Aligerando el peso de "criar con apego"

Advertencia: este texto está basado en mi experiencia con especialistas en crianza con apego, que fue bastante mala. Lo comparto porque sé que no soy el único caso “de rebote” y, sobre el papel, resulta más fácil de analizar y sopesar. 

También es un desahogo.

Mi hija tiene ahora dos años y ocho meses. Es una niña saludable y nació bien, gracias a profesionales médicos de una clínica privada, en Quito. He puesto en práctica todos los tópicos de la crianza con apego: con algunos, la cosa fue llevadera; otros me costaron dejar un buen trabajo y sobrecargarme de quehacer para poder acceder a proyectos laborales por cuenta propia. Estoy convencida de que yo no fui formada para esto. Sin embargo, mi hija es una niña fuerte, enfática en lo que le gusta y no le gusta y, según puedo percibir, bastante feliz. 

Va a la guardería desde hace un mes.

Ana y yo, en la Laguna Cuyabeno, diciembre de 2015.

El paradigma de la crianza con apego, del modo en que viene siendo impuesto a la sociedad occidental, se me desvela cada vez con mayor claridad como una maliciosa forma de neo-machismo, con finalidades peligrosas: ratificar el papel de las mujeres como cuidadoras instintivas (sin pago mediante, por supuesto), relegar a los padres de responsabilidades reproductivas y, lo aún peor: obligar a las madres a agregar un ladrillo más a la inmensa carga de culpas que ya llevamos, normalmente, encima.

Si no tuviste la experiencia “piel con piel” cuando nació tu hijo, ya puedes empezar a sumar traumas. Así es. A partir del momento en que sólo pudiste darle un beso y dejar que se lo lleven para revisarlo y bañarlo (mientras te remendaban la panza), tu bebé pertenece al grupo de seres humanos con alto riesgo de desarrollar conductas violentas en el futuro. Da igual si le crías con todo el amor posible, has perdido la primera batalla. ¿Qué clase de buena madre permite que bañen a su bebé apenas nacer?

Yo tuve a mi hija recién nacida en brazos hasta el día siguiente. Como me gusta mantener todo bajo control, aún en momentos de crisis, me permití solicitar a las enfermeras no cortar el cordón umbilical hasta que éste dejara de latir. Es una situación llena de sangre, fluidos y olores. No hubiera deseado hacerlo de otro modo, sin embargo, por todo el respeto que me merecen las madres, no se me ocurriría conminar a ninguna a hacer lo que hice yo. Yo soy yo. Cada una de ustedes, señoras, es cada una de ustedes. Y habrán sido plenamente dichosas en sus respectivas historias. O no, pero si pueden tener a sus niños en brazos, vivos, imagino que todo lo demás, de momento, les da igual.  

Si no amamantas a tu cría hasta que la cría quiera, debes tolerar la etiqueta de madre desnaturalizada. Ningún/a gurú de la crianza con apego se esforzará por comprender que te duele, que estás cansada, que estás harta, que, desde tu instinto materno, consideras que tu nene o nena está ya en edad de no buscarte las tetas cada vez que te mira o, sencillamente, que no te da la gana. Como mucho, y flaco favor harán con ello, se dedicarán a analizar las devastadoras causas sociales (¡abajo el capitalismo!) que han distorsionado tu naturaleza mamífera, al punto que prefieres volver al trabajo y cuidar tu carrera, que ser la abnegada protectora a tiempo completo de un cachorro ultra demandante de cuatro años de edad. 

El biberón, por supuesto, es la encarnación del mal. Eres mejor madre si permites que tu bebé llore de hambre durante horas (porque no te sale suficiente leche) que dándole fórmula.

Yo di fórmula a mi hija entre los 2 y los 6 meses. Cuando empezó a comer, ella sola dejó el biberón. Siguió enganchada a la teta, claro. Un médico cercano a la familia, amigo, me dijo: “Te van a advertir constantemente que ahora tu hija corre mayor riesgo de contraer infecciones estomacales por usar biberón, porque así está en los Manuales del Ministerio se Salud, pero no hagas caso. Allí escribimos (sí, él asesoraba la redacción de esos manuales) consideraciones generales, teniendo en cuenta situaciones extremas. Evidentemente, en un ambiente sobre expuesto a las bacterias, la tetina del biberón podría ser un vector. Pero si tú mantienes todo limpio y esterilizado, irá viento en popa”. Los médicos que tienen interiorizado eso de cuidar y escuchar a las madres, para asegurar la salud de los hijos, merecen un altar.

Si no llevas a tu bebé encima a todas partes, estás haciéndole sentir abandonado. Así de sencillo. El cochecito es un invento nefasto que las aristócratas europeas usaban para desentenderse de sus crías, por eso luego todas merecieron pasar por la guillotina (madres y crías, por supuesto, porque al ser criadas en cochecitos, no salieron buenas personas). Al bebé se le lleva cargado, envuelto en fulares de telas indias o fibra de bambú, de colores andinos, así te ves más chic.

