El fantasma de la sagrada chancla y (múltiples) teorías sobre crianza infantil
Hace pocos días
conversé con uno de esos especialistas en cualquier tipo de crianza infantil (siempre me los topo, debo tener un imán) acerca del maltrato a los niños. Para no ir demasiado
lejos, nos centramos en los castigos físicos como métodos educativos.
Voy a ser clara
desde el principio: considero que ningún castigo físico es un método adecuado
para educar a seres humanos. Golpear a alguien puede, de hecho, disuadirle de
volver a cometer una acción no deseada por el castigador (dejemos en suspenso
si es por el bien de la persona agredida, o no), escarmentarle o hacerle sentir
miedo.
Sin embargo, no
voy por la vida evitando que mi hija sienta miedo. Me explico: no la amenazo con el cuco, pero sí le diré lo que podría
pasar si manipula de manera irresponsable la llave del gas o se lanza a la
pista sin mirar a ambos lados o con el semáforo en rojo.
Volviendo al
castigo físico: en algún momento, se tuvo como norma indiscutible que los
azotes desapasionados, como consecuencia de una “mala” acción, eran necesarios
para que el ser humano “en formación” (nota: el ser humano siempre es, nunca está en
formación) aprendiera a comportarse. Ahora, por supuesto, están siendo promocionados, a diestra y siniestra, cientos de
métodos para educar a los niños sin levantar la mano ni subir
mínimamente la voz.
Todo esto es muy bonito y ha generado interesantes títulos de incontables libros. Sin embargo, debemos tener en cuenta dos cosas fundamentales:
Primero: leer no nos convierte en especialistas en crianza positiva. Puede
ser que tengamos toda la buena intención del mundo pero, eventualmente,
perderemos el control. En tales circunstancias, lo último que necesitamos es un
experto recordándonos que somos un fiasco.
Segundo: la mayoría de gente que conozco, de mi generación,
fue “corregida” a latigazos y sopapos. Algunos están replicando exactamente lo
recibido, pues no hacerlo significaría haber pasado por un proceso de reflexión, aceptación del daño, perdón a los agresores (mamá, papá, abuela, etcétera) y búsqueda de alternativas diferentes. Llegar a esto cuesta y duele mucho.
Ponerlo en práctica, es constante (y conflictiva) paramnesia. No nos engañemos:
muchas veces no nos sale bien. Quien diga lo contrario, no pasa más de 2 horas
al día en dedicación exclusiva a sus hijos y/o tiene asistencia doméstica a tiempo completo y/o siempre está fumado.
Creo que no
estamos siendo justos con nosotros mismos. Nos estamos exigiendo demasiado,
queremos dar a nuestros hijos algo que no tenemos. Porque ¿quién nos ha
enseñado a corregir sin gritar o golpear?
¿Los hijos son
inocentes del pasado? ¡Es verdad, qué genios son, ahora les doy su premio, listillos! ¡Por supuesto, nuestros hijos son inocentes! Además, en el mejor de los casos, nosotros escogimos
tenerlos. Pero sí son parte de nuestras vidas y nuestras vidas son una adición de constantes experiencias.
Que los Estados
conviertan el castigo físico en algo ilegal, me parece un paso importante. No obstante, un Estado ineficiente, corrupto, violento, explotador, propiciador de
inequidad, tiene más bien poca autoridad para exigir(nos) a padres y madres mantener siempre
la compostura.
Actuar para
reducir las formas violentas de crianza es un proceso social que implica políticas
públicas adecuadas, acompañamiento profesional (no sólo presencia policial y castigo) y la participación de toda la ciudadanía.
Por favor,
entréguenos los mecanismos adecuados para no estallar si la niña
cambia de opinión y ahora desea un helado de fresa en vez del que pidió hace dos minutos, de chocolate, justo en el momento de cierre de
una consultoría (tras varios días sin dormir y sólo beber café). ¿Cómo podemos iniciar un proceso de apoyo a una madre no acompañada,
que tiene a cargo tres criaturas y siempre está histérica, gritándoles? Dígannos de qué manera podemos ayudar a un niño que sufre maltrato leve no premeditado,
porque su padre cree (con fe) que un golpe oportuno es mejor que años de sufrimiento por
acciones delictivas.
Explíquennos el
modo de comprometernos con el bien superior del niño, desde el principio, desde
que no es urgente llamar al 911.
Y dejen de
juzgarnos. Dejen de pretender que los demás debemos actuar del modo que ustedes
consideran “correcto”.
Está claro,
entonces, que el maltrato, de cualquier tipo, es algo malo.
Pero dimensiona.
Contextualiza. Deja la teoría e intenta comprender: si tu esposa,
criada bajo el principio de la sagrada chancla voladora, está a punto de un
colapso, tras seis horas de dedicación
exclusiva al nene de dos años y medio, por piedad, por empatía, por humanidad, no
intentes darle un sermón erudito sobre la civilización occidental y sus
maravillosos resultados (poniendo de ejemplo a tus amigos o tu familia).
Más bien… ¿Más
bien? ¡Qué te voy a decir yo! ¡Tú sabrás! ¿Hablas de amor? ¡Sabrás, entonces,
cómo usar ese amor de manera adecuada para resolver una crisis! Y sabrás,
también, evitar que tu hijo meta un clavo en el tomacorriente, a una
distancia de 10 metros (créeme, ninguna persona con algo sentido común te criticará si, en tal circunstancia, te ves
obligado a gritar o lanzar algo).
¿Por qué nos
resulta tan fácil caer en el vicio de creernos infalibles y enseñar a todo
mundo cómo hacer las cosas?
Voy por un café. Valeriana, mejor.
Comentarios
espero su respuesta, saludos se le quiere mucho