Ya que somos racionales...
A veces despierto llorando, acaba de morir mi padre. Luego de unos segundos respiro profundo. Murió, sí, pero hace ya varios años. Aquello que me duele tanto fue superado, no tengo por qué llorar. Dejo de hacerlo y, acto seguido, soy capaz de cambiar de pensamiento y hasta de reír (del día a día, del presente).
Hoy he optado por intentar dilucidar qué es el perdón. Ha sido un día de soledad, pese a que me hice amiga de las compañeras de Comunicación (el gato se fue de vacaciones, los ratones hicimos lo correspondiente a tal acontecimiento) y estuvimos de cháchara durante una hora de almuerzo alargada. Considero días solitarios aquellos en los que echo de menos y recuerdo. Recuerdo lo bueno, pero también lo malo. Lo bueno queda enmarcado o sirve para enviar un e-mail, SMS o llamada trasnochada a personas que nunca dejaron de quererme. Lo malo, qué sé yo, aprendizaje.
Dicen que perdonar es olvidar. Temo que es mentira. No padezco demencia senil, ¿por qué tendría que olvidar? Tal vez perdonar sea dejar de estar enfadada o triste, ¿pero eso quiere decir que mi relación con las personas que me hicieron daño debe ser maravillosa? No. Depende. Cuando alguien me ha perdonado, he intentado hacer méritos para ganarme nuevamente su confianza. Los méritos son importantes, las heridas sanan con cariño y cuidados.
He pensado (a veces pienso) que el perdón, a fin de cuentas, es aprender a vivir con lo ocurrido. Da igual el otro (o la otra). ¿Quién es el otro? Perdonar podría ser sonreír y confiar en mí y en otras personas, pese a aquello (a todo aquello). Sin odiar, por supuesto, pero sin amar. Lo contrario al amor no es el odio, sino el desamor.
Pero doy por hecho que a veces pasará como en mi sueño: recordaré el daño y tal vez me dolerá tanto como cuando me lo hicieron, hasta respirar unos segundos y decirme: “Oye, ¿acaso esto no lo superé ya?" Y luego, seré capaz de cambiar de pensamiento y hasta de reír (del día a día, del presente).
Creo que la mirra le sienta mal a mi sinusitis.
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