Gente, jodida gente...
Acaba de suceder algo desagradable, justo lo que necesitaba un agobiante mediodía de verano y luego de la semana pasada, que fue movida a más no poder.
Primero, el contexto: a finales del mes de junio recibí la llamada de una peruana que vive y trabaja en Bilbao. Está casada con un sudamericano de otra nacionalidad y tienen un niño y una niña, aún pequeños. Necesitaba una canguro, que es como llaman a las niñeras por acá.
Les conocí hace varios meses, en una comida intercultural. Me hablaron de la posibilidad de cuidar a sus niños en un futuro, pero la conversación no pasó a mayores. Hacia abril, ella me llamó para comentarme que en junio necesitaría que yo la reemplazara con una nena a la que suele cuidar y quedamos en que así sería. Llegó la última semana de mayo y nada, intenté llamarla varias veces, sin éxito. Supuse que el trabajo no saldría y me dediqué a seguir organizando mi vida.
Así, hasta la fecha en que por fin se puso en contacto conmigo para encargarme el cuidado y la protección de sus hijos durante el verano, para empezar al día siguiente. La propuesta me vino tan bien como mal. El dinero contante y sonante siempre es necesario, pero estaba ya metida en bastantes berenjenales. Ella, entre broma y en serio, me dijo “pero yo ya te había reservado para el verano”, y yo, con amabilidad, le expliqué que ya había hecho otros planes, que me iba a Perú la última semana de agosto, etcétera.
De todos modos, y dada la urgencia, acepté, aunque no acordamos costos. Ella y su marido calcularon que por la primera semana (jueves, sábado y domingo, 12 horas en total) me pagarían 50 euros. Es decir, a 4,1 euros la hora. Creí que, para empezar, estaría bien, pero sería necesario revisarlo de nuevo. Anteriormente, cuando he debido fungir de canguro con hijos de españolas, he recibido 6 euros/hora, tratándose, además, de un solo crío.
La semana pasada le comenté eso y ella me dijo que nunca jamás en su vida, cuando fue canguro, cobró por hora, a lo que yo agregué que a lo mejor lo de las horas servía para calcular el precio final, por semana o mes. Se quejó de una colega suya, que una vez le sacó 50 euros en un solo día (10 euros la hora, que no está mal) y quedamos en que yo haría mis cuentas y hablaríamos.
Lo hice, saqué cuentas, con la tarifa siguiente:
Dejé estos números en versión digital, con una nota que decía CLARAMENTE: “Es mi tarifa y está bastante ajustada, porque ya sé que ustedes no pueden pagar mucho por esto. Les pido por favor que la revisen con calma y me digan si tienen alguna observación, si les parece o no. Conversamos. Muchas gracias.”
Nunca me tocaron el tema y como sólo fui dos días la semana pasada, tampoco yo lo hice. Pensaba hacerlo esta mañana, al darme ella el pago correspondiente. Empezó a sacar dinero y me dijo: “¿Tú, que todo lo apuntas y vas llevando cuentas, no sabes cuántas horas hiciste la semana anterior? Creo que sólo viniste un día, ¿verdad?”. No fue un día, fueron dos. ¿Leyeron la nota que les dejé en el ordenador? “Sí, y mi marido se ha quedado bastante cabreado con eso”…
Empezó la cantaleta: “¿Cómo es posible que nos dejes notas, acaso no tienes confianza? Nos ha sentado mal. Si no estabas contenta con algo, dinos a la cara. Si no eres capaz de decir las cosas a la cara, no vas a llegar muy lejos. Yo no quiero que la gente que viene a mi casa se sienta incómoda, has tenido oportunidad de hablar, de llamarnos por teléfono, de decirnos que no estabas contenta con el pago. En vez de eso, dejas una nota. Tú hablas de que estás haciendo un servicio, pero nosotros no lo vemos así. Sabemos que necesitas el dinero, pero esas no son formas…”
Y así hasta el infinito. Intenté explicarle, en buen plan primero, pero cada vez más fastidiada, que no fue mi intención molestar, que suelo trabajar con presupuestos de ese tipo (¡Dios mío, debieron ver cómo le ofendió escucharme decir “presupuesto”!), que si lo dejé por escrito era para que lo mirasen con calma y luego hablar en torno a ello, que la semana pasada fue un caos para mí y pensé que si no había comentarios al respecto era porque estaban de acuerdo. Fue inútil, no entendió. O, lo que es peor, no quiso entender. Me consideró a la defensiva y, a manera de colofón, señaló que no conseguiría convencerla de nada de lo que le estaba diciendo, que era mejor dejar las cosas así.
Pero claro, mañana debo volver a su casa, a las 8.15, en punto, no en “horario latino”, y seguir paso a paso sus indicaciones respecto al cuidado de sus hijos, todas las horas que me pueda quedar. Pero no, no se trata de un trabajo, no señor.
