LP

La Chío y yo hemos empezado a conversar más que nunca ahora, que estoy así de lejos. Frente a frente, cada quién mantenía cubiertos los flancos, por si acaso, por si se filtraba información. Es el difícil camino a hacernos adultas (“mujeres hechas y derechas”), con padres y madres que aún suelen creernos adolescentes.

Salí de mi casa hace ocho años, sin embargo, siempre vuelvo y me gusta poder volver, que mamá prepare comida de fiesta y conversar con mis hermanos. Últimamente me ha hecho daño el cargo de conciencia: mis hermanos. Están en la edad del pavo, ambos. Ambos sacando a mamá de sus casillas. No entiende, no sabe cómo es posible: yo, una niña "tranquila". Ella, más joven entonces. Papá, vivo. En verdad, siempre fui una niña insoportablemente hiperactiva, pero las circunstancias eran otras.

Chío fue como una hermana, una hermana bastante engreída. La típica niñita frágil que a la primera broma echaba a llorar, y los adultos empezaban la bronca conmigo. Era juicio popular, yo en medio, ellos alrededor, acusando. Que por qué hablé de aborto. Que cómo sabía yo de los espermatozoides. Que cómo se me ocurrió decirle “egoísta” a la nena (¿qué clase de señorita utiliza ese vocabulario?). Que el presidente de Cuba es mala persona. Que nunca conoceré la URSS. Que Dios existe sin lugar a dudas y la religión católica es el único camino hacia El. Que soy un fenómeno, vamos.

Luego llegaban papá y mamá del trabajo. La consigna de siempre: “no hagas caso”. Y de nuevo a los juegos de niñas y niños, a la exploración del barrio vecino y las zanjas abiertas para arreglar la tubería general; a la pelota, el corre que te pillo, carnavales, pie plano, caída, chichón, crema, carrera otra vez, luego de las tareas del cole, un baño, el vestido de niñita buena, las medias tejidas por la tía Quiqui y las rodillas irremediablemente raspadas de tanto brincar, andar como pato cojo, ser torpe, muy torpe, pero ni enterarme siquiera, porque estos males que las personas tenemos de pequeñas los sufren nuestros padres, en realidad.

Conversaba, pues, con Chío, sobre la incoherencia. Sobre la tendencia inevitablemente humana a ser incoherente. Acerca de cuánto nos han juzgado, cuánto dijeron de nosotras cuando dejamos de hacer lo que ellos consideraban correcto y de pronto… De pronto alguno cometió un error, luego otro, luego pasó el tiempo y lo habían olvidado, sin embargo, helo aquí, descubierto, y nosotras: no juzgamos, prima, no juzgamos porque hemos tenido la suerte de equivocarnos, de “pecar”, de ser juzgadas, de ser repudiadas, de ser insultadas, infravaloradas.

Entonces, pienso: es una bendición haber sido débiles, pues nos reconocemos humanas. Y reconocemos, también, el límite.

Mi papá estaba loco, tal vez por eso me enseñó a perdonar lo que, a ojos de mi madre, era imperdonable. Mi mamá fue siempre el tronco fuerte, atada a la tradición del “qué dirán”, como buena madre, muy a su pesar. Ahora está sola en casa, con ese par de jovencitos idiotas, en edad del pavo, que no le dan un segundo de paz. Intenta sentirse cansada y frustrada, intenta creer que falló en la educación de esos dos, pero deja el teléfono para preparar la comida y ayudarles en las tareas escolares.

Siente la ausencia del “soldado”. Falta el papá demostrando tener más fuerza que ellos, o yo misma, fingiendo que aún no pueden tumbarme (toda hermana mayor debe saber hacer llaves). Pero ahí sigue la buena mujer, a pie de guerra y enfrentando lo cotidiano con altas y bajas, como Fidel, en palabras de Anguita, intentado resolver estos asuntos del agua, la luz, la comida, la formación, la salud, mientras tantos otros Ché Guevaras nos morimos enarbolando un ideal, o trotamos por el mundo, solos, tras una hermosa utopía.

Ayer mi mamá estuvo rebuscando entre los viejos Long Plays de papá, y me pidió esta canción. Vaya historias las que tengo guardadas en el subconsciente desde los tres años. Fue un sábado dulce, triste y bonito.

Comentarios

Anónimo dijo…
Hay tantos recuerdos guardados en la profundidad de nuestras almas, hay tantas historias de enemigos que son los mejores amigos, hay tanto y tan poco.

Deja que tus hermanos crezcan, como tu lo hiciste, sabes bien que nada es permanente y que esa edad se va como todas las otras.

Nos leemos.
Galileus dijo…
Todos hemos pasado por la edad del pavo... dile a tu mami que eso va a pasar de todas formas... "no hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que los aguante"...

Así que la hermana mayor, eh!!... :))) Tenemos más en común de lo que creía...

Espero que la mami haya pasado un Día de la Madre, al menos decentemente bueno... :)

Saludos desde el otro lado del Atlántico...

Galileus.

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