BellA

Al final me perdí las jornadas feministas. Demasiada juerga y resultó más atractivo ir con el Gato por los tejados, saltar sobre patios, jardines, perros engreídos y la piel cortándose por ese ariecito frío y despiadado que a veces embarga Bilbao y Getxo y, tal vez, el Cantábrico. El rostro desnudo. Un gato (que ignora su condición de gato). Libres.

Pero era necesario (justo y) aparecer por la fiesta, esa de “sólo para mujeres”, causa intermedia de ciertas actitudes forzosamente machistas de algunos chicos de clase. Aquello de “sólo para mujeres” fue un decir, vi a un muchacho, uno y naturalmente biológico, bailando de lo lindo con un grupo de guapas, guapísimas.

Esto de “noche de chicas” sonaba bien. Una quedada entre amigas, pero a gran escala. Sólo la música un problema, suele gustarme más la de las reuniones “socialmente heterosexuales”.

El ambiente, limpio. Limpio y fresco, mucho alcohol, sin gritos ni alardes. Mucha cola para el baño, pero paciencia, respeto a los turnos, ningún espejo (¿quieres que esté cada día más guapa? ¡Pues no entiendo pa qué!)…

Volvía, creo, de mi primera visita al servicio (suelen ser enésimas), la presentación de un espectáculo (bastante cutre) sobre matar la necesidad de estar maquilladita y linda, para gustar, para que me mires, para tal y cual (una conversación filosófica, luego, con una amiga, sobre el gusto de maquillarse porque sí, para estar contentas, sin más).

Y pasó ella a mi lado, sin mirarme, sin reparar en, sin enterarse que, sin sospechar siquiera la conmoción, el júbilo, ni los pasos tontos tras los suyos, a saber dónde va, para sentarme cerca (casi empezaba un espectáculo de trapecio, lo mejor de la noche), ¿tendrá pareja ahora mismo? ¿Qué posibilidades tengo de hablarle y…? ¿Qué puedo…? ¿Qué pasa aquí? (loca cabecita, loca, loca, loca).

Algunos pedacitos de su olor en tres segundos, imaginar lo demás. Imaginar. Contemplar. Era preciosa. ¿Yo? Tonta. Tonta. ¡Sonsa!

Le dije a Nadia (Nadia siempre entiende). Dejé de despreciar mis deseos de ir al baño, pasar al otro lado del salón, la posibilidad de verla. Empezó un mini-concierto punk, le perdí el rastro. Igual hay que mear. Volver, sospechar: “seguramente está delante, bailando en pogo”. Acerté.

Mirarla. Mirar protegida por las sombras y la ignorancia de quien es observada. Mirarla bellísima, etérea, tan etérea que no me atrevería a hablarle en segunda persona, ni siquiera en letras. Es “ella”, no “tú”.

Al saber qué sienten los chicos cuando tratan de llamar la atención de una chica, me volví muy “comprensiva” con ellos (craso error). Dar saltos de un lado al otro de la “línea”, condiciona la afectividad de manera distinta: la amplía. No todas las virtudes que me gustan de una persona tienen relación directa con sus genitales. Así de sencillo.

Y la belleza es belleza, es ella, es el Gato sin coraza, es el amigo húngaro de Paolo, es la sonrisa de mi “niña de cristal”, es mi familia feliz, es la justicia, es el coraje, es la música, es un libro, es la paz, es mi nariz sin pus y tanto más, tantísimo más.

Hora de irnos, me dijeron. Me habría quedado, pero… pero… No, ya flechada, mejor no. Vale más la retirada digna, pienso, y el olvido prematuro que siempre le sucede (por eso lo escribo, para tardar un poco más en olvidar).

Pero la había visto, sabía dónde estaba, sabía que ahora se hacía cargo de poner música (era la culpable de esos ruidos incomprensibles, entonces). Y Nadia: “venga, sólo una vez, una prueba, ve y pídele fuego”. Yo: “no, no me atrevo, no”… Ella(s, que ya todas las féminas del grupo le entraban al juego): “vamos, tía, es algo normal, ve y háblale”.

Fui, con mi sospechoso y único cigarrillo. Me detuve a su lado con la torpeza de una adolescente. No podía dejar de mirarla y no me atrevía a hablarle. No sólo era una de las mujeres andróginas más bonitas que he visto en mi vida, sino que, para empeorar la situación, me gustaba (estupidez acumulada, mandíbulas paralizadas, sonrisa tonta).

Entendió, la pobre, que le estaba pidiendo música bailable (yo, pidiendo música bailable). ¡Maldición! ¡Para colmo, simpática! No tenía fuego, me invitó su porro (un beso pírrico). Encendí mi cigarrillo gracias a unas chicas de al lado. Agradecí. Le devolví al ángel el peta. Gracias (bella). Me despedí. Me fui.

Caminé un poco, junto con mis amigas, sintiendo un agujero en el estómago y cierta melancolía. Con las chicas es diferente, me repetía. Es verdad, es diferente. ¿Qué le gusta a una chica de otra chica? Yo sé lo que les atrae físicamente a los hombres de mí, pero las chicas… ¿Qué le gustó de mí a la niña de cristal, por ejemplo? A mí me gustó su sonrisa y la expresión de sensualidad-seguridad que llevaba a todas partes. Ahora mismo no recuerdo qué me gusta de los chicos, estoy en “out”. ¿Qué me gusta del Gato? ¿Qué me gustó de todos mis perros y todos mis gatos?

Vaya… buena forma de empezar un domingo con tamaña crisis de identificación afectiva (que no es, en absoluto, una de identidad sexual).
.
Da igual, despierto y me dedico una canción (a mí y a todas las mujeres del mundo):
.

Comentarios

Anónimo dijo…
Hola Bella!
intento leer entre líneas, el gusto por otra chica no tiene nada de nuevo ni de inusual, aveces se confunde una admiración por una atraccion con apasionamiento incluido. es cuestión de química, es cuestion de emociones encontradas, es cuestion de aceptar que el amor puede tener muchas formas y no siempre tiene que ver con sexos diferentes, y ser tan autentico, tan apasionado tan lleno de dulzura como cualquier relacion heterosexual.

Ojo no quiero decir que tengas un amor lesbico,sólo que el gusto por otra chica es algo muy común sin embargo vetado por muchos y muchas.

.........ERIKA...
Enigma dijo…
Ya vas entendiendo nena...
Anónimo dijo…
wuena !!!

Saludos

Entradas populares