Sobre adolescentes tiernos y otras vainas


Cada vez que suelto en público (gente de la cooperación internacional, oenegés y cosas de esas) la frase: “La verdad, admiro a quienes son capaces de trabajar con adolescentes, porque a mí no me gusta para nada, no los aguanto”, las reacciones -tremendas todas- suelen ir por la misma vía:
  • ¿Cómo puedes decir eso? ¡Si es maravilloso!
  • ¿Acaso ya olvidaste cuando fuiste adolescente?
  • ¡Pero si es muy intenso y divertido!
  • Los jóvenes necesitan ser escuchados, valorados y comprendidos.
  • No entiendo cómo puedes estar en este ámbito de trabajo, entonces.
Casi por inercia, tiendo a aclarar: “Vamos a ver: no tengo química con los adolescentes (mentira piadosa, suelo llevarme súper bien con muchos de ellos), prefiero colectivos de mujeres (adultas y adultas a la fuerza) o de niños. No he dicho que no necesiten ser escuchados o comprendidos, pero, y esto es totalmente personal, pienso que dándoles tanto espacio para hablar de sus problemas, tampoco se promueve la acción práctica y la búsqueda de soluciones. ¿Total? La adolescencia dura un suspiro y en breve se verán obligados a actuar como adultos con responsabilidades. Eso es algo que ningún experto en educación alternativa les cuenta”.

Ceños fruncidos, labios mordidos, irritación en mis interlocutores. Noto que me están perdonando la vida sólo porque son seres de luz. Es lo que sucede cuando, en determinados espacios, abres el corazón y te muestras tal cual, sin correcciones políticas ni medias tintas.
  • ¡Pero por qué habría que truncar sus ilusiones y advertirles que el mundo es duro! ¡Son jóvenes, tienen derecho a soñar!
Ya está, soy un monstruo devorador de sueños juveniles, maldita cifra al servicio del Mercado. Hago un último intento de hacerme entender: “En mi país, un famoso músico ha iniciado un programa llamado “Sinfonía por el Perú”, que consiste en enseñar música a niños y jóvenes de escuelas marginales, formar orquestas y coros. Esto lo hacen dentro del contexto educativo formal (actividades extra-curriculares, les llaman) y uno de los resultados coyunturales, aunque esperado, es la mejora del aprovechamiento académico”.
  • ¡Ah, pero por qué tiene que valorarse lo académico! ¡Debería valorarse la nueva capacidad adquirida, la autoestima, la felicidad, los nuevos amigos, la ganancia personal que la música aporta, y no qué tan bien insertos están en el sistema!
Aclaro: “El aprovechamiento académico no es lo principal, pero sí bastante importante porque se trata de un programa adaptado a la curricula educativa del Ministerio de Educación. No es lo que se busca, pero tampoco negaremos su valía como resultado, sobre todo para niños cuyas vidas son bien difíciles y una de las pocas oportunidades que tienen para romper el círculo de la pobreza es aprovechar al máximo los recursos educativos. 

Además, pensemos en las familias: padres subempleados y madres analfabetas. Estos padres y estas madres quieren un futuro diferente para los hijos, por tanto, les obligan a estudiar. Si los chicos entran en una actividad que, al parecer, “les quita tiempo de estudio”, no les van a permitir seguir allí. Entonces, es bien necesario trabajar también con los padres y maestros, y, al mismo tiempo, dar a estas personas algún indicio práctico (mensurable) de que los hijos van bien".
  • ¡Ah, pero creer que un hijo es mejor o peor por sus calificaciones es un error!
También es un error vender cebo de culebra a un adolescente pobre. “Dedícate al rap y alcanzarás tus sueños”. Sin duda, ya. Lo que un chico necesita para ganarse la vida es aprender a hacer bien lo que quiere ofrecer a cambio de dinero (eso es cobrar, ¿o no?). "La joven promesa" se acaba cuando los adolescentes llegan a la mayoría de edad. La gente de a pie no paga por apoyar el talento, paga por un servicio bien hecho. Por otro lado, hacer las cosas bien, con todo el esfuerzo, perfeccionamiento y actualización que esto requiere, beneficia al actor, le hace cada vez mejor persona. Nadie pierde en esta ecuación. 

