Hasta siempre, pequeñito


Hace una semana, en nuestra maravillosa mini-granja de 40 metros cuadrados, ocurrió un crimen: el gallo Juvenil mató al pollo Totó. 

Totó fue la primera mascota de mi hija. Un bicho encantador, mimoso, juguetón y comelón. Precioso, Totó. Tuvo una muerte cruel, en soledad, abandonado en el gallinero por sus padres humanos, adoptados por impronta.

Ese sábado, salimos a pasar la mañana con un grupo de trabajo de mi compañero. Al volver, Juvenil había acribillado a picotazos al pollo pre-adolescente. Totó estaba arrinconado tras la planta de papa china, acurrucado, ensangrentado, inmóvil.

Me dolió. Y a él, supongo, le dolió muchísimo más.

Cuando llegó a casa, nadie le estaba esperando. Una buena señora, al ver a mi niña, decidió quitar un polluelo a su gallina, reciente madre, y apareció con la pequeña pelota amarilla en una caja. Estaba loco de angustia, buscó a su mamá por todo el jardín, gritando desesperado. Ana, en cambio, no podía dejar de reír, con esa risa profunda y maravillosa de los niños pequeños cuando están inmensamente contentos. Fue ella quien le llamó Totó.

Totó, arisco al principio, aceptó el calor humano para sobrevivir y, poco a poco, se convirtió en el molesto cachorro que reclama comida a un lado de la mesa, entre otras interrelaciones típicas entre personas y mascotas. Ana lo amaba. Yo también, por eso rabiaba en silencio cuando mi compañero hacía pesadas bromas sobre cómo nos lo comeríamos si resultaba ser gallo.

Por supuesto, era gallo. O podría haberlo sido, si no encontraba en su camino la agresividad de Juvenil, fruto de la ambición y la descarnada violencia de los seres humanos.

Juvenil llegó a casa junto a su hermana y su madre, unos días antes que Totó. Con ellos, iniciamos la aventura de criar aves de corral. La idea inicial era tener sólo gallinas, para abastecernos de huevos. Sin embargo, allí estaba Juvenil, claramente macho y, lo que era peor: diferente a su madre. 

La madre, Nonna Papera (Abuela Pata en italiano), es runa o campesina. Quisimos que fuera así desde el principio. Nos habían recomendado "ponedoras", pero no queríamos ningún animal demasiado manipulado. Las runas han pasado por un proceso de domesticación por cruce y crianza sin llegar al manejo genético. 

Mis conocimientos sobre gallinas son puros recuerdos de niñez. La tía Quiqui siempre crió pollos de patio en casa de la abuela, mis primas y yo le ayudábamos a alimentarlos, a sostenerlos para cortarles las plumas guías, a sacar los huevos de los nidos, a cuidar de los pollitos. Incluso, a veces, los desplumábamos tras algún sacrificio dominguero. 

Todos estos meses he lamentado no haber aprendido más de la tía Quiqui. Era una bruja maravillosa, estaba totalmente conectada a sus animales, les hablaba, les hacía felices. Sabía, al despertar, si los pollitos habían roto el cascarón, si la gallina viejita había muerto, si había algún conflicto social de esos que siempre suelen montarse en los gallineros. 

La tía Quiqui, por ejemplo, no se hubiera limitado a dejar a Juvenil y Totó en espacios diferentes, sabiendo que el gallo podía entrar donde estaban los demás pollos. Probablemente, tampoco hubiera postergado la matanza del gallo joven que empieza a cantar. Habría sabido que Totó tenía miedo.

Por un momento, pensé que todas las gallinas habían sido partícipes del asesinato. Tuve que respirar hondo antes de entrar al corral, para repasar los hechos (y, ya de paso, darles de comer). Los pequeños pollos de Nonna Papera piaban desesperados. Ella me miraba de reojo, evitaba confrontarme. Pero estaba limpia. 

Entonces fui a buscar a Juvenil y su hermana. Dos días antes había comprobado que, en efecto, no eran hijos biológicos de la gallina, sino que pertenecían a una especie de pollos que aquí llaman "finos". Era un gallo de pelea, sin ningún cruce con la runa.

Lo busqué. Estaba tras las yucas, en el cercado de las tortugas. Se puso nervioso ante mi cercanía. Tenía el pico, el cuello y las patas manchados de sangre. Fuiste tú. 

Estaba muy enojada, sobre todo conmigo misma. Cuando algunas personas supieron que Juvenil era un gallo de pelea, me ofrecieron dinero a cambio de él. Me negué. Aún no soy vegetariana, pero estoy en contra del maltrato a los animales. Para mí, las peleas son una brutalidad de la que no me interesa ser partícipe. Pregunté por Totó, dijeron que en tanto fuera un pollo, no había problema. 

...

Juvenil, voy a matarte. Tienes sangre en el pico, estás condenado a ser violento. Además, tarde o temprano iba a suceder. Lo siento, pero más siento lo que ha pasado aquí. Debí meterte en una jaula o poner a Totó a mejor recaudo. Debí quedarme en casa esta mañana, pues a última hora ya no quería salir. Lamento que seas así, que hayamos atrofiado a tu especie al punto de hacerte capaz de matar un polluelo. Perdóname.

...

Doña Nidia, sustituta en Lago Agrio de todas las mujeres campesinas y sabias de mi familia materna, vino al atardecer. Sin que Juvenil se diera mucha cuenta, entre ambas, hicimos lo pactado.

A la mañana siguiente, el gallo no cantó. Totó tampoco estaba alborotando el gallinero, en su afán de salir a desayunar con los humanos. Nonna Papera y sus polluelos rascaban el piso en busca de semillas y lombrices, como cada día. La gallina fina paseaba por el jardín. Aquí no ha pasado nada, pensé. Ana estaba en mis brazos, mirándome. Me vi obligada a sonreír.

Era domingo. Nos esperaba un viaje largo hasta La Bonita, para trabajar.

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