Cuestiones semánticas (y culturales)

En la cocina

Lo primero que hice al descubrir que todos los paisanos de mis caseros repetían el mismo error semántico al atribuir adjetivos calificativos a la comida, fue descartar la sinestesia. Salvo, claro, que todo un colectivo de bolivianos cruceños* (que quede claro**) padezca de alguna variedad de sinestesia colectiva cuya existencia, hasta el momento, he ignorado.

El caso es que desde que llegué a esta casa, a propósito de la preparación de alguno de mis menjunjes peruano-españoles, me han estado preguntando “oiga, ¿y ese plato es lindo?”. Las primeras veces miraba el plato para tratar de adivinar por qué querrían saber si estéticamente cumplía con los parámetros de belleza establecidos en alguna convención internacional sobre modelos, anchura y colores de platos de loza barata, pero al poco tiempo noté que no se referían al continente, sino al contenido. Mejor dicho, el buen hombre o la buena mujer me estaban preguntando si la comida tenía buen sabor.

No quise razonar sobre esto una noche en que se pusieron a discutir sobre frutas hermosas…

Sin embargo, desde que he oído hablar a los señores de casa me he venido preguntando si acaso yo misma he usado los adjetivos adecuados para calificar el sabor de una comida. Lo normal, como buena peruana costeña apitucada, es decir que “¡Todo está buenaaaazo!”, pero ya no me quedaba muy claro si esto, pese a ser menos chocante que “lindo” para caracterizar pimientos al piquillo o lentejas cocidas, era correcto. Así que me metí a la página Web de la Real Academia Española, y hallé lo siguiente:

Apetecible. 1. adj. Digno de apetecerse.
Bueno, a: 3. adj. Gustoso, apetecible, agradable, divertido.
Delicioso, sa. 1. adj. Capaz de causar delicia, muy agradable o ameno.
Exquisito, ta. 1. adj. De singular y extraordinaria calidad, primor o gusto en su especie.
Sabroso, sa. 1. adj. Sazonado y grato al sentido del gusto. / 2. adj. Delicioso, gustoso, deleitable al ánimo. / 3. adj. coloq. Ligeramente salado.

Por cierto, ningún significado de los adjetivos “lindo” y “hermoso” corresponde a una percepción del sentido del gusto, por tanto, no sería semánticamente correcto utilizarlo para definir un sabor. Pero en fin, dicen que el lenguaje es de quien lo habla y se reinventa con el uso, ¿no? No obstante, tampoco está bien exagerar.

En el “Subway”

Iba yo en el metro, tratando de terminar de leer La Caverna, cuando noté que un muchachito se acercaba más y más a mí. Pensé que le interesaba saber qué libro llevaba, pero al detectar un profundo olor a alcohol, me dije no, ni hablar, éste va a empezar a hacerse el interesante, puf.

Dejaron dos lugares vacíos en una parada y me senté. Él hizo lo mismo, a mi lado, e inició la conversación sin ninguna vergüenza, con una frase que podría haber sonado profunda e inteligente en otras circunstancias, a saber: “Veo que disfrutas de las novelas románticas”. Lo miré con todo el desprecio que merece un ser humano tan erróneamente osado, pero de inmediato esbocé una tolerante y educada sonrisa, culpa de mi padre y sus lecciones de respeto a la humanidad***, que el jovencito interpretó, cómo no, como una invitación a seguir hablando.

Soporté así unas cuarenta paradas (muchas más de las que tiene el metro de Bilbao, en circunstancias normales) hasta que pude levantarme de un salto y decir “¡Esta es la mía, aquí me bajo!”, manifiesto de libertad que fue seguido por un amenazador “¡Te acompaño!”, un cortés “no es necesario” y un definitivo “no me cuesta nada, vamos”. Vamos, pues.

Habíame confesado el cruceño (sí, también) que gustaba de escribir poesía y tuvo a bien detener mi paso y, con su cara muy cerca a la mía, empezar a declamar una que, según él, escribió pensando en que alguna vez me encontraría y yo, claro, notando a cada palabra que se la estaba inventando en ese preciso momento, ¡por favor, Dios, mátame ya!

Y ocurrió el milagro. Mejor dicho, ocurrió que se me acabaron, al mismo tiempo, la paciencia y la buena educación, efecto retardado detonado por una simple, anticuada y melosa frase: “Tanto tiempo esperando por ti, hermosa doncella”. Fue acabar de decir la palabreja y a mí darme el ataque de risa sin poder parar, y él “¿Qué es tan gracioso?”, y yo “¡Lo de doncella!”, y él ¿Qué tiene?, y yo: "¡Que ya no se me puede llamar doncella!", y él, ya notablemente enfadado “¡Será acaso que a ti te falta mucho para llegar a ser una doncella!”, y yo, recobrando la compostura y dándome cuenta que la cosa no iba a llegar a ningún lado, le di dos besos, un abrazo, le agradecí el poema, ofrecí disculpas, las buenas noches y me largué a casa, dejándolo abandonado en medio de la plaza Unamuno, a las tantas de la madrugada.

¿Dudas? Veamos:

Doncella. (Del lat. vulg. *domnicĕlla).
1. f. Mujer que no ha conocido varón.
2. f. Criada que sirve cerca de la señora, o que se ocupa en los menesteres domésticos ajenos a la cocina.

No añadiré más comentarios.

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* De la región de Santa Cruz.
** Digo “que quede claro” porque he notado que a los bolivianos “cruceños” les gusta dejar sentada la diferencia cultural y racial con respecto a sus compatriotas del altiplano, a quienes suelen llamar, a veces despectivamente, “collas”.
*** Frase de mi padre, regañándome: “No te rías de la ignorancia de los demás, pues hasta la persona más humilde será capaz de enseñarte algo que tú no sabes”. Ay…

Comentarios

Ernesto dijo…
Entonces decir "buenazo" para ser coloquial esta muy bien dicho :D, y mucho mas entendible para alguien (algun español p.ej) que no ha escuchado antes dicha palabra.

Y si, no esta bien exagerar en cuanto a las libertades que nos permite el idioma...
Ernesto dijo…
y sobre las frutas, ahi si podriamos hablar de belleza.. una manzana me parece mas bonita que una tuna, me gusta mas el sabor de la maracuya que la piña pero esta la veo mas hermosa.

Pero claro me imagino que estas buenas personas hablaban del sabor.

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