Si un chico quiere rapear, que rapee, pero debe hacerlo bien y ser consciente de algo importante: el talento, sin práctica, vale un carajo. No te digo que se meta al Conservatorio y aprenda a leer partituras. Sinatra nunca supo leer música, Susana Baca no lee música, pero ambos son referentes musicales de altísimo nivel profesional, porque han trabajado toda la vida. O sea, ¿quieres expresar tus sentimientos de vacío existencial adolescente? Perfecto, pero el arte de componer y conmover requiere de mucho, mucho esfuerzo. 

En resumen: puedes dedicarte a lo que te gusta y hacer de tu pasión un medio de subsistencia, pero eso te va a costar desvelos, cansancio, estrés, conflictos. Por mucho buen humor, nunca haces en patines todo el tramo. Es cuestión de constancia y de disciplina. Sí, disciplina es la palabra adecuada, aunque en contextos educativos posmodernos haya sido cargada de significados negativos. Incluso los futbolistas profesionales deben (deberían) entrenar bajo una fuerte disciplina.
  • Pero eso no se lo podemos decir, deben darse cuenta solos.
Eso lo dirá la vida. Y la vida son sus padres, hermanos, abuelos, tíos, vecinos, maestros, relaciones. El proceso de reflexión, tarde o temprano, sucede. Pero quienes trabajamos con ellos en un espacio de esparcimiento, siendo adultos, la mayoría con posgrados, tan favorecidos por el sistema educativo formal que podemos permitirnos viajar por el mundo, conseguir trabajo en cualquier sitio y dedicarnos a despotricar contra el sistema (perdonará usted el cinismo)... Digo, los adultos que hacemos de facilitadores en estos espacios tenemos la obligación de dar indicios, de dar mensajes.

Siempre me he negado a dejar que los adolescentes se regodeen en su condición de víctimas de un sistema de adultos malvados. Me niego a sentirme culpable de la desgracia emocional colectiva (y temporal, porque la adolescencia, como dije antes, pasa en un suspiro) de un montón de chicos que no conozco. Me niego, además, a creer que sólo gracias a mí y mi organización o mi proyecto, estos chicos pueden llegar a ser mejores ciudadanos. Es como pensar que a los bebés les va mejor en las guarderías que con sus madres. Es cierto que una intervención oportuna puede hacer la diferencia, pero nuestra intervención debe ser parte de la estructura social. No trabajamos solos, antes que nosotros están la familia, la escuela, el centro de trabajo (porque muchos chicos, le guste o no a la cooperación internacional, trabajan).

Pienso, además, que si queremos resultados con adolescentes, debemos poner buena parte de nuestro esfuerzo en los adultos que les rodean: madres, padres, maestros. Ellos tienen el control de los recursos, por tanto, son determinantes en los giros de vida que quieran dar los chicos. Y si los chicos tienen obligaciones económicas con sus familias, no voy a ser yo, licenciada y con master, mucho de esto gracias a los desvelos y exigencias de mi mamá y de mi papá, quien alimente la inconformidad pasiva respecto a lo que les ha tocado vivir. Es una coyuntura, acéptala, trabaja sobre ella y sácale provecho positivo.
  • Pero no todo tiene que ser útil, no todo tiene que ser práctico y aprovechable. La autoestima, por ejemplo...
La autoestima crece conforme descubres y desarrollas habilidades que te hacen sentir bien contigo mismo, pero también en tanto tus capacidades son útiles y dan alegría a las personas que quieres. Esa es una parte de la autoestima poco difundida, siempre es “yo, me, mi, conmigo”, la interacción con el otro no cuenta o se interpreta como “concesión”, “complacencia”. Tendemos al hedonismo. La gente teme admitir que hacer felices a nuestros seres amados, en relaciones sanas, nos trae felicidad. Mira a mi hija de un año y medio: ella es inmensamente feliz cuando yo celebro algo que ha hecho y me llena de besos si siente que estoy un poco descontenta (no con ella, pero sí con el resto de la humanidad). En este tipo de amor tan puro e instintivo, aún no podemos hablar de “complacencia”.

