Eri

Bilbao, 2009

No recuerdo cada día a Erika. Es decir, no todos los días recuerdo que no está. Como sucede con las amigas alejadas por giros de la vida, podría ser que hace mucho no nos escribimos, pero, en algún momento, un destello rememora la recíproca existencia, sonreímos y seguimos felices de sabernos queridas.

Sin embargo, Erika se fue hace algunos años.

Suelo recordarla sin dolor. Hoy no. Estos días, habría querido que esa enfermedad haya sido una pesadilla y nunca se la llevara.

Erika era fiel lectora de mis desvaríos y, en público o en privado, desde Madrid, México, Francia o Guinea, respondía a mi llamado y me acompañaba. ¡Cuántas veces me acompañó, sin estar a mi lado!

Deseo que Ana pueda tener, algún día, una persona como Erika en su vida. Pero que no la pierda, que no la pierda, porque es una falta inmensa.

Aquí me quedo, con ganas de recibir un comentario suyo, alegre, pese a su propia melancolía.

De pie. 

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