¿El valor de una vida?

No fue hasta que estuve dentro, con mi mochila acomodada en el asiento desocupado detrás del piloto, que vi al otro policía al final del bus. El de adelante es más usual y suele notarse desde afuera. Comprendí la demora. Corrijo, no comprendí, sino corroboré los motivos que venía pensando tras veinte minutos de espera: las líneas 1 y 2 han sido víctimas de extorsión y amenazas, otra vez.

Pese al panorama, continué lamentando haber olvidado en casa el sueño del celta y me mantuve en la estratégica situación de posible daño colateral durante el cuarto de hora que duró el trayecto, confiada en que ningún sicario sería suficientemente necio para perpetrar crimen alguno en plena avenida principal, atestada de tráfico, militares y guardia civil.

¡Una vida por 200 quetzales!, he oído y leído innumerables veces. Reflexionaba entorno a la gran falacia romántica que algún iluminado (o iluminada, pues también las hay) dejó escapar, probablemente en pleno dolor por pérdida cercana, y que el mundo entero se ha encargado de reproducir sin respeto a los derechos de autor, como un inmejorable grito indignado. Una vida por 200 quetzales…

¿Pero acaso es posible monetizar el valor de una vida? El sólo intento me resulta inmoral. 200 quetzales. ¿Daría menos rabia si el sicario cobrara más? Unos cinco mil dólares, por ejemplo, así ya podríamos decir que la motivación fue mayor y quizás hasta usaríamos el monto como atenuante en el juicio, si hubiera juicio. Cinco mil dólares son cinco mil dólares. El hombre sin nombre no cobraba menos por cazar bandidos y ahí lo tienes, un héroe clásico de todos los tiempos, mientras acá nos las vemos con pandilleros de poca monta (y corta edad), que sólo cobran 200 quetzales por despacharse inocentes.

Una vida no vale 200 quetzales. Ni cinco mil dólares. Ninguna vida tiene valor monetario, pese a las aseguradoras, los fondos de jubilación y las consignas de los políticos para ganar votos en estas elecciones. Y los sicarios, estos sicarios en particular, no cobran 200 quetzales por vida, sino por trabajo hecho. Es diferente. A muchos de ellos no les importa de quién es padre el piloto, ni el miserable salario del policía cada fin de mes. Les interesa el dinero, pues claramente tienen necesidad de él. Y de “ascender” socialmente dentro del grupo marginal al que pertenecen, en ausencia de estructuras “decentes”. A falta de Estado.

No defiendo a los asesinos, a ninguno, ni siquiera a los genocidas que ahora aspiran a puestos de alto mando a nivel internacional. Sólo me pregunto: ¿Por qué en este país, y en el mío, hay tantos chicos y chicas de doce, trece o catorce años, dispuestos a matar y dejarse matar por 200 quetzales?

Comentarios

Ernesto dijo…
Efectivamente, no es el dinero en si, sino el como ya la vida del "otro" solo tiene sentido en tanto que su perdida te sirve para mantener una posicion en un entorno de valores distorsionados, y si bien la pobreza es un motivo, tampoco es una excusa
Anónimo dijo…
La vida, sin duda, es invalorable. La pregunta que te haces nos la hacemos igual, cuando leemos y vemos los noticieros "necrofílicos" de nuestro país y de otros también. ¿Qué hacer?.

Un abrazo.
Victor Hugo Estrada
Una vida no tiene precio, nadie puede valorarla

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