Me pregunto una cosa: si lo que querían era una “tía postiza” que cuidara de los pequeños, a cambio de lo que ellos consideren adecuado pagar, ¿por qué no dejarlo claro desde el principio? ¿Por qué creer, de manera tan descarada, que cualquier persona es capaz de dedicar entre 3 y 6 horas al día, de lunes a domingo, haciendo un servicio que, al menos aquí, se paga hasta a los amigos, y yo no soy amiga de ninguno de los dos? Y, por último, ¿por qué habiendo dejado yo las cartas sobre la mesa (el escritorio de SU portátil) y las cuentas claras, no son capaces de discutir sin hacerse los indignados?
Para rematar la estupidez: me entregó 55 euros de mala gana, porque a partir de esa fatídica nota su marido había deducido que yo estaba cobrando 5 euros la hora, punto pelota. Le dije que, según mis cuentas, no me debía 55, sino 30, más los 10 que quedaron debiéndome de la semana anterior. Se negó a recibir el vuelto. Enfadada, me dijo que eso lo restara de los próximos días.
Ya ni siquiera sé cómo llamar a esta actitud... Ay, pobres hijos.
Primero, el contexto: a finales del mes de junio recibí la llamada de una peruana que vive y trabaja en Bilbao. Está casada con un sudamericano de otra nacionalidad y tienen un niño y una niña, aún pequeños. Necesitaba una canguro, que es como llaman a las niñeras por acá.
Les conocí hace varios meses, en una comida intercultural. Me hablaron de la posibilidad de cuidar a sus niños en un futuro, pero la conversación no pasó a mayores. Hacia abril, ella me llamó para comentarme que en junio necesitaría que yo la reemplazara con una nena a la que suele cuidar y quedamos en que así sería. Llegó la última semana de mayo y nada, intenté llamarla varias veces, sin éxito. Supuse que el trabajo no saldría y me dediqué a seguir organizando mi vida.
Así, hasta la fecha en que por fin se puso en contacto conmigo para encargarme el cuidado y la protección de sus hijos durante el verano, para empezar al día siguiente. La propuesta me vino tan bien como mal. El dinero contante y sonante siempre es necesario, pero estaba ya metida en bastantes berenjenales. Ella, entre broma y en serio, me dijo “pero yo ya te había reservado para el verano”, y yo, con amabilidad, le expliqué que ya había hecho otros planes, que me iba a Perú la última semana de agosto, etcétera.
De todos modos, y dada la urgencia, acepté, aunque no acordamos costos. Ella y su marido calcularon que por la primera semana (jueves, sábado y domingo, 12 horas en total) me pagarían 50 euros. Es decir, a 4,1 euros la hora. Creí que, para empezar, estaría bien, pero sería necesario revisarlo de nuevo. Anteriormente, cuando he debido fungir de canguro con hijos de españolas, he recibido 6 euros/hora, tratándose, además, de un solo crío.
La semana pasada le comenté eso y ella me dijo que nunca jamás en su vida, cuando fue canguro, cobró por hora, a lo que yo agregué que a lo mejor lo de las horas servía para calcular el precio final, por semana o mes. Se quejó de una colega suya, que una vez le sacó 50 euros en un solo día (10 euros la hora, que no está mal) y quedamos en que yo haría mis cuentas y hablaríamos.
Lo hice, saqué cuentas, con la tarifa siguiente:
- Por menos de 3 horas: 5 euros la hora.
- Por 4 horas: 15 euros en total.
- Entre 5 y 6 horas: 20 euros en total.
- Por incremento sobre 6 horas fijas: 5 euros/hora.
- Fines de semana: 5 euros/hora.
Dejé estos números en versión digital, con una nota que decía CLARAMENTE: “Es mi tarifa y está bastante ajustada, porque ya sé que ustedes no pueden pagar mucho por esto. Les pido por favor que la revisen con calma y me digan si tienen alguna observación, si les parece o no. Conversamos. Muchas gracias.”