Con muchos niños trabajadores sucede igual: en los casos más saludables, porque madres explotadoras cabronas de mierda y padres explotadores cabrones de mierda también hay, son ellos mismos, los niños, quienes quieren asumir responsabilidades para ayudar a las personas que más aman en este mundo. Una vez que han superado la etapa del “mío, mío”, los niños suelen ser criaturas absolutamente generosas. Cuando empieza la adolescencia, esta generosidad entra en conflicto con un intenso egoísmo. Es normal. Empezamos a autodefinirnos, a intentar comprender quiénes somos, qué queremos, qué hacemos aquí.

Entonces, me parece excelente brindar espacios de expansión, donde puedan compartir todo esto con sus pares, junto a personas adultas que no les van a juzgar. Sin embargo, es necesario que estos chicos sean conscientes de que ese espacio es artificial. Necesario e importante, sí, pero artificial en el sentido de que en una comunidad humana conformada de manera natural (no de naturaleza, sino de normal devenir), siempre habrá gente mayor de quiénes aprender (por acción u omisión) y niños pequeños a quiénes ayudar a cuidar y educar. Que el abuelo no es ningún anticuado ignorante de la vida. Que la madre no anda de mal humor porque les odia desde el fondo de su alma, sino porque trabaja 20 horas al día, el marido le pega, etcétera. Que, muchas veces, no es buena idea esperar amor de brazos cruzados. Que dar amor puede llegar a ser igual o más reconfortante.
  • Ya, pero en el caso de jóvenes que han sido violentados de diferentes maneras por la sociedad, no se les puede exigir que esperen cosas positivas de esa sociedad, sino más bien ayudarles a convertirse en actores de cambio.
De acuerdo. He tenido la invaluable oportunidad de trabajar con niñas y adolescentes víctimas de violencia sexual. Muchas de ellas han sido violadas desde pequeñitas por sus padres, abuelos u otros parientes cercanos. Esas chicas deben desaprender muchísimo antes de empezar a construir nuevas bases. Les ha fallado el mundo: el violador, por obvias razones; la madre, si hubo madre, por dejar que eso ocurra; el resto de la familia, por callar; la comunidad, las autoridades, el Estado. Y, sin pecar de exagerada, les hemos fallado tú y yo, por cada una de las veces que vemos una situación de maltrato y decidimos mirar hacia otro lado.

Las niñas y adolescentes víctimas de violencia sexual deben aprender, como primera cosa, que los padres y las madres no son infalibles, que los abuelos pueden cometer atrocidades, que las personas encargadas de protegerles se equivocaron, pero, y este pero aquí es sumamente importante, ellas no tienen la culpa de nada. No tienen la culpa, punto. Los malos fueron quienes les hicieron daño. Aquí tenemos un caso bien claro en el que sí podemos quitar toda la responsabilidad a los adolescentes, porque estamos hablando de víctimas. Víctimas reales, chicas y chicos excluidos o en alto riesgo de exclusión social, esclavizados, explotados, destruidos, no con bajón de ánimos por falta de mimos.
  • Pero no puedes disminuir los sentimientos de los chicos.
No los disminuyo. Entiendo que cada quién sufre a su medida, pero es importante dimensionar. Hay niños que llorarán porque les regalaron en Navidad una marca de zapatillas que no esperaban, pese a ser más caras. Bueno, no me parece un engreimiento. Quizás los padres les han acostumbrado a compensar con regalos la falta de tiempo en familia. En el fondo, esos niños están sufriendo porque no se sienten escuchados ni valorados por sus padres (ni siquiera saben qué marca de zapatillas preferían recibir en Navidad).
  • Bueno, aún con todo, no negarás que los jóvenes necesitan un espacio para expresarse y manifestar sus necesidades, sin mediadores adultos.
Ah, por supuesto. Pero parto de un principio básico: para reclamar derechos, primero que nada debes saber cuáles son tus derechos. Y lo sabes informándote. E informarse requiere un esfuerzo: leer, prestar atención, preguntar. No puedes sentarte en un rincón quejándote del entorno cuando desconoces por completo ese entorno. O conoces sólo las limitaciones, lo que te hace mal. Un ejemplo común:

Se supone que en un estado laico, el acceso a los anticonceptivos en los centros de salud es sencillo y gratuito. Sin embargo, un chico de 16 años y su novia de 14 van un día al subcentro AB a pedir condones y justo les tocó la auxiliar con objeción de conciencia que les manda a rezar. ¿Indignante? Por supuesto. Ante esto, normalmente los chicos bajan la cabeza y esperan la próxima “reunión de pares” para quejarse y asumir que el sistema se ha propuesto joderles y que la tipa aquella era una hija de puta.

Bueno pues, la cosa cambiaría significativamente:
  • Si los chicos estuvieran bien enterados de la ley respecto al acceso de menores de edad a los anticonceptivos. Y eso suele saberse leyendo los coloridos carteles que adornan los centros de salud o visitando la Web oficial del ministerio (si tienen perfil en Facebook, poseen un mínimo de capacidades necesarias para navegar por otras páginas).
  • Si supieran que la objeción de conciencia en un estado laico y, sobre todo, en los servicios públicos, es ilegal, por lo tanto, pueden denunciar a la auxiliar. 
  • Si supieran que, como usuarios y ciudadanos, tienen derecho a presentar una queja o denuncia a quien corresponda, con buena educación, aunque de manera insistente. Si lo hacen, es probable que la auxiliar reciba una fuerte llamada de atención (pues ha violado la ley) y ellos podrán obtener los condones de manera gratuita y más o menos discreta, tal como esperaban al principio. Fin.
¿Idílico? Sí, pero si los chicos no son capaces de recurrir a todas las instancias necesarias, con la frente al alto, para exigir que se les cumpla un derecho, ¿de qué empoderamiento estamos hablando? Quejarse ayuda a expulsar sentimientos negativos y eso está muy bien. Sin embargo, los adolescentes que sólo se quejan, pero son incapaces de informarse sobre cómo funciona su entorno y tienen miedo de reclamar lo que les corresponde, van camino a ser adultos sumisos (de esos que desfogan frustraciones con los más débiles a mano).

¿Espacios de expresión? Los que quieran. Yo, la primera que abogo por eso. ¿Lugares seguros donde dedicarse a socializar, conversar y ser adolescentes? ¡Claro que sí! Y las autoridades locales deberían preocuparse por brindar estos espacios, asegurar a los jóvenes ciudadanos oportunidades de ocio, diversión y aprendizaje colectivo en óptimas condiciones. ¿Darle vueltas una y otra vez a la incomprensión de los adultos? No, qué aburrimiento. ¿Permitirles comportarse de manera agresiva e irrespetuosa sólo porque aquella es una "forma de exteriorizar sus sentimientos"? Ni hablar...

La adolescencia es demasiado linda y corta para desperdiciarla discutiendo con el propio ombligo. Creo que los adolescentes, en sí mismos, tienen un potencial de crecimiento enorme, por eso deben aprovechar esos años para aprender, aprender cómo seguir siendo generosos como cuando niños, aprender cómo ser útiles a sí mismos y a su comunidad, dando lo mejor de sí. El oficio que escojan o si llegan a la universidad es, en verdad, relativo.

Como colectivo, pueden conseguir muchas reivindicaciones, pero deben saber qué es lo que están pidiendo, pues. Y está bien, no vamos a decirles qué deben hacer, pero al menos dejarles claras ciertas normas. 

¿Que el maldito sistema? Sí pues, el sistema que a ti te permite viajar por todo el mundo sin visado y a mí, vacunar a mi hija. Una mierda de sistema éste en el que vivimos. Pero aquí estamos. No olvides que aquí estamos, nos guste o no. Y, como me decía una profesora de la universidad: “Antes de atreverte a romper una regla, ten la decencia de aprenderla.”. Ratifico. Ya está.

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