¡Chic se va a ver la giba precoz que te va a salir dentro de pocos años, mi reina! ¿Sabes qué te digo? ¡Haz lo que te salga de los ovarios! Y si quieres portear a tu cachorro, porque no te alcanza para el coche y/o te identificas ideológicamente con el asunto, pero eres torpe para anudar telas y pañuelos (como yo), consigue alguna mochila ergonómica que se ajuste fácilmente a tu cuerpo (puedes encontrarlas de segunda mano) ¡y a caminar! 

Si no quieres dormir con tu bebé recién nacido, empezará la cantaleta de la regulación de la temperatura, la disminución del riesgo de muerte súbita, los japoneses y la madre que te parió. Los “expertos” aseguran que tu instinto hará que duermas bien y no aplastes a la criatura, pero a ninguno de ellos le importa saber tus particulares deseos. Y es que, si eres madre, deberías dejar de pensar en dormir (lo poco que puedas) en la posición que te resulte más cómoda. Más bien, te corresponde convertirte en una extensión biológica de tu cachorro, servirle de almohada, colchón, teta express y cualquier otro elemento básico de supervivencia.  

Mira: si quieres hacer colecho, hazlo, pero no hay derecho a que te miren con reprobación, como si estuvieras comiéndote a tus crías, sólo porque no se te antoja compartir la cama con ellas.

Si decides contratar una niñera en cuanto se te acabe la baja por maternidad en el trabajo: ¡Perdiste tu acreditación como madre! Pero claro, así de feo no te lo van a decir, se esforzarán por ser políticamente correctos y empezarán a trabajar la culpa desde “el sistema”. Ese maldito sistema que obliga a las mujeres a trabajar en lugar de dejarlas quedarse en casa, cuidando a sus bebés. Espera, what? ¿De qué estamos hablando? Años de lucha feminista para que las mujeres podamos gobernar la construcción de nuestras vidas, ¿y ahora resulta que la opción de insertarse en el sistema laboral es mala? ¿Me pueden explicar por qué?

Vamos a ver: las contrataciones ordinarias no son inclusivas, discriminan a las mujeres por características inmanentes, como la posibilidad de quedar encintas, parir hijos o sufrir cólicos premenstruales. A esto, sumemos  la diferencia de salarios y la exigencia de horas presenciales inútiles para valorar perfiles de ascenso. Eso es injusto y tiene que cambiar. Injusto es, también, que no haya guarderías en las oficinas. Injusto es que el padre de la criatura no asuma su co-responsabilidad reproductiva en esta historia (vale, hombre, no podrás dar teta, pero todo lo demás, sí). Injusto es que una madre con deseos de trabajar deba sentirse avergonzada por ello.

Si le pones horarios, podrías estar anulando la sabiduría natural que tiene tu hijo para mostrar sus necesidades y cumplir sus actividades biológicas. Esto tiene lógica. Lo bebés son puro instinto y sensaciones, no tienen malicia, ni necesidad de adaptarse a rutinas para estar mejor. Admitamos de una vez que establecer horarios es una necesidad de los adultos cuidadores: porque debemos trabajar, porque estamos acostumbrados a tres comidas cada día, porque así nos han formado y ya está.

No es ilícito generar rutinas en torno a un bebé, para que la vida de todos pueda ser más armoniosa, dentro de lo que cabe. No está mal pedir ayuda a la abuela para que la madre parturienta pueda tomar una ducha, tranquila. Pero pretender que el cachorro comprenda nuestras necesidades sólo nos va a traer frustraciones y enojos. No comprenden nuestras necesidades, están ocupados intentando canalizar las suyas, son puro impulso de sobrevivencia y la mamá, como primer sujeto de afecto (luego hay más), significa el ser que les mantiene a salvo. Entendamos eso, para empezar. Luego, construyamos alternativas. La abuela es una. Contratar una niñera, otra. Que mamá trabaje por la mañana y papá por la tarde, una más. La guardería, como apoyo social, también cuenta. La decisión es totalmente íntima. Quien te salga con remilgos, ya podría ofrecer apoyo logístico antes de hablar.

Como comenté hace poco a una amiga, estamos pasando del paradigma de la “superwoman”, que apenas avanza y vive estresada (gracias a la sobrecarga de trabajo productivo - reproductivo), a la falacia de la “flowermother”, que anda todo el tiempo exhibiendo una amplia sonrisa prozac, aunque su vida esté patas arriba, y nunca termina lo que empieza, porque, ¿total?, ahí sigue la sobrecarga y peinar  a los niños no es prioridad.  

Pues fíjense lo que tengo que decir a todas y todos los expertos en crianza con apego del mundo: para gurús, mi bisabuela materna, que no escribió un solo libro en su vida, ni terminó el colegio, pero apostaba por un acercamiento humano, real, con ternura y exabruptos, con días buenos y días malos, sin obligación de dar pecho a tiempo completo, con capacidad comunitaria para contener y apoyar a una madre cansada, sin juicios, ni presiones. Además, se llevaba a los nietos a dormir con ella para que sus hijas pudieran estudiar.

Eso es empatía y lo demás, paté. 

Comentarios

Anónimo dijo…
De lo mejor que he leído sobre este tema. Pienso igual. Tuve la misma experiencia terrible, dolorosa, angustiosa.

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