
Anónimo dijo…
Perras de conchesumadre porq no se largan al extranjero a culearse a cualquier imbesil de otro pais, porq uds, son unas acomplejadas de mierda q no saben amar a la gente de su pais y menos a su pais, son basura, no merecen ser peruanas.
Anónimo dijo…
las bricheras siempre salen ganando a un extranjero aparentemente, después si lo casan al gringo sonso, este las trata mal, hasta hace que le laven los pies y después de hacerles el amor se ponen frios y se van a un costado y eso le revienta a la brichera porque ahí es el inicio de su sufrimiento pero aguantan y aguantan por el que diran hasta conseguirse un amante pero nunca son felices.
Anónimo dijo…
Pucha, las bricheras afectan el turismo ehhh, mi amiga me ha propuesto para hacerla en la fiesta de la Candelaria pero no tengo el descaro suficiente.

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