Nunca me tocaron el tema y como sólo fui dos días la semana pasada, tampoco yo lo hice. Pensaba hacerlo esta mañana, al darme ella el pago correspondiente. Empezó a sacar dinero y me dijo: “¿Tú, que todo lo apuntas y vas llevando cuentas, no sabes cuántas horas hiciste la semana anterior? Creo que sólo viniste un día, ¿verdad?”. No fue un día, fueron dos. ¿Leyeron la nota que les dejé en el ordenador? “Sí, y mi marido se ha quedado bastante cabreado con eso”…
Empezó la cantaleta: “¿Cómo es posible que nos dejes notas, acaso no tienes confianza? Nos ha sentado mal. Si no estabas contenta con algo, dinos a la cara. Si no eres capaz de decir las cosas a la cara, no vas a llegar muy lejos. Yo no quiero que la gente que viene a mi casa se sienta incómoda, has tenido oportunidad de hablar, de llamarnos por teléfono, de decirnos que no estabas contenta con el pago. En vez de eso, dejas una nota. Tú hablas de que estás haciendo un servicio, pero nosotros no lo vemos así. Sabemos que necesitas el dinero, pero esas no son formas…”
Y así hasta el infinito. Intenté explicarle, en buen plan primero, pero cada vez más fastidiada, que no fue mi intención molestar, que suelo trabajar con presupuestos de ese tipo (¡Dios mío, debieron ver cómo le ofendió escucharme decir “presupuesto”!), que si lo dejé por escrito era para que lo mirasen con calma y luego hablar en torno a ello, que la semana pasada fue un caos para mí y pensé que si no había comentarios al respecto era porque estaban de acuerdo. Fue inútil, no entendió. O, lo que es peor, no quiso entender. Me consideró a la defensiva y, a manera de colofón, señaló que no conseguiría convencerla de nada de lo que le estaba diciendo, que era mejor dejar las cosas así.
Pero claro, mañana debo volver a su casa, a las 8.15, en punto, no en “horario latino”, y seguir paso a paso sus indicaciones respecto al cuidado de sus hijos, todas las horas que me pueda quedar. Pero no, no se trata de un trabajo, no señor.
Me pregunto una cosa: si lo que querían era una “tía postiza” que cuidara de los pequeños, a cambio de lo que ellos consideren adecuado pagar, ¿por qué no dejarlo claro desde el principio? ¿Por qué creer, de manera tan descarada, que cualquier persona es capaz de dedicar entre 3 y 6 horas al día, de lunes a domingo, haciendo un servicio que, al menos aquí, se paga hasta a los amigos, y yo no soy amiga de ninguno de los dos? Y, por último, ¿por qué habiendo dejado yo las cartas sobre la mesa (el escritorio de SU portátil) y las cuentas claras, no son capaces de discutir sin hacerse los indignados?
Para rematar la estupidez: me entregó 55 euros de mala gana, porque a partir de esa fatídica nota su marido había deducido que yo estaba cobrando 5 euros la hora, punto pelota. Le dije que, según mis cuentas, no me debía 55, sino 30, más los 10 que quedaron debiéndome de la semana anterior. Se negó a recibir el vuelto. Enfadada, me dijo que eso lo restara de los próximos días.
Ya ni siquiera sé cómo llamar a esta actitud... Ay, pobres hijos.
Comentarios
Angela, yo diría que ellos eran los que no te tenían la confianza para hablarlo y dejar las cuentas claras. Es obvio que les pareció mucho el dinero que has pedido, pero en vez de decirtelo, lo han dejado "para después" para que tu no pudieras cancelarlo. Y encima ni han leído bien la nota que has dejado. Lo malo es que después de eso una ya no hace el trabajo con ganas... Ojalá que se aclare la cosa pero parece que no hay mucha voluntad de su parte... que pena. Abrazo, d.
Dice que no le parece caro lo que he cobrado, pero no consigue hacer cuentas correctas. Se ha quedado con eso de que "cobro 5 euros TODAS las horas", cuando es mentira. A lo que voy: NO SE ENTERA, no sé si porque no quiere o no puede. Pero ha construído alrededor de ese conflicto toda una actitud de "mujer madura y comprensiva" que me fastidia mucho, aunque la relación no es en verdad tirante.
Otra cosa, la he escuchado quejarse mucho de mí con una amiga que tenemos en común (eso ella no lo sabe). No de mi relación con sus hijos, por supuesto, que es bastante buena (no podía ser de otro modo, suelo llevarme bien con los críos). Sucede que no consige rotularme y como no me rotula, tampoco me entiende.
Cito con cierta literalidad lo que le oí decir: "¿Qué se cree? ¿Que puede cobrar lo que se le dé la gana y luego que soy yo quien tiene que adaptarse a sus horarios? ¡La jefa soy yo, ella está trabajando para mí, por tanto es quien tiene que adaptarse a mí, no al contrario!"...
Dora, ¿recuerdas cuando escribiste en tu blog sobre las relaciones desiguales y prepotentes que los peruanos suelen tener con su personal de servicio? Bueno, pues mira, aquí tienes un ejemplo del tirano con ínfulas de rey o reina que todos los peruanos llevamos dentro. Como esta mujer no lo puede exteriorizar, lo canaliza a través de quejas, pataletas e incomprensión.
Lo dicho, queda poco. Qué pena que la gente sea así, ¿verdad?
Ernesto, tú ya sabes cómo va todo esto.
Un besito a ambos.