Libros
Andando por Ámsterdam, recordé que alguna vez estudié en una universidad donde nos prohibían leer algunos libros. Nos escogían las lecturas y, lo más irónico, muchos “libros prohibidos” aparecían en la base de datos de la biblioteca, pero sólo tenían acceso a ellos los profesores privilegiados.
Recordé también que nadie supo nunca responderme porqué, pero un porqué con el cual pudiera yo quedarme tranquila. Me respondían frases tipo: “Hay lecturas que hacen daño, por eso no dejamos que los jóvenes accedan a ellas”. Yo quería un argumento diferente, uno que no implicara paternalismo, ni la consideración clarísima de la incapacidad de los estudiantes (universitarios).
Pregunté: “¿Acaso no sería mejor… más democrático, más… adulto, que alguien guíe nuestra lectura, en lugar de prohibírnosla simplemente, como si fuésemos todos unos niños tontos?”.
Nunca hallé una respuesta suficientemente libre de condición, de tendencia, de interés. Todas iban relacionadas, orientadas a un modo de pensar, de “buen hacer”. “Ésta es una universidad privada –solían decir. Al entrar aquí, pagas para que te eduquemos según nuestras condiciones”. Y eso era formalmente correcto. Sonaba a que tenían razón.
Entonces, me iba (una y otra vez) a fumar un pucho sentada en mi melancólica banca de siempre, donde esperaba ver pasar a alguno de mis amigos del taller de creación literaria (al cual nunca pertenecí), para despotricar un poco. Luego, cargaba toda mi pinta de cuervo heavy regordete y enrumbaba hacia otra biblioteca, cualquier otra más soberana, aunque siempre peor implementada que la de mi universidad, allá, en Piura.
Las cosas de las que una se acuerda andando por Ámsterdam…
Recordé también que nadie supo nunca responderme porqué, pero un porqué con el cual pudiera yo quedarme tranquila. Me respondían frases tipo: “Hay lecturas que hacen daño, por eso no dejamos que los jóvenes accedan a ellas”. Yo quería un argumento diferente, uno que no implicara paternalismo, ni la consideración clarísima de la incapacidad de los estudiantes (universitarios).
Pregunté: “¿Acaso no sería mejor… más democrático, más… adulto, que alguien guíe nuestra lectura, en lugar de prohibírnosla simplemente, como si fuésemos todos unos niños tontos?”.
Nunca hallé una respuesta suficientemente libre de condición, de tendencia, de interés. Todas iban relacionadas, orientadas a un modo de pensar, de “buen hacer”. “Ésta es una universidad privada –solían decir. Al entrar aquí, pagas para que te eduquemos según nuestras condiciones”. Y eso era formalmente correcto. Sonaba a que tenían razón.
Entonces, me iba (una y otra vez) a fumar un pucho sentada en mi melancólica banca de siempre, donde esperaba ver pasar a alguno de mis amigos del taller de creación literaria (al cual nunca pertenecí), para despotricar un poco. Luego, cargaba toda mi pinta de cuervo heavy regordete y enrumbaba hacia otra biblioteca, cualquier otra más soberana, aunque siempre peor implementada que la de mi universidad, allá, en Piura.
Las cosas de las que una se acuerda andando por Ámsterdam…
Comentarios
Nos leemos.
El problema mas serio se daba cuando en facultad el ritmo de adquisiciones era mas bien lento, y para estar al dia se tenia que comprar en ingles, llegaba un unico ejemplar y volaba, pero a la fecha aun me desconcierta lo que me dijo un amigo de Minas "la universidad deberia procurar conseguir mas bibliografia en español" es que bueno.... si no hay ... no hay y bastante era ese esfuerzo.
puedes ser un poco mas precisa con ese dato? Como sabes, en este momento se discute lo que ocurrira en la PUCP si -como es posible- Cipriani asume el control de la universidad...