sábado

Durante la semana, he dado vueltas a una serie de detalles específicos y dolorosos en la actual coyuntura de la polilla. Entre la ingratitud, la neurosis (de otra), la hipocresía políticamente correcta, la supervivencia egoísta (mía), el bien intencionado “clasismo” (también mío), algún grito desaforado y gastritis psicosomática, decidí amargarme el devaneo destripando una característica punzante de mis co-generacionales vascos: el hedonismo.

Y ni siquiera visto completo, desde todas partes y colores. Centraré las fauces en lo relacionado al trabajo (que no la crisis, de la crisis que se enteren los masoquistas, a mí me suda lo que no tengo y ya estoy hasta las alas de tanta manipulación psicosocial y reacciones locales tristemente tercermundistas, en pleno Estado del Bienestar).

Aunque, pensándolo bien, es importante tener en cuenta a la desafortunada crisis, si se trata de rajar a los coleguitas del curro y conocidos niños bien en general. Increíble el modo en que dejan pasar oportunidades laborales y van por la vida de sobrados, actuando sólo cuando “apetece” o “hace ilusión”, con una actitud menos que mínima a pasárselo un poco mal, sin recurrir al tai-chi y relajaciones varias (empezando por las drogas naturales), ante una temporada especialmente estresante y jodida en la oficina.

Esto, extrapolado al mundo de los afectos en general, ha generado una serie de relaciones superficiales que dan miedo, pero en fin, esas son otras historias. En todo caso, decir que me siento un poco incómoda rodeada de gente que se enferma de aburrimiento sólo porque nunca ha tenido necesidad de trabajar por los frijoles (o para ir al cine, que no es lo mismo, pero ya verán cuando tengan que escoger entre ir al cine o la compra semanal de víveres).

Afortunadamente, no todas las personas aquí son así de inconscientes (y así de inútiles, vamos). Pero abundan, abundan. Entre el novio de la fulana que con 32 años se monta juergas de viernes a domingo con trago y anfetaminas, hasta el cooperante marihuanero ese, también de 32, que desde Centroamérica nos envió un triste y “cohéllico” mensaje sobre el amor perdido, sólo porque la novia oriental decidió acostarse con tantos chicos como chicas tuvo éste en el casco viejo de Bilbao, cuando andaba por ahí desangrándose de despecho, en fin…

Siento ser críptica y siento mucho más ser injusta (por tanto, juzgar). Pero es que cuando la polilla ha sufrido ataques de depresión (depresión de verdad, de esa que baja las defensas, hace oír murmullos y te coloca “in the border”), un jefe buena gente ha dicho: “Ve a casa y descansa unos días, a condición de que al volver puedas trabajar con eficiencia”. Y eso que el jefe era buena gente, en una empresa X la polilla se habría tenido que ir con las moscas, eso, a comer mierda.

Pero los 32 años no es una buena edad para escribir un e-mail inspirado en libros de autoayuda y leyendas medievales, para enviarlo a everyone, incluida quien me paga el viaje y mi mamá. No, señor. Quien paga el viaje (por tanto, el trabajo) requiere resultados y vergüenza debería darme no responder a la altura. Y a mi madre… Por favor, ¿acaso tengo derecho a romperle el corazón a una madre que tiene ya bastante con mi lejanía?

Creo que es eso lo difícil de perdonar y pienso: ¿Acaso estas personas no maduran? ¿Quién les ha dicho que los padres son inmortales y siempre estarán ahí para acogernos cuando descubramos que necesitamos más que buena voluntad –y drogas, y viajes, y amantes- para alcanzar nuestros sueños? ¿Por qué en algunas de estas familias no se les enseña a los pequeños el valor del papel con que se limpian el culo y que nadie es infalible?

Es lo que tiene el Estado de Bienestar, la gente se vuelve hueca (en mi humilde opinión). Acabo de darme de nariz con realidades descritas por Frankl. Y ahí van en caravana las jóvenes promesas de la cooperación internacional, dispuestos a salvar negritos e indiecitos tradicionalmente sabios, cuando son incapaces de decir “lo siento” para no hacer llorar a un corazón con nombre y apellidos. ¡A la mierda con tanto vacío existencial y borracheras, carajo! Alguien inteligente (aparte de mis jefes, el abogado y amigos varios) tiene que haber por aquí...

(Al teléfono)

¡¡¡La boliviana y el alemán acaban de llegar a Bilbao!!!

Y ya me dieron la prórroga de residencia...


Comentarios

Ernesto dijo…
Efectivamente la falta de haber pasado por un trabajo real y la necesidad de parar la olla, deja mucha cochinadita en la cabeza, lo cual no se soluciona con tanto invento trascendental ni cosas raras. Dosis de realidad es lo que les falta.

Saludame a la boliviana y al aleman!!!

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