La foto del candil
Mis amigos españoles no saben mirar esta foto. Creen que deben ponerse tristes y renegar de sus riquezas o defender con argumentos antropológicos y socioeconómicos su tan preciado bienestar. A mí han empezado a divertirme esas reacciones, una vez adquirida la costumbre, claro está.
No culpo a mis amigos españoles. Ellos no saben -no tienen por qué saber- que esta foto es la ilustración de una noche cercana, olor a leña, comida abundante y hortalizas frescas, lavadas bajo un chorro de agua fría, sin potabilizar.
Ellos piensan, al verla, cuánto sufre esta pobre gente, y yo les explico con paciencia y tolerancia: “son gente pobre, según las estadísticas económicas oficiales, pero no son pobre gente”. Sé que para entenderlo tendrían que estar allí, tendrían que escuchar a la mayor de las hermanas comentando sus aventuras escolares y sus proyectos, al padre y sus cuatrocientos libros leídos con linterna, entre cosecha y cosecha, a la madre y su preocupación por la educación superior de las hijas, a la abuela y esa sabia humildad con que sobrelleva sus males.
Tal vez, si profundizo más en esto, dirán que filosofo sobre la vida, sobre la inocencia indígena y los tópicos típicos del subdesarrollo. Yo no podré quitarles esas ideas de la cabeza (ni me apetece intentarlo) porque sé que no es fácil comprender lo que se desconoce. Me limitaré a decirles que no soy una observadora externa de ese entorno, sino parte de él. Que yo también estoy sentada con ellas, junto al candil. Que les ayudé a colorear. Que intenten mirales a través de mí.
Mis amigos españoles, si me quieren, comprenderán en vez de compadecer a otras personas que también me quieren. Entonces podré contarles que llegué a ese lugar luego de un entretenido viaje en autobús, lleno de curvas y baches, que el chófer iba bebiendo cerveza con dos colegas y yo debí hacerme inyectar una intravenosa en el centro de salud, porque pillé un mal de altura nunca antes padecido (aquí, el estómago se me ha vuelto débil). Y, estoy segura, conseguiré emocionarles cuando les diga que una de las niñas se lanzó a mi cuello apenas verme, gritando: ¡Madrina, madrina!, mientras su joven madre contenía las lágrimas y la risa nerviosa pues, aunque contenta, no se lo podía creer.
Las adolescentes de esta foto son capaces de sentir dolor por las personas que sufren injusticia y violencia porque, mira tú, ellas no se perciben sufriendo. Aceptan con humildad su realidad, pero se enfrentan con esfuerzo y decisión al determinismo histórico del país. Se permiten soñar.
Mis amigos españoles no saben mirar esta foto. Creen que deben ponerse tristes. A mí me alegra el corazón.
Comentarios
Si, son pobres, tienen problemas, pero... ¡están estudiando!! ¿No es como para tener una chispa de optimismo por esa voluntad?
La jefa de la fundación con la que colaboro (www.inkaperu.cz) me contó que varios padres de los niños apoyados por la fundación han venido a decirles que ya tienen suficiente para pagar los estudios a sus hijos. Han desistido del apoyo para dejarlo a familias mas necesitadas. Eso me alegra mucho, porque cuando los padres no se sienten pobres e impotentes, los niños tampoco lo sentirán. Y eso es lo que necesitan para poder "salir adelante", como dicen ellos.
slds
Un abrazo estimada Angela.