De cuando eras ternera...


Muchas veces he debido arrogarme el deber de ser la tía cínica que recuerda a jóvenes madres "la influencia  genética" en ciertas manifestaciones del carácter. Por ejemplo, cuando mi amiga Periquita clamó al cielo preguntándose por qué su dulce niña ni siquiera era capaz de probar algo antes de gritar, arrugando la nariz, "¡no me gusta!", tuve que decirle, muy a mi pesar (y dado el silencio generalizado): querida, tú eras así. 

¿Yo era así?, preguntó Periquita, sorprendida. Por supuesto, a veces tu nana debía prepararte comida diferente, obligada por tu madre y abuela, porque no te gustaba el color de la verdura. Incluso tuviste una época en la que no querías probar el chocolate, porque habías decidido que el marrón era feo. ¿En verdad no recuerdas eso? 

No, responde Periquita con total incredulidad. Y vuelve a lidiar con la nena, quien ha prestado atención a la conversación y ahora menos se come el apio ni cualquier otra cosa verde que flote en la sopa de pollo. 

Siendo honesta, no me creo mucho el tema genético en los berrinches de los niños, pero es irresistible recordar a madres y padres que: 1, alguna vez tuvieron la misma edad de sus hijos y 2, a tal edad se comportaban según su naturaleza, y no con la madurez que ahora creen haber tenido. 

Además, hay factores que no se toman en cuenta al valorar y catalogar el comportamiento de un niño pequeño: el más olvidado y, sin embargo, primordial, es su propia opinión. Evidentemente, todo acto tiene una causa y si ayer te gustaba el apio (¿estás segura de que le gustaba?) y hoy no, algo debe haber pasado. Quizás la explicación sea una fantasía infantil o que la textura del apio le da grima, en cualquier caso, vale la pena escuchar. 

Otro factor a tener en cuenta es que los niños no tienen el paladar y el sentido del gusto desarrollados del todo, por eso algunos sabores les resultan asquerosos. Con los años, "aprenderán" a comer alimentos que de chicos les hacían vomitar. 

También es importante saber explicarles por qué deben comer de manera balanceada. Como adultos, creemos hacerlo todo "por su bien" (sí, claro, hasta los correazos son por su bien), pero ¿los niños han comprendido qué es ese tan mencionado "bien" en cuyo nombre reciben gritos, regaños o hasta palizas? ¿Que no te importa si comprenden o no? Vaya, vaya, tú eres de los que aprendieron a no quejarse si el jefe les monta una bronca injusta y humillante, sin motivo aparente, ¿verdad?

Y algo que nunca debemos perder de vista: el ejemplo. Tal vez, sin darnos cuenta, hemos hecho ascos o arrugado la nariz ante alguna comida, bebida, animal o ser humano, justo cuando el niño nos estaba mirando. ¿Tienen idea de las consecuencias que esto tiene en los sentimientos y conductas de nuestros hijos? Es posible que, ante actitudes violentas y amenazas, callen y coman (o saluden, o hagan la tarea, etcétera) pero por dentro están empezando a vivir un duelo de contradicciones que el tiempo se encargará de evidenciar. 

No tengo autoridad de madre para hablar de esto (aún quedan dos meses de espera) pero sí tengo autoridad de hija (y de niñera). 

Ante la inminente llegada de un ser dependiente pero individual, totalmente a cargo de mí y mi compañero, es inevitable ventilar diferentes experiencias relacionadas con la maternidad, para identificar aquellos comportamientos que, según nuestro criterio, merecen ser replicados y, por supuesto, "descatalogar" normas, reglas y acciones que nos dejaron heridas e, incluso, traumas, básicamente porque nos gustaría criar un/a niño/a más feliz. 

Esto no significa juzgar la formación que nos dieron. A los padres se les quiere, pero reconocerlos como humanos (por tanto, imperfectos) es un paso muy importante para perdonar errores y viejas cicatrices. Además, es innegable que ahora empieza también el proceso de comprender y amar a los predecesores como nunca antes, puesto que por fin tendremos la oportunidad de estar en sus zapatos. El aprendizaje nunca termina. 

Aún así, se agradecerá tener apoyos contemporáneos (amigas y amigos) capaces de recordarnos quiénes somos cada vez que nos veamos tentados a caer en más populares, cómodos, románticos y trasnochados paradigmas de maternidad y paternidad.

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