Enero de 2013: un nuevo inicio
Ésta debe ser una historia igual a otras miles de historias, pero diferente a todas las demás.
Luego de 15 días de atraso y
justificaciones varias, por fin compramos el test. Ya había pasado
por unos cuantos fiascos, por eso preferí hacerme la escéptica y
pretender desinterés absoluto. Tremenda mentira. Cada célula de mi
cuerpo gritaba que algo había cambiado dentro de mí,
hasta Susana Tamaro me lo dijo claramente en la novela corta que leí
por entonces. Sin embargo, me propuse acallar todas aquellas voces a
punta de cerveza, ¿total? Si luego sucede otra desilusión, ya no
será para tanto.
Me atreví, incluso, a enviar la hoja
de vida a una convocatoria laboral, para una plaza de asistente de
información pública en una oficina especializada en atención y
acompañamiento a personas refugiadas (frontera colombo-ecuatoriana).
Digo “me atreví”, pues apenas había pisado suelo ecuatoriano y
no tenía ni idea de cómo era el lugar donde, por contrato del
cónyuge, debía vivir los próximos dos años. Dediqué mis últimos
meses en Guatemala a llenarme de colores, viajes, lágrimas y ese
cariño caluroso que saben muy bien dar los chapines. Ni tiempo para
informarme sobre el próximo destino, ni ganas, ni curiosidad por
deformación profesional, nada.
Ya en casa, desempacamos el test,
leímos las instrucciones con un cuidado que nunca antes pusimos al
leer instrucciones (como si se tratase de tecnología nuclear de última
generación) y, con toda la torpeza posible, procedimos.
Éste fue el resultado:
Como una de las líneas azules no era
totalmente nítida, y yo insistía en mi negación, debimos volver a
leer las instrucciones. “La segunda línea azul indica embarazo,
aún cuando presente un tono más claro que la primera”. No vi mi
expresión, pero sí la del compañero, mirándome. Nos abrazamos...
Soy incapaz de describir con palabras toda esa felicidad.
Soy incapaz de describir con palabras toda esa felicidad.
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